jueves, 23 de diciembre de 2021

CELEBRAR A JESUCRISTO EN LA NAVIDAD

 

Preparándome para las celebraciones de la ya inminente NAVIDAD, encuentro en mis lecturas algunas ideas sencillas que me parecen iluminadoras para vivir este tiempo litúrgico de manera renovada. Es un tiempo propicio para "aquellos que todavía buscan y quisieran reencontrar la persona de Cristo".

 Puede suceder que en nuestras catequesis y predicaciones no hablemos suficientemente de Cristo; su persona se pierde en medio de otros muchos conceptos e imágenes religiosas. Incluso en este tiempo navideño puede primar lo anecdótico, quedándonos en la admiración ante el niño en el pesebre, con ternura, pero también con un exagerado edulcoramiento, olvidando lo esencial de esta festividad litúrgica.

Fijémonos en el párrafo siguiente: 

 "Los orígenes de la Navidad no tienen verdaderamente nada en común con una tan pronunciada insistencia sobre la infancia de Jesús. Al contrario, la venida del Verbo en la carne está íntimamente ligada al misterio de la Pascua y es una de las características típicamente cristianas de la Encarnación. Esto no significa sólo "Dios con nosotros", sino también nosotros, rescatados con Dios. La humanidad trastornada ha sido hecha partícipe de su rescate para entrar en la vida misma de Dios. En el pensamiento tradicional de la Iglesia, la Encarnación no tiene nada de poético, supone un realismo casi brutal: la venida del Verbo en la carne significa el cumplimiento de la voluntad del Padre hasta la muerte en cruz. Y otra característica de la Encarnación según la fe cristiana: No es venida de Dios para estar con nosotros, sino venida para que nosotros estemos con él". 

 Sería pues un punto de partida para un proceso de divinización, que no se realiza por sí mismo, sino en la medida en que seamos capaces de acoger y trabajar con ese Cristo que viene a nosotros para transformar nuestra historia y la historia de nuestro mundo. Más allá de conceptos teológicos vinculados a esta verdad de fe, necesitamos entender el sentido, la utilidad, de esta venida de Dios al mundo en nuestra carne, y comprenderla en conexión con el misterio de la Alianza de Dios con su pueblo y con la Pascua

La Navidad es más que un recuerdo folklórico que permite activar tradiciones, u oportunidad para celebrar con la familia y los amigos, o incluso irnos de vacaciones aprovechando los días feriados. La Encarnación de Cristo es el elemento necesario para la comprensión de todos los sacramentos, y sobre todo de la celebración de la Cena, actualmente de la Misa. 

¿Cómo soñar con un contacto real con Dios sin esta Encarnación?

(Ideas tomadas de Adrien Nocent, Celebrar a Jesucristo)

miércoles, 22 de diciembre de 2021

LA HISTORIA DEL VERBO DE DIOS

La historia del Verbo de Dios
(Juan 1,1-5.9-14) (forma breve)

Dos advertencias:

1. Según muchos comentaristas, el autor del cuarto evangelio utilizó al comienzo un himno sobre el Verbo Dios, introduciendo por medio, en dos ocasiones, sendas referencias a Juan Bautista. La liturgia permite elegir entre la forma larga, con todo el texto actual, y la breve, que suprime lo referente a Juan. Es esta la que comentaré brevemente, presentando el himno como una historia del Verbo de Dios en cinco etapas.

2. Para comprender esta historia habría que conocer las reflexiones sobre la Sabiduría de Dios en los dos siglos antes de Jesús. En el segundo domingo después de Navidad se vuelve a leer el prólogo de Juan, y la lectura que lo acompaña es, con razón, la del libro del Eclesiástico.

Primera etapa: la Palabra junto a Dios

En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio junto a Dios.

«En el principio creó Dios el cielo y la tierra». Así comienza el libro del Génesis. Para el autor del prólogo, en ese momento existía ya el Verbo, junto a Dios. Es lo mismo que se dice de la Sabiduría en el libro de los Proverbios y en el Eclesiástico.

Segunda etapa: el Verbo y la creación

Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió.

