sábado, 24 de agosto de 2019

¿SERÁN MUCHOS LOS QUE SE SALVEN?

Le preguntan a Jesús: ¿Serán muchos los que se salven? Una pregunta acerca del alcance de eso que llamamos "salvación", pero que no siempre sabemos definir con exactitud. Usamos mucho ese término religioso, algunas iglesias más que otras, pero no deja de ser una palabra difícil, polivalente, cargada de imágenes diferentes para representarla. Para unos tiene que ver con el lugar a donde iremos después de la muerte, ya sea que nos toque premio o  castigo; salvarse sería "ir al cielo" y no salvarse, "ir al infierno", pero esos mismos conceptos son también complicados. Para otros, salvación es Dios, estar con Él, y al estar con Él, alcanzar la plenitud a la que estamos llamados por vocación.

En el pasaje del Evangelio que compartimos esta semana en nuestras celebraciones (Lucas 13, 22-30), Jesús no responde exactamente lo que le preguntan; no contesta cuántos se salvarán, sino cómo nos salvamos. Y el termino que usa Jesús puede sorprender, asustar, porque nos habla siempre del amor de Dios, de su infinita misericordia como Padre, y ahora dice que salvarse es entrar por la puerta estrecha, lo que nos hace pensar que no es fácil salvarse. Y además dice que por esa puerta es difícil entrar, y que una vez que se cierra ya no se abre, y que si llegas con retraso vas a quedarte fuera. 


Pero las palabras del Maestro no están dichas para asustar (recordando que aquí no habla sólo él, sino también la comunidad de fe en la que nace este texto), sino para animar a la fidelidad, al esfuerzo, a la confianza. Todos, por la fe, estamos llamados a ser Iglesia, comunidad fraterna, y las palabras de Jesús han de entenderse desde varias premisas fundamentales:

1. La resurrección, por su carácter universal, abre la puerta de la salvación para todos los pueblos, sin discriminación ni exclusión.
2. La salvación no es un asunto de la otra vida, sino de la única vida en Cristo, que comienza para nosotros cuando somos bautizados en Él. 
3. La salvación tiene que ver con unir, reunir, en torno a una misma mesa; lo contrario de lo acontecido en el relato bíblico de la Torre de Babel.

 Lo anterior implica pues, que SALVACIÓN habla más de Dios que de nosotros; que la experimentamos ya en esta vida nuestra, siempre en comunión con otras y otros, hermanos nuestros. A nosotros nos corresponde prepararnos, disponernos, para ir aligerando el equipaje y así pasar sin dificultad por esa puerta estrecha (de ahí lo de hacernos pobres, ligeros de equipaje, y no solo en sentido material). 

 ¿Qué hacer? 
1. Estar adheridos a la persona de Jesús, "vivir en obsequio de Jesucristo"; ese es el sello que ha de llevar nuestro boleto de entrada a la salvación.
2. Optar por el proyecto de Jesús, aun sabiendo que es un camino lleno de pruebas, obstáculos, combates, sacrificios y tentaciones. 
3. No creer que porque pertenecemos a determinado grupo, raza, pueblo o religión, ya estamos salvados. Dijo Santa Teresita: "No basta con amar, hay que probarlo", o la misma Teresa: "Obras son amores y no buenas razones".

La salvación, por tanto,  no depende tanto de la estrechez de la puerta, ni siquiera de la voluntad del dueño de la casa, sino que depende de nuestra disposición, de ese "vestirnos de fiesta" que implica disponerse, acoger, entregarse, confiar... No estoy diciendo que no sea Dios el que salve, sino que no quiere salvarnos sin nuestra cooperación, sin que trabajemos juntos para construir esa mesa común en la que vamos a sentarnos.

La pregunta sería entonces: 

¿Estoy viviendo de tal modo que me voy preparando para entrar en ese Hogar de todos, sin que una excesiva carga de conceptos, prejuicios, temores, odios, me impida pasar por la puerta estrecha?

¿Estoy abierto a dejarme salvar por Dios, a su manera y no a la mía, dejándome sorprender por su amor desconcertante, por su presencia en mis hermanos, por el dolor del Mundo?

¿Estoy viviendo ya como alguien salvado, que experimenta salvación, y se dispone para ella?

