jueves, 15 de febrero de 2018

CINCO NOMBRES PARA LA CUARESMA



Si tomamos la primera lectura bíblica de los cinco domingos de Cuaresma, encontraremos cinco nombres, cinco figuras (lamentablemente todas las masculinas) que pertenecen a la tradición espiritual veterotestamentaria.  Para mí, cada una de ellas simboliza algo particular, nos descubre una referencia concreta en todo itinerario de renovación y crecimiento, por eso les comparto lo que pienso al respecto:

1. ADÁN: (domingo primero) La figura de Adán es el símbolo bíblico del ser humano, el que nace de la tierra; la arcilla de la que fue formado representa su fragilidad, su condición efímera; el aliento que Dios sopla en él, su parte divina, su belleza y destino final. En Adán aparecen unidos tierra y cielo, carne y espíritu, y me atrevo a decir: pecado y salvación.

2. ABRAHAM: (Domingo segundo) Simboliza la vocación original de todo ser humano, gritando en lo más profundo de sí, la llamada interior: sal de tu tierra es una invitación a que prestemos atención a lo esencial, en medio del trabajo cotidiano, abandonando o poniendo en segundo plano seguridades y atajos, para ir a lo que realmente nos plenifica, representado en la PROMESA.

3. MOISÉS: (domingo tercero) Simboliza la capacidad de liderar en la búsqueda de libertad, frente a las muchas esclavitudes que no nos dejan realizar plenamente nuestra vocación original. Es quien guía al pueblo en el desierto, quien garantiza la cercanía y fidelidad de Dios a través de su propia experiencia, y todo ello a partir de una historia providencial, llena de tropiezos y momentos difíciles. Es la paradoja de conducir a otros hasta un lugar que él mismo no puede pisar.

4. DAVID: (domingo cuarto) Es el rey, figura de quien alcanza ya cierta madurez espiritual, cierta "realeza", y se sabe poseedor de un poder, y llamado en la vida para un propósito, a pesar de sus muchas limitaciones. Es dueño de su destino, sabe reconocer sus errores y pedir perdón, pero sigue sintiéndose rey, sigue eligiendo y fallando, a la vez que reconoce en todo lo que vive una Presencia salvadora que nunca va a faltarle.

5. EZEQUIEL: (Domingo quinto) Aparece en representación de los profetas. Representa a quienes se sienten imbuidos de un mandato interior, a menudo contra la propia razón, que rechaza un compromiso que traerá muchos sinsabores. Es además, símbolo de capacidad para desafiar lo establecido, para mirar siempre más allá, infundiendo esperanza en los momentos oscuros, y viendo  vida donde no la hay. Todos tenemos algo de profetas.

 Me detengo a contemplar estas cinco figuras bíblicas como si manifestara cada una de ellas una parte de lo que somos todos. Veo también que en todas ellas está Dios actuando, pero ello no supone una vida perfecta, sino muchas fragilidades y errores. Así se hace el camino de la vida: de bendición y errores, de aciertos y tropiezos.  Tal vez fijarnos en estas figuras, arquetípicas del viaje espiritual, nos ayude a recorrer el camino hacia la Pascua, la de la liturgia y la de la vida.

DESIERTO Y PARAÍSO



La Cuaresma cristiana comienza siempre con la lectura del relato de las tentaciones de Jesús en el desierto. Coinciden los expertos bíblicos y los teólogos en el hecho de que no es un relato propiamente "histórico", sino que quiere interpretar a Jesús, su misión, su camino, su destino. Es relevante el hecho de que se vincule la ida al desierto de Jesús con el Espíritu, y que en el relato tanto Jesús como el Diablo echen mano a la Escritura para argumentar y defender un camino. El Diablo quiere que Jesús se aproveche de su condición, de su relación con Dios, cosa que Jesús rechaza.   El relato nos hablaría sobre todo de los conflictos de las primeras comunidades cristianas a la hora de interpretar y seguir el camino de Jesús.

La vida humana es DESIERTO, y aclaro, no es un desierto, sino que hay en esa vida una dimensión de desierto claramente identificable a nivel espiritual. Así, el camino de Israel a través del desierto del Sinaí durante 40 años se convierte en modelo de nuestro propio itinerario de fe, eso si somos capaces de mirar más allá de lo concreto y particular, e interpretamos las claves que se esconden en el relato. El paso de la esclavitud a la libertad, la resistencia del pueblo a asumir las exigencias de esa libertad y la añoranza de la servidumbre, las dudas sobre si está Dios o no con ellos, la roca que mana el agua o el maná que calma el hambre, el cansancio, los ídolos o falsos dioses, la relación de Moisés con Dios... En fin, que hay mucha riqueza en esta historia, aprovechable para pensar en nuestra búsqueda de Dios en la vida cotidiana.

El DESIERTO es, por lo anterior,  en la Biblia, un LUGAR TEOLÓGICO... ¿Qué significa esto? Que a partir de la realidad física y geográfica del desierto, como lugar árido, apartado, lugar de paso, los creyentes descubren en él también un espacio espiritual donde Dios se manifiesta de un modo peculiar. El desierto es el lugar de la tentación, el lugar del Enemigo, pero es al mismo tiempo el lugar del encuentro con Dios: donde la Palabra se hace más clara, maduramos en la fe, hacemos amistad con Dios, y aprendemos a reconocerle. Entonces, como diría El Pequeño Príncipe, la arena del desierto resplandece, y podemos encontrar un pozo en cualquier parte. El DESIERTO es, definitivamente, el lugar de lo invisible, donde todo se oculta bajo un velo misterioso, y se revela sólo a quien busca de la mano de la confianza y del amor.