Aunque parece una nueva matización del Génesis, supone un desarrollo. Allí se dice que Dios crea por su palabra («dijo Dios») y su acción. Aquí, esa palabra se convierte en compañera suya imprescindible durante el acto creador. Todo fue creado por el Verbo: sol, luna, estrellas, montañas, mar, animales de toda especie, ser humano. Además de habernos creado, es también nuestra vida y nuestra luz. Dos términos claves en la teología del cuarto evangelio, que presentará a Jesús como «el camino, la verdad y la vida». En esa misma teología encaja la referencia a la tiniebla como símbolo de la oposición a Jesús y a Dios.

Tercera etapa: el mundo, creado por el Verbo, lo ignora.

En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció.

El mundo no se refiere aquí a los seres inanimados sino a las personas que ignoran a Dios, no lo adoran, o prescinden de él. El autor del Prólogo piensa en los pueblos paganos, que podrían haber conocido al Dios verdadero, pero que habían caído en diversas formas de idolatría.

Cuarta etapa: la Palabra se instala en Israel; unos lo rechazan, otros la acogen.

Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios.

¿Qué hará el Verbo cuando se vea ignorado por el mundo? Para un judío, la respuesta es clara: refugiarse en Israel, el pueblo elegido, igual que hacía la Sabiduría: «Eché raíces entre un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad». Pero el Verbo se encuentra con una desagradable sorpresa: «los suyos no lo recibieron». Da la impresión de que un autor posterior consideró esta afirmación demasiado pesimista y añadió que algunos lo recibieron, convirtiéndose en hijos de Dios. Pero este aparente añadido destruye el dramatismo del himno primitivo.

Quinta etapa: el Verbo se hace carne y habita entre nosotros.

La Palabra ha sufrido dos derrotas: el mundo la ignora, su pueblo la rechaza. ¿Qué haría cualquiera de nosotros en su lugar? Quedarse junto a Dios y olvidarse de todos. Afortunadamente, Dios no es así. El Verbo toma la decisión más asombrosa que se puede imaginar.

Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.

Reflexión final

El fiel cristiano que haya acudido a la iglesia pensando escuchar unas lecturas bonitas y sencillas sobre Jesús niño y los pastores se encuentra en la misa del día con unas lecturas muy teológicas, pero que le recuerdan la dignidad e importancia de ese niño que ve en el pesebre.

José Luis Sicre

LITURGIA DE NAVIDAD (LAS TRES MISAS).

La celebración de tres misas el día de Navidad debe de ser muy antigua, porque la famosa Misa del Gallo, por la noche, se remonta al siglo V. Sigue la misa de la aurora y se termina con la misa del día. Cada una de ellas tiene sus lecturas propias, las mismas en los tres ciclos (A, B, C). No es normal que la gente asista a las tres misas. Por eso indico brevemente el mensaje global de los tres evangelios.

(Nota mía: En realidad son cuatro misas, porque hay una Misa de Vísperas de Navidad, con los mismos motivos bíblicos y litúrgicos).

El de la misa del Gallo nos habla de un niño que nace muy pobremente, sin nada que envidiarle a los más pobres de la actualidad. Pero, inmediatamente después, un ángel nos presenta a ese niño como Salvador, Mesías y Señor.

El de la misa de la aurora indica diversas reacciones ante ese niño: los pastores corren a visitarlo y vuelven alabando y dando gloria a Dios; los presentes se admiran; María medita todo lo que oye.

El evangelio de la misa del día, el Prólogo de Juan, dice de ese niño algo más grande que el ángel a los pastores: es el Verbo de Dios, que lo acompaña desde el principio, antes de la creación. Y, aunque fue ignorado por el mundo y rechazado por su propio pueblo, se hizo carne, habitó entre nosotros y nos concede poder ser hijos de Dios.


25 de diciembre. Misa de medianoche

Aunque desconocemos el día y la hora en que nació Jesús, imagino que fueron estas palabras del libro de la Sabiduría las que animaron a situar el nacimiento a medianoche: «Un silencio sereno lo envolvía todo, y al mediar la noche su carrera, tu palabra todopoderosa se abalanzó desde el trono real de los cielos» (Sab 18,14-15).