Fray Manuel de Jesús, ocd.

miércoles, 21 de agosto de 2019

LA FELICIDAD ES UNA TAREA INTERIOR

En estos días estuve repasando un viejo libro, tiene más de 10 años de publicado, del jesuita John Powell, que habla acerca de la felicidad. Esto dice el libro en la contraportada:

La condición natural de los seres humanos es la felicidad; por tanto, si una persona es crónicamente infeliz, es que algo no marcha bien. Puede que no sea suya la culpa o que no tenga otra alternativa, pero lo cierto es que algo está fallando. Por desgracia, todos hemos experimentado en alguna ocasión la frustración de nuestro deseo innato de ser felices, y seguramente es porque prensamos que nuestra felicidad depende en gran parte de cosas externas a nosotros o incluso de otras personas. Y así nuestros sueños irreales de felicidad se ven defraudados.

Pero, la verdadera fórmula de las felicidad es esta: F=TI (es decir, la felicidad es una tarea interior). Como la mayoría de las cosas, la felicidad es fruto de una búsqueda. Por tanto, está al alcance de todos. El único problema es que, si la buscamos fuera (en la apariencia física, en el éxito, en la estima de los demás...) equivocamos el camino. 

Luego, a partir de esta idea: la felicidad es una condición natural del ser humano, hace diez sugerencias, cada una desarrollada en un capítulo del libro:

1. Debemos aceptarnos como somos.
2. Debemos aceptar la plena responsabilidad sobre nuestras vidas.
3. Debemos intentar satisfacer nuestras necesidades de relajación, ejercicio y nutrición. 
4. Debemos hacer de nuestras vidas un acto de amor.
5. Debemos expandirnos abandonando la seguridad de lo ya conocido.
6. Debemos aprender a ser buscadores del bien.
7. Debemos intentar crecer, no ser perfectos.
8. Debemos aprender a comunicarnos de verdad.
9. Debemos aprender a disfrutar las cosas buenass de la vida.
10. Debemos hacer de la oración parte de nuestra vida cotidiana. 

En esos diez capítulos, John Powell , con algunos ejercicios incluidos, nos introduce en el proceso gradual que él considera necesario para experimentar la verdadera felicidad. Pero, advierte:

"Estas vías hacia la felicidad humana son tareas para toda una vida. No se trata de cosas sencillas que se pueden hacer de una vez para siempre... La vida es un proceso de crecimiento gradual; las tareas vitales sólo se pueden realizar paulatinamente.  El sendero hacia la felicidad es un puente que hay que cruzar, no una esquina que hay que doblar". 




domingo, 18 de agosto de 2019

EL FUEGO DE JESÚS

"Vine a traer fuego a la tierra, y, ¡cómo desearía que estuviera ya ardiendo!"

Este DOMINGO el pasaje evangélico que proclamamos en nuestras celebraciones habla de FUEGO y DIVISIÓN. Pueden sonar extrañas estas palabras, pues no es el lenguaje habitual de Jesús. El fuego evoca al Espíritu, y tambien al Reino, y habla de quemar, purificar, dar calor, transformar. Habla de poner en cuestión las realidad, de sacar de la indiferencia, el acomodamiento, la mediocridad de la vida (incluso si somos gente de piedad, religiosos). Cuando vivimos con valor y confianza aquello que somos, siempre quemamos y dividimos en torno, y así, compartiendo el bautismo de Jesús (su cruz) ayudamos a transformar la realidad. 

Ser cristianos es ARDER, QUEMAR, ILUMINAR con el fuego interior que nos consume. Es arriesgar como Jeremías y los muchos testigos del Evangelio a lo largo de la historia; hay pozos que asustan, rechazos, persecuciones y martirios posibles, pero hay también una certeza, una confianza, "corriendo con constancia la carrera que nos espera, fijos los ojos en el que inició y consumó la fe, Jesús".

La invitación por tanto es esa: avivar la llama que un día Dios encendió en cada uno de nosotros, y VIVIR (arder) sin miedo; que el calor de la verdad acercará a unos y alejará a otros, e incluso ese fuego puede consumirnos, como se consume un cirio cuando arde. Pero también en esa entrega, en las cenizas, hay calor y hay luz, y ellos contagian y animan nuevas experiencias de vida.

El fuego más grande y más fuerte, el que más transforma, es el del AMOR; un horno del que siempre salimos renovados. El horno de la vida compartida, el de la fraternidad, el de esta humanidad necesitada siempre de redención. Ese fuego nos convierte en  PAN bueno para los demás, en pan partido y compartido como Cristo.

