sábado, 30 de octubre de 2021

EL VERDADERO PUEBLO DE DIOS (Domingo XXXI-B)

 

La distinción y separación entre minorías y masas ha sido y es una realidad constante en la sociedad. Así lo era también en los tiempos de Cristo. Jesús no se identifica con los saduceos, pertenecientes a la institución sacerdotal; ni con los zelotes, revolucionarios violentos; ni con los esenios,ascetas religiosos; ni con los fariseos, moralistas piadosos; ni con los escribas, minorías de tipo intelectual. Salió fuera de estos círculos. Optó por los pobres y desesperados, mayoría en su tiempo, por no decir en todos los tiempos. 

 Cristo propone para la futura comunidad un nuevo tipo de relaciones. Es fundamental en la Iglesia el título de hermano, que corresponde al fiel bautizado, confirmado y eucaristizado. Los otros títulos, secundarios, son de servicio, de ministerio. Nunca deben reproducirse en la comunidad las relaciones existentes entre amos y esclavos. Las relaciones de dependencia no son rigurosamente cristianas; han de ser siempre fraternales. Sólo así es posible el verdadero pueblo de Dios, comunidad de fieles presidida, con actitud de servicio y no de honor, por los presbíteros y obispos. 

La Iglesia tampoco es, frente al mundo, una minoría distinguida y notable que ejerce poderes, que posee derechos. Los cristianos son hijos de los hombres con una fe y una convicción: solo hay un Padre común a todos los hombres de este mundo, y un solo Señor, Jesucristo, adelantado a la humanidad en el Reino definitivo. 

(Misal de la Comunidad)

sábado, 23 de octubre de 2021

Y LO SEGUÍA POR EL CAMINO...

El ciego Bartimeo, una vez que descubrió a Jesús, le sigue en el camino hacia Jerusalén. Antes estaba al borde, es decir fuera del camino. El relato de una ceguera material (Marcos 10, 46-52) es el soporte de un mensaje teológico: Jesús es capaz de iluminar el corazón de los hombres que están ciegos. Los discípulos demuestran una y otra vez, su ceguera. Un ciego, tirado en el camino, ve. Antes de ver, espera el falso “Mesías davídico”. Después descubre al auténtico Jesús, que va hacia la entrega total en la cruz, y le sigue.

Ya en la lectura de Jeremías (31,7-9) encontramos el mismo mensaje: Dios salva un resto de su pueblo. No salva a los poderosos, ni a los sabios, ni a los perfectos sino a los ciegos y cojos, preñadas y paridas. Es decir a los débiles. No es el ciego el que está hundido en la miseria. La verdadera miseria está en los que mandan callar al ciego. Lo repetimos todos los días. ¡Que se callen los miserables! ¡Que eliminen los mendigos de las calles! No nos dejan vivir en paz. No ver la miseria que hay a nuestro alrededor es la única manera de vivir tranquilos.

La evolución ha sido posible gracias a que la vida ha sido despiadada con el débil. El evangelio establece un cambio sustancial en esa marcha. Jesús trastoca esa escala de valores, que aún prevalece hoy. Se daba por supuesto que Dios rechazaba todo lo defectuoso. Nietzsche no pudo soportar ese cambio, porque creía que el evangelio exaltaba la mezquindad. Nunca fue capaz de descubrir el valor de un ser humano a pesar de sus limitaciones. La esencia de lo humano no está en la perfección sino en la misma persona.

La actitud de Jesús fue un escándalo para los judíos de su tiempo y sigue siéndolo para nosotros hoy. Jesús no solo se acercó a los ciegos, cojos y tullidos; también se acercó a los pecadores públicos, prostitutas, adúlteras. Lucas, después de este relato, inserta el de Zaqueo que expresa lo mismo, pero con relación a los impuros. Nosotros seguimos creyendo que los pecadores son también rechazados por Dios, pero nos preceden en el Reino.

La escala de valores que nos propone el evangelio, no solo es distinta, sino radicalmente opuesta a la que los humanos manejamos todavía hoy. Entendemos al revés el evangelio cuando pensamos: Qué grande es Jesús, que de una persona despreciable ha hecho una persona respetable. El evangelio dice lo contrario, esa persona ciega, coja, manca, sorda, pobre, andrajosa, marginada, pecadora; esa que consideramos un desecho humano, es preciosa para Dios. Y por lo tanto es preciosa para Jesús. ¡Nos queda aún mucho por andar!