En cualquier caso, el papa Sixto III (siglo V d.C.), introdujo en Roma la costumbre de celebrar en Navidad una vigilia nocturna, a medianoche, «en seguida de cantar el gallo», en un pequeño oratorio situado detrás del altar mayor de la Basílica de Santa María la Mayor. Ya que los antiguos romanos denominaban Canto del Gallo al comienzo del día, a la medianoche, se quedó con el nombre de Misa de Gallo la que se celebraba a esta hora.

La liturgia, con tres lecturas preciosas y muy ricas de contenido, suponen un desafío para quien pretenda comentarlas sin agotar al auditorio.

Tres motivos de alegría (Isaías 9,2-7)

 El profeta se dirige a un pueblo que camina en tinieblas, que ha sufrido durante un siglo la opresión del imperio asirio, y le anuncia un cambio prodigioso: un mundo de luz y alegría. Por tres motivos:

el fin del opresor, el imperio asirio, que oprime a Israel con el yugo y el bastón, como si fuera un animal de carga; será derrotado, igual que lo fueron los madianitas en tiempos de Gedeón;

el fin de la guerra, simbolizado por la desaparición, no de lanzas y espadas, sino de los elementos menos peligrosos del soldado: bota y túnica;

la aparición de un niño, que se puede interpretar como el nacimiento de un príncipe o su entronización. Influido por el ritual egipcio, se coloca sobre sus hombros un manto que simboliza el poder, y se le dan diversos nombres: en Egipto eran cinco, aquí son cuatro, que expresan las cualidades más admirables que se pueden esperar de un gobernante: que sepa aconsejar, que sepa defender, que se comporte como un padre con sus súbditos, que traiga un reinado de paz. Por último, abandonando el influjo egipcio y con mentalidad plenamente judía, se relaciona a este niño con David. Y su labor de paz, justicia y derecho, aparentemente imposible, será obra del celo de Dios.

Dos motivos de compromiso (Carta a Tito 2,11-14).

El autor une la primera venida de Jesús («se ha manifestado la gracia de Dios») con la segunda y definitiva («la manifestación gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo»). ¿Motivos de alegría? Sin duda. Pero estas dos venidas son también motivo de compromiso. Amor con amor se paga. Hay que renunciar a la vida sin religión y a los deseos mundanos, llevar una vida sobria y honrada, esperar la vuelta del Señor, dedicarse a las buenas obras.

¿Un niño pobre o un personaje maravilloso? (Lucas 2,1-14)

El evangelio de esta noche consta de dos escenas radicalmente distintas, pero que se complementan.

El nacimiento de un niño pobre

La primera escena, que se desarrolla únicamente en la tierra, contrasta a poderosos y débiles. Empieza hablando del emperador Augusto, con autoridad para dar órdenes a todos sus súbditos, y del gobernador de Siria, Cirino, que manda empadronarse a la población de su provincia, cada cual en su ciudad, sin preocuparle las molestias que eso puede causar.

Frente a los poderosos, los débiles, representados por una familia muy modesta, a la que solo le cabe obedecer, aunque la esposa deba recorrer, embarazada, los 150 km de Nazaret a Belén. Según Lucas, cuando llegan a su destino no encuentran alojamiento y deben pasar algunos días en la parte baja de una casa, donde están los animales. Son pobres, y para ellos no hay sitio en el piso de arriba («la posada»).

Los «nacimientos» que se montan actualmente en iglesias, casas particulares y otros sitios, ofrecen un pesebre bonito y limpio. Lucas piensa en uno muy distinto, en el que habrá comido un animal poco antes, arreglado aprisa para recostar al niño.

Es una escena de pobreza y humillación. Basta pensar en José, un padre que no tiene otra cosa que ofrecer a su mujer y a su hijo. La escena no se presta a comentarios románticos, sino a preguntas candentes: ¿por qué Gabriel no le dijo a María toda la verdad? ¿Por qué le anunció que su hijo sería el rey de Israel sin advertirle que no tendría riqueza ni poder? ¿Por qué elige Dios el camino de la pobreza y la humillación? ¿Por qué rechazamos los cristianos a quienes no pueden pagarse un pasaje en avión o en barco para llegar hasta nosotros? ¿Por qué no imaginamos que Dios pueda nacer en una chabola de mala muerte, en una familia pobre que trabaja recogiendo la aceituna? ¿Se puede esperar algo de este hijo de emigrantes, que no tendrá cultura ni formación?