¡Bendito entonces este FUEGO que trae Jesús: que arda y nos queme, nos purifique y nos transforme!

Fray Manuel de Jesús, ocd

jueves, 15 de agosto de 2019

LA PRESENCIA REAL DE CRISTO

Hay, en los últimos tiempos, una profusión de imágenes de "custodias" y formas eucarísticas pululando en las redes; facebook está lleno de ellas. Las miro, leo los textos que las acompañan, y siento que algo falta, que no está completo el mensaje que pretenden trasmitir.  Pienso que, si no se entiende que esa "Presencia"  tiene su origen en la celebración litúrgica de una comunidad creyente, estamos trasmitiendo una imagen errada de nuestra fe

Puede que en teoría digamos que las cosas están claras, que ya eso se sabe, pero nuestra práctica cotidiana dice otra cosa: se habla poco o nada de la comunidad de fe, se aisla la capilla del Santísimo del resto del templo, los fieles entran y salen de ella en medio de la celebración eucarística. Al mantenerse expuesto el Santísimo permanentemente, parece que este es independiente y centro de la vida de la comunidad, y no la celebración eucarística. 
Al pan consagrado, signo de la Encarnación del Hijo de Dios, lo acabamos desencarnando, sublimando, elevando tanto, que deja de ser signo de una verdadera presencia real de Cristo en su comunidad, en medio del mundo. Todo lo anterior necesitaría una adecuada catequesis para que no vaya convirtiéndose en lo que NO ES nuestra fe. 

Hay un vínculo estrecho entre la comunidad de Jesús, la celebración eucarística y la conservación de las formas consagradas para el servicio a los enfermos y la adoración, y ha de entenderse siempre en ese orden

Primero la Iglesia, es decir, la comunidad creyente, el cuerpo de Cristo; luego, la comunidad que celebra, cumpliendo el mandato del Señor: la Eucaristía, ese momento que es fuente y culmen de la vida eclesial. En ella celebramos, alimentamos y anunciamos nuestra fe, y se cumple el memorial de la pasión, muerte y resurrección de Cristo en medio de su comunidad. "Hagan esto en memoria mía". 

¿Qué es lo que quiere Jesús que hagamos? No un rito, sino un estilo de vida, una comunión fraterna, que comparte el alimento que es Cristo; el rito representa, expresa, actualiza. Es reunirse en torno a la mesa para volver a celebrar la Vida con Cristo, su entrega generosa hasta el extremo, y escuchar su Palabra y recibir el Pan y el Vino de la Vida. Ese misterio de comunión, de la Iglesia que celebra, queda luego en ese lugar que llamamos "sagrario", en el que se conserva el pan consagrado, el cuerpo de Cristo, como expresión de todo lo anterior: de la comunión, de la atención a los pequeños, de la cercanía del Señor con su Iglesia.  

 El "Santísimo", que también le llamanos, no es independiente de lo anterior, ni es más importante que lo anterior; suelo decir que es como un eco de lo anterior, una presencia "sacramental" en medio del templo y de la vida de la comunidad, como el corazón que late, en medio de la vida comunitaria. ¿Es Presencia real? Por supuesto, como también es real la presencia de Cristo en su comunidad y en su celebración,  en su Palabra y en los demás sacramentos. Todas las formas de Presencia de Jesús en el mundo son reales. Y el pan y el vino consagrados durante la misa son "Cuerpo y sangre de Cristo", y los que la reciben son, por supuesto, Cuerpo de Cristo, Iglesia, y le llamamos "comunión" a ese momento de la celebración, porque alimenta y expresa la comunión de los bautizados. No se pueden separar esas tres realidades, o falseamos nuestra fe.

Pero entonces presentamos esas "custodias" enormes, a menudo super lujosas, como si representaran el centro de nuestra fe, lo máximo, y me pregunto siempre qué entenderan de ello los que no conocen nuestro credo. En la más reciente celebración del Corpus me vino esta imagen: tanta iluminación en esas grandes custodias ocultan la luz del pan partido y compartido. Sí, porque Jesús no se quedó sólo en el pan, sino en el pan que compartimos como comunidad creyente que celebra la Vida recibida de su Señor. Ese detalle es fundamental para entender la "Presencia" de Jesús en medio de los suyos, en la Eucaristía, y en las formas que conservamos luego en el Sagrario. Se trata de una "comida" en la que nos hacemos uno con Él, crecemos como discípulos y expresamos nuestro ser Iglesia. 