Yo me atrevo a decir por todo lo anterior que, desde el punto de vista espiritual, DESIERTO Y PARAÍSO confluyen de alguna manera en el mismo espacio. Cuando somos capaces de reconocer a Dios obrando en la vida y la historia del ser humano y de su creación, entonces lo que antes parecía puro desierto empieza a verse también como vergel, como lugar de creación, como paraíso. Volviendo a retomar las imágenes del párrafo anterior, la arena comienza a resplandecer como si el desierto revelara lo que esconde bajo la arena, y la búsqueda del agua de vida que alivia nuestra sed interior, con aquellos y aquellas que también sienten el llamado de una mayor libertad y vida plena, hace que aparezca un pozo cantor justo después del mayor momento de oscuridad.

Cuando en el segundo domingo de Cuaresma leemos el pasaje evangélico de la Transfiguración, estamos también, con los discípulos, asomándonos al paraíso. Los lugares altos son siempre espacios de epifanía, de manifestación de Dios; en la Biblia son lugares geográficos también, al mismo tiempo que lugares espirituales o simbólicos. El monte donde Jesús predicó las Bienaventuranzas no es un pico elevado, pero expresa un momento sublime, particular, epifánico también, del ministerio de Jesús. Quiero decir con esto que en medio de nuestro "desierto" cotidiano vivimos también momentos de revelación, de luz, de "paraíso", es decir, "momentos altos" en los que recibimos lo necesario para seguir haciendo nuestro camino hacia la libertad.

El itinerario de Cuaresma está señalizado por estas y otras claves espirituales que nos preparan para tener una vivencia más honda y actualizada de la resurrección de Cristo, que acontece en nosotros aquí y ahora. Por eso esta invitación a reflexionar en lo que implica que la vida humana sea desierto y monte alto o paraíso al mismo tiempo. Estas imágenes, según mi propia experiencia, son sanadoras y transformadoras de la persona humana, y contribuyen a la maduración espiritual y a la superación de tentaciones y obstáculos para una vida plena, vivida en el amor.

Manuel Enrique Valls, ocd.

martes, 13 de febrero de 2018

DISFRAZ DE CARNAVAL.


"En este carnaval me disfrazaré de mí mismo. Me despojaré de todos los adornos que me enmascaran a los ojos ajenos: la postura arrogante, la mirada altiva, la función que me hace sentir importante, la ropa que me engalana la personalidad. Descalzo, sin corbata, lejos de la música de los altavoces, buscaré un bar para emborracharme de utopías.

Me sacaré del corazón todas las piedras que encubren la textura de la carne: la ira y el odio, la amargura y los celos, la envidia y la indiferencia. Cantaré el samba de las bienaventuranzas y les llevaré buenas nuevas a quienes padecen de desesperanza.

Desnudado de esos artificios que proyectan un simulacro de mí, bajaré del pedestal que me ampara la elevada autoestima para cortarle las alas a mi pusilanimidad. Evitaré así que mi epitafio diga que fui lo que no soy.

No abominaré de mi accidental condición humana, tan frágil y limitada. Despojado de los fantasmas que me reflejan, me uniré libre y suelto al bloque de la Nave de los Locos. Exhibiré el rostro limpio con todas las arrugas grabadas por mi historia de vida. No me avergonzaré de las líneas irregulares de mi cuerpo ni me cubriré la cabeza para esconder los cabellos encanecidos.

En este carnaval participaré en el desfile de las escuelas de sabiduría. Dejaré que Buda calle las voces que tanto gritan dentro de mí, y le pediré a Confucio que me enseñe el camino del equilibrio. Seré discípulo peripatético de Sócrates y alumno disciplinado en la Academia de Aristóteles. Corearé los magníficos clamores de justicia proferidos por María y bailaré con Hipatia sobre las piedras lisas del puerto de Alejandría. Subiré las laderas de Asís para saludar a aquel que se atrevió a quitarse todos los disfraces, y cruzaré las murallas de Ávila para besar las manos de la que me instruyó en las vías de la hondura.

Embriagado por el vino de Caná, desfilaré en la carroza de los místicos y me dejaré conducir por las inescrutables veredas de la meditación. Invitaré al carro que abre el desfile a todos los incrédulos que profesan fe en la vida.

Quiero mucho júbilo en este carnaval, fiesta de la carne transfigurada por la alegría del espíritu y transustanciada por la sacralidad que la impregna. Fiesta de la sonrisa del alma y del compartir pródigo de todos mis bienes materiales y simbólicos.

En esta alabanza a Momo, no seré Pierrot ni Colombina, payaso ni pirata. Liberado de máscaras y disfraces, osaré exhibir en la Plaza de la Apoteosis la desnudez de mi lado oculto. La verán quienes, libres de los espejuelos de la ilusión, abran los ojos de la empatía.

Cuando calle el sonido agónico de la cuica con la irrupción del alba, desembarazado del disfraz de mí mismo, bailaré en reverentes giros en torno al Maestre Sala: Aquel que en los inicios del tiempo, cuando nada había, quebró la soledad trinitaria para prorrumpir en una danza exuberante, adornado de confetis y serpentinas que, iluminados por el brillo de los fuegos, se hicieron estrellas y galaxias para signar el desfile evolutivo de la madre naturaleza.

Entonces la vida irrumpirá en la avenida con todo su esplendor, y la multitud verá que no es una mera alegoría.

FREI BETTO. Disfrazado de mí mismo. 



( publicado en Religión Digital y en Fe Adulta)