El Salvador, el Mesías, el Señor

La segunda escena se desarrolla en cielo y tierra. Es también de poderosos y débiles, de ángeles y pastores. La profesión de pastor, aunque a algunos le recuerde a los antiguos patriarcas de Israel, era de las más despreciadas y odiadas en aquel tiempo, sobre todo por los campesinos. En la escala social de la época, los pastores ocupan el penúltimo lugar, el de las clases impuras, porque su oficio se equipara al de los ladrones. Y pasar la noche al aire libre, vigilando el rebaño, no es la ocupación más agradable. El hecho de que el ángel se dirija a ellos deja clara la «política incorrecta» de Dios. El gran anuncio del nacimiento del Mesías no se comunica al Sumo Sacerdote de Jerusalén, ni a los sacerdotes y levitas, ni a los estudiosos escribas, ni a los piadosos fariseos.

Por otra parte, el anuncio modifica totalmente la imagen de la escena anterior. El niño que ha nacido no es un simple niño pobre. Su nacimiento supone «una gran alegría para todo el pueblo», porque es Salvador, Mesías y Señor. Este ángel anónimo es muy escueto. No comenta ninguno de los tres títulos. Pero es más sincero que Gabriel. No oculta que, a pesar de su grandeza, el niño está envuelto en pañales y acostado en un pesebre.

Afortunadamente, los pastores no son especialistas en la Biblia ni teólogos. En tal caso habrían preguntado de inmediato de qué o de quién iba a salvar ese niño; si era un mesías-rey, como David, o un mesías-sacerdote, como Aarón; si su señorío era igual que el de Dios o que el del César; si los pañales y el pesebre debían ser interpretados de forma real o simbólica… y cómo se compagina la «gran alegría para todo el pueblo» con el hecho de que, años después, el pueblo termine alejándose del Calvario golpeándose el pecho. En realidad, los pastores no tienen tiempo de preguntar nada porque, de pronto, aparece una legión del ejército celestial alabando a Dios y proclamando la paz.

¿Qué harán los pastores? Quien desee saberlo tendrá la respuesta en el evangelio de la Misa de la Aurora.

Pero el lector del evangelio puede ponerse en su lugar y advertir el mensaje que le está proponiendo Lucas. La vida de Jesús se puede interpretar de dos formas muy distintas: desde una óptica puramente humana o desde la fe. La primera resulta descarnada y dura. La segunda puede parecer ingenua; si no de cuento de hadas, de cuento de ángeles. Si se mantiene en la primera, terminará viendo a Jesús como un personaje peligroso y considerando justa su condena a muerte. Si acepta la segunda, a pesar de todas las dudas, terminará creyendo en él como su Salvador.



25 de diciembre. Misa de la aurora

El evangelio de la misa del Gallo nos dejaba con una duda: ¿qué harán los pastores tras escuchar al ángel y al coro celeste? No han recibido ninguna orden, solo una buena noticia. Lucas no se limita a contar su reacción.

Tres reacciones ante la noticia (Lucas 2,15-20)

El evangelio empieza y termina con los pastores, que corren a Belén y vuelven alabando y dando gloria a Dios. Esta gente, tan despreciada socialmente, corre hacia Jesús, cree que un niño envuelto en pañales y en un pesebre puede ser el futuro salvador, aunque ellos no se beneficiarán de nada, porque, cuando ese niño crezca, ellos ya habrán muerto. La visita de los pastores simboliza lo que dirá Jesús más tarde: «Te alabo Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla».

Está también presente un grupo anónimo, que podría entenderse como referencia a la demás personas de la posada, pero que probablemente representa a todos los cristianos, que se admiran de lo que cuentan los pastores.