Ahí está el Misterio que adoramos, y que tiene su origen, no en unas palabras mágicas dichas por un sacerdote, sino en una promesa de nuestro Señor, en unas palabras y una invitación: "Hagan esto en memoria mía... donde dos o tres se reunan en mi nombre, ahí estaré en medio de ellos... hasta el fin del mundo".

Si me preguntan dónde está la definitiva Presencia real de Cristo, a la que nos remite la enseñanza del mismo Jesús, y por ello nuestras celebraciones, nuestras devociones, nuestros ritos, yo diría: el prójimo, la hermana o el hermano, también el desconocido que sale a nuestro encuentro en el camino de la vida. Ese es el Gran Misterio que custodiamos y anunciamos: que el Verbo de Dios se hizo parte de nuestra carne y nuestra historia, y que en ella tenemos que buscarlo; el Misterio necesita de ritos, signos, palabras, imágenes, pero corremos el peligro de quedarnos en ellos, y no mirar más allá. No mirar, iluminados por aquellas palabras que resuenan siempre con fuerza: "Cada vez que lo hiciste con uno de esos, conmigo lo hiciste".

 En lo sencillo y pequeño de este mundo Dios está y sale a nuestro encuentro: en la fragilidad de nuestra carne, en la tenue luz del pan compartido, en la fe de una comunidad creyente, en la oración confiada, en el abrazo entre hermanos, en la sonrisa de nuestros niños y la alegría de nuestros jóvenes, en la sabiduría y constancia de nuestros mayores, e incluso en el anhelo y la nostalgia insatisfechos de los que dicen no creer. Y todo eso está ahí, en la Eucaristía, pero dicho de tal manera que para escuchar y entender tenemos que "nacer de nuevo". 

Acabo pues esta reflexión, resumiendo: Comunidad-Eucaristía-Sagrario, en ese orden siempre. No es magia, ni siquiera me gusta hablar de "milagro". Es FE, es confianza en la promesa de Jesús, que pide, exige, un verdadero, profundo y confiado AMÉN. Para quién escuchó su invitación a seguirle no hay ninguna duda: Cristo está REALMENTE PRESENTE en medio de nosotros.


Fray Manuel de Jesús, ocd

LIBERTAD INTERIOR

“Ryokan, un maestro de Zen, llevaba un estilo de vida lo más sencillo posible en una pequeña choza al pie de una montaña. 
Una tarde, un ladrón entró en la choza y descubrió que allí no había nada para robar. 
En aquel momento llegaba Ryokan de un paseo y le sorprendió. 
- No es posible que hayas hecho un camino tan largo para visitarme y que te marches con las manos vacías. Por favor, toma mis ropas como regalo.
El ladrón quedó perplejo, pero cogió las ropas y se escabulló.
Ryokan se sentó desnudo y contempló la luna.
Pobre tipo –musitó–. Ojalá pudiera darle esa hermosa luna”. 

(Relato Zen)

martes, 13 de agosto de 2019

CUANDO LA VIDA TE SACUDE...

Vas caminando con tu taza de café... y de repente alguien pasa... te empuja y hace que se te derrame el café por todas partes.
-¿Por qué se te derramó el café?
-Porque alguien me empujó 

✔Respuesta equivocada:

Derramaste el café porque tenías café en la taza.

Si hubiera sido té...hubieras derramado té. 

Lo que tengas en la taza... es lo que se va a derramar. 

Por lo tanto... cuando la vida te sacude (qué seguro pasará) lo que sea que tengas dentro de ti...vas a derramar.

Puedes ir por la vida fingiendo que tu taza está llena de virtudes... pero cuando la vida te empuje vas a derramar lo que en realidad tengas en tu interior. 

Eventualmente sale la verdad a la luz.

Así que habrá que preguntarse a uno mismo. ¿Qué hay en mi taza?

Cuando la vida se ponga difícil... ¿qué voy a derramar?
¿Alegría... agradecimiento... paz... bondad... humildad?
¿O bronca... amargura...palabras o reacciones duras?

¡Tú eliges!

Ahora... trabaja en llenar tu taza con gratitud... perdón... alegría... palabras positivas y amables... generosidad... y amor para los demás. 

De lo que esté llena tu taza...tú eres el responsable.