Fray Marcos (Fragmento de su comentario en FE ADULTA)

miércoles, 20 de octubre de 2021

EL SEGUIMIENTO ES EL EJE DEL CRISTIANISMO

El siguiente texto pertenece a un libro que acabo de leer, y que recomiendo: es sencillo y claro, y toca algunos temas sobre la vida de la Iglesia en los que vale la pena reflexionar. 

"A medida que nos asomamos a la vida más íntima de la Iglesia vamos apreciando los fallos que se han producido en ella: de la imagen de un Dios severo y justiciero se pasó fácilmente a la de una Iglesia poderosa y dominadora, que olvidó el kerygma y la catequesis, y cambió la gratuidad de la acción de Dios por las obras y el esfuerzo del hombre. De ahí que una de las consecuencias más nefastas de ese proceso desintegrador haya sido la pérdida del seguimiento de Jesús

La Iglesia tiene que asumir la responsabilidad de haber dejado perder ese rasgo tan esencial de la vida cristiana. En el griego clásico, el verbo seguir era utilizado para describir a los «soldados que caminaban detrás de su jefe, al esclavo que acompañaba a su amo, o a aquel que aceptaba el consejo o la opinión de otro». Esa fue la palabra utilizada por Jesús a propósito de la llamada a sus discípulos, ese fue su gran desafío: «Sígueme». Los que fueron llamados sintieron que aquella palabra se clavaba como una flecha en lo más profundo de su corazón, y lo dejaron todo por él. Pero la mayoría de los cristianos no saben lo que eso significa

En la Iglesia se ha hablado de la práctica de las virtudes, de renuncias y sacrificios, de leyes y de normas, pero no el lenguaje del seguimiento. Eso sería sólo para los sacerdotes, los religiosos y las religiosas, es decir, los que aspiran a la perfección. Para la mayoría de los fieles «el cristianismo consiste en asistir a misa o practicar los sacramentos, pero el hecho de seguir a Jesús no les dice nada». Se diría que el Señor no ha pasado a su lado, ni los ha mirado a los ojos, ni los ha llamado por su nombre. Por eso, tantos han vivido vacíos de esa presencia que podría haber colmado su vida de amor y de gracia

Pero el cristiano debe ser como un soldado que sigue a Jesús. No basta con haber oído hablar de él, ni saber muchas cosas sobre él, ni siquiera estar bautizados para poder decir que somos seguidores suyos. Ser cristiano no es cargar con un paquete de normas y de leyes, de ritos y de prácticas, sino dejarlo todo para seguirle

Seguir a Jesús significa establecer con él una relación íntima, de cercanía y de convivencia, es decir, de estar con él, de vivir con él, de vivir de su misma vida, de verle de cerca, de oír el timbre de su voz, de guardar su palabra y de quedarse para siempre con él. Sin ese punto de referencia no hay, ni puede haber, vida cristiana. En efecto, ¿qué sentido podría tener nuestra vida si no nos hemos encontrado con él, si él no ha pasado a nuestro lado, ni nos ha mirado, ni nos ha llamado? Él es lo decisivo; él, no una cosa ni una idea. La vida cristiana comienza precisamente con ese encuentro, con esa mirada, con esa llamada: sígueme. Eso supone que dejamos de vivir encerrados en nuestro pequeño mundo para arriesgar el corazón en su seguimiento. 

En los evangelios nunca se habla de seguir una serie de normas, sino de seguir a una persona. Por eso, el seguimiento es el eje del cristianismo. Todo debe girar en torno a Jesús. Los cristianos deberíamos vivir siempre con los ojos fijos en él. La Iglesia tiene que recuperarlo con urgencia porque, de otro modo, viviremos siempre un cristianismo lánguido, que sólo puede dar pasos hacia la muerte".

Tomado de "A vueltas con la Iglesia" de Vicente Borragán Mata (San Pablo)

EUCARISTÍA: EL MISTERIO DE NUESTRA FE

 

La Eucaristía es el misterio de nuestra fe, tal y como lo proclamamos en cada celebración; es el don por excelencia, el corazón mismo de la vida cristiana. Es también un tesoro escondido, un regalo todavía sin abrir para muchos cristianos que participan con frecuencia de la misa, porque suelen reducir ese "misterio" a un  momento concreto de la celebración, y no a toda ella.  