Finalmente, el personaje más importante, María, que conserva lo escuchado y medita sobre ello. En los relatos de la infancia, Lucas ofrece dos imágenes muy distintas de María. En la anunciación, Gabriel le comunica que será la madre del Mesías, y ella termina alabando en el Magnificat las maravillas que Dios ha hecho en ella. Sin embargo, cuando Jesús nace, Lucas habla de María de forma muy distinta. A partir de ese momento, todo lo relacionado con Jesús le resulta nuevo y desconcertante: lo que dicen los pastores, lo que dirá Simeón, lo que le dirá Jesús a los doce años cuando se quede en Jerusalén. En esas circunstancias, María no repite: «proclama mi alma la grandeza del Señor». Se limita a callar y meditar, igual que hará a lo largo de toda la vida pública de Jesús.

Estas tres actitudes se complementan: la admiración lleva a la meditación y termina en la alabanza de Dios.

Lucas juega con el lector, lo desafía. ¿Qué salvador les ha nacido a los pastores? ¿Qué señal portentosa puede ser un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre? Al día siguiente, los pastores estarán de nuevo con el rebaño, vigilando en medio del frío. Pero su vida ha cambiado, y la dureza de su vida no les impide alabar y dar gloria a Dios. Con ello se convierten en un ejemplo perfecto para el cristiano.

Una buena noticia para Jerusalén y la Iglesia (Isaías 62, 11-12)

Este breve pasaje recoge una imagen típica de la época del destierro en Babilonia: Jerusalén como esposa y madre. Como esposa, su marido, el Señor, la ha abandonado; como madre, ha perdido a su hijos, ha quedado despoblada. El profeta le anuncia un cambio radical: su marido vuelve, como salvador, acompañado de sus hijos.

La liturgia aplica este anuncio de la llegada de un salvador al nacimiento de Jesús. Y en los pastores podemos ver a ese «pueblo santo» y a «los redimidos del Señor». Cuando se piensa en los millones de cristianos que celebran la Navidad, vemos cómo se cumple la antigua profecía.

Una buena noticia para nosotros (Carta a Tito 3,4-7)

El evangelio habla de tres reacciones ante el nacimiento de Jesús. La carta de Pablo se centra en Dios y en nosotros.

Ante todo, lo ocurrido es una manifestación de la bondad de Dios y de su amor al hombre. Como diría el cuarto evangelio: «De tal manera amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único» (Juan 3,16). Si la gente se admiró de lo que decían los pastores, igual debemos admirarnos nosotros de esta prueba del amor de Dios. Sobre todo, teniendo en cuenta que no es algo que nosotros hayamos merecido ni ganado por nuestros propios méritos.

Además, la salvación que entonces tuvo lugar se actualiza en nuestro bautismo, que nos hace nacer de nuevo, nos concede abundantemente el Espíritu Santo, y nos hace herederos de la vida eterna, donde «estaremos siempre con el Señor» (1 Tesalonicenses 4,17).



25 de diciembre. Misa del día

La misa de la aurora nos presentó a María meditando lo que han contado los pastores. Es una pena que Lucas, que transmitió en el Magnificat su reacción a las palabras de Isabel, en este caso guarde silencio. Dos teólogos cristianos, los autores del cuarto evangelio y de la carta a los Hebreos, sí nos dejaron su reflexión sobre Jesús y su nacimiento. La liturgia les antepone la visión de un profeta-poeta.

«El Señor ha consolado a su pueblo» (Isaías 52,7-10)

El texto de Isaías de la misa de la aurora presentaba a Jerusalén como esposa y madre, que recupera a su esposo y sus hijos. Este la presenta como ciudad, sin rey y en ruinas después de la caída en manos de los babilonios. Pero el mensaje de esperanza es el mismo: Dios vuelve a ella como rey, y las ruinas, reconstruidas, cantarán de alegría. Como en el caso anterior, la liturgia aplica la venida de Dios-rey a Jesús, que nace como Mesías y Salvador.