Y mira que la vida sacude... sacude más veces de las que puedes imaginar

(Tomado de FACEBOOK)

jueves, 8 de agosto de 2019

VOCACIÓN DE MINORÍA (comentario de Jose Antonio PAGOLA)

Lucas ha recopilado en su evangelio unas palabras, llenas de afecto y cariño, dirigidas por Jesús a sus seguidores y seguidoras. Con frecuencia, suelen pasar desapercibidas. Sin embargo, leídas hoy con atención desde nuestras parroquias y comunidades cristianas, cobran una sorprendente actualidad. Es lo que necesitamos escuchar de Jesús en estos tiempos no fáciles para la fe.

«Mi pequeño rebaño». Jesús mira con ternura inmensa a su pequeño grupo de seguidores. Son pocos. Tienen vocación de minoría. No han de pensar en grandezas. Así los imagina Jesús siempre: como un poco de «levadura» oculto en la masa, una pequeña «luz» en medio de la oscuridad, un puñado de «sal» para poner sabor a la vida.

Después de siglos de «imperialismo cristiano», los discípulos de Jesús hemos de aprender a vivir en minoría. Es un error añorar una Iglesia poderosa y fuerte. Es un engaño buscar poder mundano o pretender dominar la sociedad. El evangelio no se impone por la fuerza. Lo contagian quienes viven al estilo de Jesús haciendo la vida más humana.

«No tengáis miedo». Es la gran preocupación de Jesús. No quiere ver a sus seguidores paralizados por el miedo ni hundidos en el desaliento. No han de preocuparse. También hoy somos un pequeño rebaño, pero podemos permanecer muy unidos a Jesús, el Pastor que nos guía y nos defiende. Él nos puede hacer vivir estos tiempos con paz.

«Vuestro Padre ha querido daros el reino». Jesús se lo recuerda una vez más. No han de sentirse huérfanos. Tienen a Dios como Padre. Él les ha confiado su proyecto del reino. Es su gran regalo. Lo mejor que tenemos en nuestras comunidades: la tarea de hacer la vida más humana y la esperanza de encaminar la historia hacia su salvación definitiva.

«Vended vuestros bienes y dad limosna». Los seguidores de Jesús son un pequeño rebaño, pero nunca han de ser una secta encerrada en sus propios intereses. No vivirán de espaldas a las necesidades de nadie. Serán comunidades de puertas abiertas. Compartirán sus bienes con los que necesitan ayuda y solidaridad. Darán limosna, es decir, «misericordia». Este es el significado del término griego.

Los cristianos necesitaremos todavía algún tiempo para aprender a vivir en minoría en medio de una sociedad secular y plural. Pero hay algo que podemos y debemos hacer sin esperar a nada; transformar el clima que se vive en nuestras comunidades y hacerlo más evangélico
El papa Francisco nos está señalando el camino con sus gestos y su estilo de vida.

19 Tiempo ordinario - C 
(Lc 12,32-48)
11 de agosto 2019

José Antonio Pagola
buenasnoticias@ppc-editorial.com

martes, 6 de agosto de 2019

TRANSFIGURADOS

Varias veces en el transcurso del año litúrgico leemos el relato evangélico de la Transfiguración de Jesús en lo alto del tabor. Parece evidente que parte de una fuerte experiencia espiritual vivida por los discípulos, aunque luego se narre con los elementos típicos de las teofanías bíblicas. Jesús sube al monte, acompañado de tres de los suyos, los más cercanos, y allí vive una experiencia que se describe como altura, resplandor, nube, diálogo, voz... Los discípulos no comprenden, quieren prolongar el bienestar que sienten, y al final se les invita a no revelar lo vivido.

Lo mismo que el Bautismo de Jesús está teologicamente vinculado con las tentaciones en el desierto, así también la transfiguración está vinculada con la experiencia de la pasión y muerte de Jesús. Además, parecen estar en paralelo en Lucas los relatos de la transfiguración y la oración en el huerto; en ambas Jesús vive algo fuerte, sobrenatural, acompañado de los mismos discípulos, animado ya sea por Moisés y Elías o por un ángel, mientras los suyos están totalmente despistados o se duermen.