 Al hablar de eucaristía como  misterio de nuestra fe, es importante primero preguntarnos cómo entendemos la fe. La fe no es la ciega aceptación de verdades doctrinales que no entendemos, sino un encuentro amoroso con todas las personas en las que creemos y a las que amamos, divinas y humanas, vivas y difuntas. La fe es encuentro con el Señor resucitado y, de la mano del Resucitado, es encuentro con cada una de las personas de la familia trinitaria; es encuentro gozoso con la Iglesia terrestre y celeste, que, antes que institución, es comunidad de seguidores de Jesús, de los seguidores que ya llegaron a la meta y de los que aun peregrinamos. Este encuentro se hace realidad en cada celebración de la eucaristía. 

La eucaristía es el misterio de nuestra fe porque es presencia activa del Señor Resucitado; el núcleo esencial de nuestra fe, lo que suscita y avala todo lo que creemos, es la resurrección de Jesús (1Cor 15, 15-17). Lo primero y más esencial de nuestra fe es creer que Jesús resucitó y vive y que, gracias a ello, podemos relacionarnos personalmente con él, y reunirse él con nosotros para cenar juntos. Y eso es la eucaristía: una comida con el resucitado. Cada eucaristía viene a ser como una "aparición pascual", porque eucaristía y presencia viva de Cristo en medio de nosotros vienen a ser lo mismo. 


Volvamos a leer el relato de Lucas, los discípulos de Emaús y su encuentro con el Resucitado, y tocaremos la esencia de cada celebración, al final de la cual también nosotros podemos decir como proclamaron ellos: "Hemos visto al Señor". Él ha estado aquí, nos ha hablado y explicado su Palabra, hemos comido con él.

 Esto que hemos visto y experimentado es el misterio de nuestra fe y no meramente la transformación química del pan y el vino, tema de tantas disputas y enfrentamientos trajo a los teólogos de otros tiempos, católicos y protestantes, como consecuencia de haber cosificado el misterio. Sin fe no podemos ver al Resucitado en la eucaristía; nos pasaría como a los de Emaús que tenían al Señor delante y no se daban cuenta

 De ahí la necesidad de prepararnos para cada celebración, y de prepararla y participar activamente en ellas, de modo que tengamos un verdadero ENCUENTRO y caigamos de rodillas después de cada comunión para decir como Tomás: "Señor mío y Dios mío". Cada eucaristía ha de ser alegre y participada, pero no con una alegría forzada, ni inventando cosas raras para atraer la atención de los participantes; esa ALEGRÍA tiene que nacer de dentro, de la conciencia y la experiencia gozosa de estar reunidos con el Señor resucitado. 

(Notas tomadas de LA EUCARISTÍA, misterio de fe y escuela de solidaridad, de Antonio Vidales, con aportes personales)

lunes, 18 de octubre de 2021

EUCARISTÍA: ¿POR QUÉ LA GENTE NO VA A MISA?

¿Por qué la gente no va a misa, o va a menudo por obligación, e incluso por temor?

1. Por la falta de fe que reina en la sociedad actual: Lo primero que hay que decir es que, si bien un por ciento alto en nuestros países latinos se declara “católico”, en realidad la práctica cristiana no es mayoritaria. No vivimos ya en “cristiandad”, y en nuestras sociedades convivimos con personas de muy diversos credos o de ninguno. Necesitamos presentar la fe de un modo nuevo para un mundo que es diferente al de aquel en que nacieron estas prácticas nuestras, usar un lenguaje nuevo, y volver al Evangelio, volver a Jesús, para que práctica de la fe no sean meras tradiciones o costumbres heredadas. Si no sabes ni entiendes la Eucaristía, o no has experimentado la gratuidad del amor de Dios, te resultará inútil o aburrida. La causa fundamental del abandono de la praxis eucarística, en personas que se declaran cristianas o católicas, es la falta de formación en la fe para poder vivirla en el mundo actual, que se mueve sobre todo por la utilidad y el bienestar. Si en la misa no lo paso bien, ni le veo utilidad, no le veo sentido a participar.

2. Porque la fe que algunos católicos dicen tener no es cristiana: Falta una fe verdaderamente cristiana, que ponga en el centro a Jesucristo; que crea que Jesús resucitó y que vive, que manifieste el deseo de encontrarse con el Resucitado de alguna manera. Jesús no es un héroe del pasado, sino que vive en un eterno presente, y puede ser nuestro hermano y amigo, puede invitarnos a su mesa y cenar con nosotros, como hizo con los de Emaús. Sin fe en el Resucitado, no hay eucaristía, porque es él quien nos convoca; sin embargo, para muchos esa es la principal razón para no sentirse conectados: no se han encontrado con el Cristo vivo.