«El Señor nos ha hablado por su Hijo» (Hebreos 1,1-6)

Imaginemos al autor de la carta ante el pesebre. Pero el niño no acaba de nacer, él escribe bastantes años después. Es mucho lo que ya se ha dicho y discutido sobre Jesús. Y él comienza su carta con un resumen ambicioso, que abarca desde el comienzo de los siglos hasta la glorificación del Señor.

Lo primero que destaca es la novedad de que Dios nos hable a través de su Hijo, no a través de profetas. Un hecho tan grande que no debemos esperar algo distinto y mayor: estamos en la «etapa final».

Luego acumula palabras para describir la dignidad del Hijo. Retrocede del momento en el que hereda todo (se supone que tras la resurrección) al momento en el que intervino en la creación del mundo. Habla de su identidad e identificación con Dios con expresiones misteriosas: «reflejo de su gloria, impronta de su ser». Dedica una frase, casi de pasada, a la vida terrena, en la que solo sugiere, de forma velada, su muerte, que purifica nuestros pecados. Y termina con su triunfo a la derecha de la Majestad y su encumbramiento por encima de los ángeles.

San Ignacio de Loyola, al hablar del nacimiento de Jesús, sugiere al ejercitante pensar cómo el Señor nace en suma pobreza «y al cabo de tantos trabajos, de hambre, de sed, de calor y de frío, de injurias y afrentas, para morir en cruz» (Ejercicios espirituales, nº 110). El autor de la carta a los Hebreos tiene una perspectiva más amplia. No menciona aquí los sufrimientos y la muerte (tema que desarrollará más adelante) sino su triunfo y su gloria.

(Jose Luis Sicre, FE Adulta)

sábado, 11 de diciembre de 2021

EUCARISTÍA: EL ROSTRO DEL RESUCITADO EN LA COMUNIDAD QUE SE REUNE EN SU NOMBRE

 

Son muchos  los que piensan que la celebración de la eucaristía se comienza con los ritos iniciales, cuando el sacerdote dice: "En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo". Y no es cierto, la celebración se inicia antes: cuando se comienza a reunir la comunidad cristiana. Porque Cristo, que nos invita, está ya ahí esperándonos para darnos la bienvenida, iniciando así la fiesta

 Según el evangelio de Mateo, las últimas palabras de Jesús antes de ascender a los cielos fueron estas: Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28, 20). Estas palabras aseguran su presencia en la asamblea de los hermanos. El autor del Apocalipsis tuvo una viva experiencia de la presencia del Resucitado en la celebración litúrgica del día del Señor (el domingo) cuando sintió que Cristo le ponía la mano en el hombro y le decía: Soy yo, no temas (Ap. 1, 12-17). En la asamblea eucarística, el Señor mismo nos pone también a nosotros la mano sobre el hombro en señal de amistad y nos dice: Soy yo, no teman. El concilio Vaticano II nos asegura que "en estas asambleas, aunque sean pequeñas y pobres o vivan en la dispersión, está presente Jesucristo en cuyo nombre se reúne la Iglesia" (LG 26). 

 La comunidad cristiana, con muchos o pocos miembros, pero unidos, es el primer lugar de la presencia del Resucitado. Ella es como un grandísimo pan hecho de multitud de granos (de personas) en el que Cristo está presente. Lo olvidamos y por eso no cuidamos la formación de la asamblea, llegamos tarde y de ese modo no respetamos a nuestros hermanos y a Jesucristo que nos invita y nos está esperando. Lo primero que hemos de hacer al llegar es saludarle y darle gracias porque nos ha invitado a su cena y saludar a los hermanos. Ahí comienza la misa


 El Señor está ya desde el inicio, pero con una condición: que los presentes estén reunidos en su nombre. Esa fue su promesa y su condición cuando dijo: Donde dos o tres estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos (Mt 18, 20). La expresión "en mi nombre" significa en comunión con mi persona. No basta con estar físicamente juntos, hay que estar unidos a la persona de Jesús, mediante la adhesión de fe y de amor, y hay que estar también unidos entre nosotros para que el Señor resucitado deje sentir su presencia en la asamblea eucarística. 