Como escribe Enrique Martínez Lozano, al comentar el pasaje bíblico de hoy: "Todas las circunstancias difíciles, incluido el dolor y la muerte, pueden ser vividas desde una experiencia de plenitud, siempre que seamos capaces de no desconectar de nuestra verdadera identidad". Ese el mensaje que queda a la comunidad creyente, y al discípulo luego: En medio de la prueba es fundamental conectar con la luz que nos habita. Nuestra identidad, de hijas e hijos de Dios, no desaparece en los momentos de oscuridad y prueba, sino que se refuerza, y por ello debemos entregarnos con confianza, pidiendo a Dios ser transfigurados a imagen de Cristo.

 Esa imagen luminosa, la de Cristo Resucitado, está en cada uno de nosotros; es la imagen de Dios en sus creaturas, es el jardín interior de que habla Teresa, y el Sol que brilla en cada ser humano, según Merton. Es el resplandor de Cristo que nos alcanza, ofreciéndonos una vida nueva, que nace de la misericordia, del perdón y el amor infinitos de Dios. 

Que esa luz, pedimos cada día, pueda más que el dolor, el pecado y la muerte, y nos TRANSFIGURE.

P.Manuel Valls, ocd

jueves, 1 de agosto de 2019

SAN ALFONSO: AMOR AL POBRE, LIBERTAD Y COMPASIÓN

    San Alfonso María de Ligorio, C.Ss.R., (Marianella, Reino de Nápoles, 27 de septiembre de 1696 - Pagani, Reino de Nápoles, 1 de agosto de 1787) fue un religioso napolitano, obispo de la Iglesia católica y fundador de la Congregación del Santísimo Redentorcuyos miembros se conocen como redentoristas. Se lo considera un renovador de la moral de su tiempo.​ Canonizado en 1839 y proclamado «Doctor de la Iglesia» en 1871, es el patrono de los abogados católicos, de los moralistas y de los confesores. Escribió más de 111 obras, entre las cuales cabe destacar el Tratado de Teología moral, escrito entre 1753 y 1755 y Las glorias de María, uno de los más renombrados libros sobre temas marianos​ escrito entre 1734 y 1750.

    Bautizado con los nombres de Alfonso María Antonio Juan Francisco Cosme Damián Miguel Ángel Gaspar de Ligorio, fue hijo de José de Ligorio y Ana María Catalina Cavalieri de Ligorio. Fue el primero de siete hermanos en el marco de una familia de la nobleza napolitana. Ingresó en la Hermandad de la Nobleza aún joven y comenzó su formación intelectual aprendiendo los idiomas español, francés, griego y latín. También inició estudios de geografía, literatura, matemáticas, gramática, música, arquitectura, pintura y arte animado por su padre, quien deseaba que fuera un exitoso político. En 1708, siendo un adolescente de 12 años, dado su gran conocimiento se matriculó en la Facultad de Derecho de la Universidad de Nápoles, y esta Facultad lo aceptó el 19 de marzo de ese año en el Colegio de Doctores.​ Como un caso excepcional, a los 16 años obtuvo con notas sobresalientes el grado de doctor en derecho civil y en derecho canónico.

    Como abogado tuvo varios éxitos ya que inspiraba confianza en sus defendidos, persuadía mediante su elocuencia y un marcado desinterés por el dinero. Sin embargo, decidió apartarse de la profesión cuando defendió al Doctor Orsini contra el duque de Toscana. Cuando pensaba haber obtenido el triunfo de su cliente, le hicieron firmar una declaración amañada en la cual establecía que se había equivocado. Alfonso se retiró a su casa y se dedicó a rezar y a llorar.

    Seguidamente hizo un retiro en el Convento de los Lazaristas y se confirmó en la cuaresma de 1722, lo cual reavivó su fervor religioso. El 28 de agosto de 1723, estaba visitando a los enfermos del Hospital de Incurables, cuando experimentó un llamado interior a renunciar a posesiones materiales y seguir a Jesucristo, reiterándose esta situación lo que le hizo dejar el Hospital y renunciar a su espada de caballero ante una imagen de María en la «iglesia de Santa María de la Redención de los Cautivos». Así decidió hacerse sacerdote ingresando como novicio en el Oratorio. Su padre, molesto ante el fracaso de los planes de matrimonio que concibió para su hijo, y por el rechazo de su hijo hacia la abogacía, ofreció una enérgica oposición de dos meses a la decisión de Alfonso. Finalmente, el padre le dio permiso de hacerse sacerdote, bajo la condición de que viviese en su casa, lo cual Alfonso aceptó, siguiendo el consejo de su director espiritual que era oratoriano. El 23 de octubre recibió el hábito clerical, y continuó con sus estudios sacerdotales en su casa.

    Recibió las órdenes menores en diciembre de 1724, y el subdiaconado en septiembre de 1725. Fue ordenado diácono el 6 de abril de 1726, y poco después pronunció su primer sermón. El 21 de diciembre de 1726, a la edad de treinta años, fue ordenado sacerdote. Rápidamente obtuvo fama en Nápoles como predicador popular. Por un total de seis años se consagró a la evangelización de Nápoles y de su región.

    Alfonso vivió los primeros años de su sacerdocio con la gente «sin techo» y la juventud marginada de Nápoles. Fue entonces cuando fundó las llamadas «Capillas del atardecer», organizadas por los propios jóvenes. Se trataba de lugares de oración, de comunidad, de escucha de las Sagradas Escrituras, de actividades sociales y de formación. 

    En 1729, Alfonso emprendió un circuito misionero más amplio. En el interior del entonces Reino de Nápoles, encontró gente mucho más pobre y abandonada que los niños y jóvenes que había visto hasta entonces en las calles de Nápoles.​ Su forma de predicar sencilla y directapara que el campesino humilde pueda comprender el mensaje») tuvo fuerte influencia moral y espiritual en su audiencia.

    El 9 de noviembre de 1732, Alfonso fundó la «Congregación del Santísimo Redentor», orden conocida hoy como Redentoristas.​ La congregación, que por 17 años se llamó «Congregación del Santísimo Salvador», comenzó a funcionar en un pequeño hospicio perteneciente a las monjas de Scala. Aunque Alfonso era el fundador y de hecho la cabeza del Instituto, en un principio la dirección general fue asumida por el Obispo de Castellamare. Recién a la muerte de este último, el 20 de abril de 1743, Alfonso fue elegido formalmente como Superior-General.

    Fue el Papa Benedicto XIV quien aprobó la Regla y el Instituto para hombres en 1749. Durante todos esos años, Alfonso le imprimió a su trabajo un carácter eminentemente misionero. Se dedicaba gran parte de cada año a atravesar el Reino de Nápoles llevando misiones, incluso a los pueblos más pequeños.

    Alfonso María de Ligorio fue nombrado obispo de la pequeña diócesis de Agatha dei Goti en 1762 por el Papa. Este nombramiento le aterró, queriendo renunciar de inmediato a tal honor. Sin embargo, el Papa no le aceptó la renuncia. Allí ejerció su ministerio episcopal entre 1762 y 1775.​ Fue un innovador en sus esfuerzos por reformar la administración de la diócesis y elevar la calidad y el entrenamiento del clero.

    El período que permaneció en Agatha dei Goti fue aquel en el cual se produjo su transformación somática tan conocida iconográficamente, resultado de una artrosis cervical progresiva.​ En 1775, como consecuencia de la salud cada vez más débil de Alfonso, el papa Pío VI hizo lugar a sus insistentes ruegos y le permitió volver a la casa redentorista de Pagani, donde le aguardaban sus años más amargos.

    En efecto, sus últimos doce años serían todavía más difíciles y dolorosos, por los agudos sufrimientos físicos, los tormentos espirituales, los esfuerzos agotadores por ganar reconocimiento para la congregación y la existencia de amargas contiendas dentro de la misma.​ Junto con la necesidad de la aprobación vaticana de su regla, se requería también la obtención de la aprobación del monarca reinante en Nápoles, en ese tiempo bajo el control de España. Alfonso sintió que su proyecto estaba atrapado en medio de las tensiones entre la Iglesia y el Estado. 

    Prácticamente ciego e incapacitado para dirigir personalmente a su grupo, fue expulsado de la orden que él mismo había fundado como consecuencia de no haber leído un documento de vital importancia antes de firmarlo. Ni siquiera su virtual ceguera y su salud declinante fueron aceptadas como atenuantes. Así, él atravesó circunstancias eclesiásticas sumamente amargas en razón de esa situación canónica irregular de los redentoristas del reino de Nápoles, y se vio alejado de su propia congregación por decisión equivocada del papa Pío VI en 1780.​ Su pacífica muerte, a los 90 años, el 1 de agosto de 1787, puso fin a estas pruebas.