 Si estamos unidos, la presencia del Resucitado brilla en el rostro de la comunidad, que, de ese modo, invita a otros a creer en él y a unirse a ella. Que ellos también sean uno en nosotros para que el mundo crea que tú me has enviado (Jn 17,21). 

Antonio Vidales (La Eucaristía. Misterio de fe y escuela de solidaridad).

miércoles, 8 de diciembre de 2021

ORACIÓN A MARÍA.....


"¡Dios te salve, mujer y madre de misericordia! Vida, esperanza, fortaleza nuestra. ¡Dios te salve! A ti clamamos los hijos tuyos, a ti te invocamos los que luchamos en este valle donde construimos el Reino.  Óyenos, Señora, compañera nuestra, camina con nosotros en nuestra andadura histórica y en medio de nuestro esfuerzo muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu fe y amor comprometido. ¡Valiente! ¡Compasiva! ¡Silencio orante en la acción, María! Lucha con nosotros, Santa Madre de Dios, para hacer posible hoy las promesas de Jesucristo como fruto de la gracia y del trabajo de los hombres". 

martes, 7 de diciembre de 2021

UN AMOR DESINTERESADO

 

"¿Damos cabida en nuestro cristianismo al fariseísmo de querernos ganar a Dios? ¿No tenemos a veces la pretensión de merecer el amor de Dios, su protección, su ayuda, sus beneficios y todo esto de un modo bastante utilitario? ¿Qué conciencia tenemos nosotros de la misericordia? Existe el riesgo de desfigurarla, viéndola como un amor facilón que ni es comprometedor ni comprometido.Es grave despistarse en esto, pues se trata del amor con que Dios nos ama y del amor con el que hemos de querer nosotros a los demás.

 En la misericordia, todo lo que el amor tiene de generosidad, de gracia, de ternura, lo tiene de exigencia. Nada compromete y exige más que el amor desinteresado que no pide nada. Nadie merece nunca el amor de nadie; ni el de una persona, ni el de Dios-Persona. Cada uno es amado sin méritos, gratuitamente, misericordiosamente, y si no, no es amado.

 La eucaristía es la celebración de la misericordia de Dios que en Cristo nos ama hasta el colmo de su sacrificio".

Teófilo Cabestrero

Adviento para hombres de hoy

viernes, 3 de diciembre de 2021

ADVIENTO: CUATRO ORACIONES; CUATRO ESTACIONES

Al comenzar otro ADVIENTO, prestemos atención a las oraciones con las que comenzamos la eucaristía los cuatro domingos de este tiempo litúrgico, la llamada ORACIÓN COLECTA, que recoge el sentir de la comunidad cristiana en la celebración que comienza. Vamos a ver lo que pedimos como Iglesia cada semana, en la misma medida en que vamos encendiendo los cuatro cirios de la CORONA DE ADVIENTO, y anhelando vivir una vez más espiritualmente el nacimiento de Cristo en nuestra vida.

Primer domingo: “Dios todopoderoso, aviva en tus fieles, al comenzar el Adviento, el deseo de salir al encuentro de Cristo que viene, acompañados por las buenas obras, para que, colocados un día a su derecha, merezcan poseer el reino eterno”. Avivar la llama, que puede haberse medio apagado (encendemos el primer cirio, y con él, los carbones medio apagados de nuestra vida de fe, que a menudo pierde vigor, ánimo, fuerza); levantarnos del acomodamiento y la rutina, para volver al camino y salir al encuentro del que viene. Todo lo que se ha ido muriendo en nosotros necesita renacer de nuevo. Estaría bien preguntarnos por las obras de la fe, de nuestro compromiso, como bautizados, en la comunidad, en la familia, en la sociedad. La promesa de Dios siempre está actuando en nuestra vida, aunque nosotros no lo percibamos muchas veces, y aunque podemos ganarnos el cielo con obras (es un regalo de Dios, eso debe quedar claro),las obras de la fe apresuran la llegada al mundo del salvador. Y al final habla de “sentados a su derecha”: una imagen de la salvación, de pertenecer a Cristo, de estar a su lado, con Dios. EN RESUMEN: Avivar la llama de la fe, preparar los caminos del que viene, obrar con justicia y santidad, y certeza interior de ser salvos por amor.

Segundo domingo: “Señor todopoderoso. Rico en misericordia, cuando salimos animosos al encuentro de tu hijo, no permitas que lo impidan los afanes de este mundo; guíanos hasta él con sabiduría divina para que podamos participar plenamente de su vida”. Empieza la oración, empatando con lo anterior: Dios, rico en misericordia, por eso caminamos con una certeza interior, nos sabemos amados por el amor. Ya nos hemos puesto en camino, animados por la comunidad eclesial, por la liturgia de este tiempo, pero debemos estar alertas para no perder ese espíritu, en medio de los afanes del mundo (que siempre ofrece más y más, y nunca sacia; en medio de esa navidad de lentejuelas que nos impone el consumismo, y por la que somos arrastrados sin darnos cuenta). Necesitamos de la sabiduría de Dios, que está contenida en su Palabra, a la que podemos acudir cotidianamente, para encontrar a Cristo vivo, naciendo y renaciendo siempre en nuestra vida. Anhelo de plenitud que solo se encuentra en Dios, frente a esa oferta siempre incompleta de nuestro mundo. EN RESUMEN: Dios rico en misericordia; caminar sin descanso para encontrar a Cristo, y ver contrapuestos la oferta del mundo y la plenitud que viene de Dios (no se excluyen totalmente, pero invitan a discernir y tomar elecciones).

Tercer domingo
: “Estás viendo, Señor, cómo tu pueblo espera con fe la fiesta del nacimiento de tu hijo; concédenos llegar a la Navidad, fiesta de gozo y salvación, y poder celebrarla con alegría desbordante”. Aquí ya se entra en la segunda parte del Adviento, porque hay una espera viva, activa, espera en FE (confianza); ahora pedimos a Dios llegar y alcanzar lo que esperamos: la vida plena en Dios, mirando a lo definitivo, y el gozo de poder celebrar una vez más el nacimiento en la carne del hijo de Dios. Pedimos recibir el gozo, la ALEGRÍA que viene de Dios y nadie puede arrebatarnos. Cuando Dios nace en nuestra vida, nace con Él la alegría interior, que se desborda luego en obras alegres, que contagian al prójimo. Con el llega la prometida SALVACIÓN (la vida nueva).

Cuarto domingo: “Derrama, Señor, tu gracia sobre nosotros, que por el anuncio del ángel hemos conocido la encarnación de tu hijo, para que lleguemos por su pasión y su cruz a la gloria de la resurrección”. Y a las puertas de la fiesta del nacimiento de Cristo, pedimos la gracia para que el ángel también anuncie para nosotros el alumbramiento de Cristo en el mundo en el que vivimos. Sabemos que el niño que va a nacer ha de hacer luego un camino largo, signado por la cruz, la entrega, el sacrificio, antes de resucitar y sentarse a la derecha del Padre. Ese es también el camino el nuestra fe, nuestro camino vital: nacer, crecer, sufrir, padecer (amar, según Teresa), morir, resucitar. La alegría de este nacimiento no es una alegría vana, superficial, vacía (en la liturgia aparece ligada al sacrificio de los inocentes, al martirio de Esteban), sino una alegría profunda, que abraza la vida en Cristo, que se ofrece para hacer el camino del seguimiento, de la progresiva identidad con Él. EN RESUMEN: Vamos a renacer con Cristo, para vivir en Cristo, morir para Cristo, y resucitar con Cristo.


Cuatro palabras que resumen este itinerario espiritual, estos cuatro domingos: FE/ESPERANZA/ALEGRÍA/AMOR (Estos pueden ser los propósitos para los cuatro cirios de tu Corona de Adviento).

Con las ANTÍFONA DEL SALMO con que rezamos estos cuatro domingos de Adviento, hemos compuesto esta oración: 

A ti levanto mi alma, porque Tú, Señor, has estado grande con nosotros; estamos alegres, porque vives en medio de tu pueblo. Restáuranos, una vez más en este Adviento: que brille tu rostro y nos nazca Jesús, que es nuestra salvación. Amén.

Fray Manuel de Jesús, ocd