    Poco después, cesaron las divisiones en su congregación y se reconocieron los errores cometidos contra él. Los redentoristas obtuvieron el reconocimiento pleno y se expandieron primero por Europa y América del Norte, hasta totalizar hoy su presencia en 78 países del mundo.

    Alfonso María de Ligorio adquirió fama de santidad ya en vida y pocos meses después de su muerte se inició el proceso de valoración de su persona por parte de la Iglesia. El 20 de febrero de 1807 la Iglesia católica declaró la heroicidad de las virtudes de Alfonso María de Ligorio. Fue beatificado el 15 de septiembre de 1815 y canonizado por el papa Gregorio XVI el 26 de mayo de 1839 . En 1871, Pío IX lo declaró doctor de la Iglesia. Es el único caso en que una persona recibió ese título a menos de un siglo de acaecida su muerte. En 1950, Pío XII lo proclamó patrono de los confesores, de los moralistas,​ y de Pagani. La ciudad de Nápoles lo tomó como santo patrón, junto con san Jenaro y Tomás el Apóstol.

    Alfonso María de Ligorio es considerado uno de los grandes maestros de la vida espiritual de la Iglesia católica,​ y uno de los santos que mayor influencia tuvo en la devoción a María, madre de Jesús. En tiempos en que el miedo constituía el matiz predominante de la espiritualidad, su prédica destacó por enfatizar la misericordia y el perdón de Dios.​

    Elaboró un sistema de teología moral que recibió el nombre de equiprobabilismo,​ sistema que evita los excesos del rigorismo en general, del jansenismo en particular, y del laxismo. Se opuso al legalismo estéril y al rigorismo estricto que, según él, cerraba los caminos del Evangelio. Sostenía que tal rigor no se había enseñado ni practicado en la Iglesia. Su sistema de teología moral se caracteriza por su prudencia, evitando el probabilismo y, en particular, el laxismo, como así también el rigor jansenista extremo.

    En su Teología Moral, Ligorio enseñó que todos están llamados a la salvación, y que los medios se hallan disponibles para todas las personas. Según él, la salvación no es cuestión de "torturas" o de un cumplimiento legalista de la ley, sino de una vida de amor. El valor de la libertad humana y la importancia de una conciencia individual informada fueron otros temas sobre los que Ligorio puso el énfasis. Al mismo tiempo fue un pionero en resaltar la importancia de tomar en cuenta las circunstancias concretas de una situación al evaluar la conducta moral.
     No basta la objetividad de la norma para fundamentar la obligación moral: es necesario que la norma sea conocida, y que toda forma de ignorancia invencible, involuntaria, sea excluida. Aquí se ve cómo para Alfonso los derechos de la conciencia, que es al fin y al cabo la subjetividad personal en su actuación moral, deben ser reconocidos y asimismo defendidos frente a toda concepción meramente legalista y extrínseca de la moralidad de los actos

    El teólogo redentorista Marciano Vidal García llamó a Alfonso María de Ligorio «el santo del siglo de las Luces», porque su moral no es ajena a los ideales de la Ilustración.​ En igual sentido, Bruno Forte señaló que algunos rasgos de la moral propuesta por Ligorio coinciden con el espíritu nacido de aquel movimiento cultural e intelectual europeo: la promoción de la razón, dando más importancia a la argumentación intrínseca que a los argumentos de autoridad; la aceptación de los datos objetivos de la «experiencia» en oposición a los «prejuicios» como criterios de orientación humana; yla inclinación hacia el valor de la libertad cuando la ley no es cierta.​

    Junto con Francisco de Sales (1567-1622), Alfonso María de Ligorio puede considerarse uno de los grandes promulgadores de un nuevo tipo de devoción en Europa. En efecto, el siglo XVIII en el cual vivió se caracterizó por ser un período de transición en la historia de la práctica devocional. Tanto Francisco de Sales como Alfonso Ligorio hicieron hincapié en aspectos personales y afectivos en su forma de manifestar su piedad, subrayando el matiz individual en su relación con Dios.


    El catálogo de obras de Alfonso María de Ligorio alcanza 111 títulos, a los que se suman tres volúmenes con la edición de su correspondencia. Entre originales y traducciones en 70 idiomas, se contabilizan 21 000 ediciones. Una de las innumerables ediciones a su libro Visitas al Santísimo Sacramento tuvo una tirada de 250 000 ejemplares.​ Por su parte el libro Las glorias de María alcanzó en 2012 las 818 ediciones en todo el mundo.​

    .