3. Por desconocimiento de lo que es la eucaristía: Aquí hablamos de un problema con la trasmisión de la fe, ya sea en la familia o en la catequesis. No trasmitimos vida, sino costumbres o doctrinas. Suelen ser muy deficientes nuestras catequesis; preparamos para recibir sacramentos, no para vivir y formar parte de una comunidad. El catequista no es un maestro, es un testigo; no enseña meramente una doctrina, sino que comparte una experiencia de vida.

4. Por la falta de testimonio de los que participan en la eucaristía: ¿Qué ve la gente en quienes participamos regularmente en la eucaristía? A menudo ven carencia de madurez espiritual, de valores humanos, de sensibilidad social. Motivaciones utilitarias: siempre vamos a misa buscando algo, cumpliendo. A menudo la gente solidaria no quiere saber de religión y de Dios, porque los que saben de esas cosas no son solidarios. La eucaristía es escuela de solidaridad, de comunión, de compasión.

5. Por la carencia de una comunidad celebrativa: La eucaristía es una celebración de la comunidad y, si no somos comunidad, ¿cómo vamos a vivirla con gozo? El desafío está en desarrollar unas relaciones comunitarias que permitan a los cristianos encontrarse, orar juntos, compartir y asumir compromisos. Por ahí es que nos ganan las sectas: un culto comunitario centrado en la Biblia y los cantos; frente a eso, nuestras celebraciones pecan de rutinarias, incomprensibles y aburridas para muchos. No se trata de hacerla divertida, inventando cosas raras, sino de hacerla comprensible, con calor de familia. Nos falta a menudo recogimiento para vivir el encuentro con y en Jesús. Nos falta alegría; no es cantar para alegrar la misa, sino cantar porque la misa nos alegra, al encontrar en ella, con los hermanos, al Señor resucitado.

6. Por falta de preparación para celebrar la eucaristía: La eucaristía no se improvisa; debemos prepararla y prepararnos nosotros para ella. Estamos y no estamos presentes, porque a veces no seguimos cada momento de la celebración desde lo hondo. No somos meros espectadores pasivos, desde nuestro sacerdocio bautismal somos parte activa de cada eucaristía. Por eso necesitamos conocer sus diferentes momentos y su sentido y significado. Necesitamos tener buenos comentadores y animadores de nuestras misas dominicales, y ayudar de verdad a comprender la Palabra compartida.

7. Por la rutina de muchas celebraciones eucarísticas: La rutina es un serio enemigo, tanto para los fieles como para el sacerdote que preside la celebración. A veces el sacerdote tiene muchas misas en un día o el celebrar diario se le hace rutina: gestos y palabras de memoria. Hemos de cuidar mucho eso, no dejar que lo cotidiano se haga rutina, mera exterioridad, con recursos personales apropiados. Cada eucaristía es un momento único y especial para conectar con Jesús; importante encontrar el equilibrio para no detenernos mucho rato en una parte y luego pasar de prisa por las otras.

(Lo anterior tiene como base un libro de ANTONIO VIDALES, La Eucaristía. Misterio de fe y escuela de solidaridad; es un resumen personal con aportes propios de mi experiencia pastoral)

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sábado, 16 de octubre de 2021

VERDADEROS SERVIDORES DEL REINO

"Nunca viene su nombre en los periódicos. Nadie les cede el paso en lugar alguno. No tienen títulos ni cuentas corrientes envidiables, pero son grandes. No poseen muchas riquezas, pero tienen algo que no se puede comprar con dinero: bondad, capacidad de acogida, ternura y compasión hacia el necesitado.

Hombres y mujeres del montón, gentes de a pie a los que apenas valora nadie, pero que van pasando por la vida poniendo amor y cariño a su alrededor. Personas sencillas y buenas que solo saben vivir echando una mano y haciendo el bien.

Gentes que no conocen el orgullo ni tienen grandes pretensiones. Hombres y mujeres a los que se les encuentra en el momento oportuno, cuando se necesita la palabra de ánimo, la mirada cordial, la mano cercana...

Estas gentes desconocidas son los que hacen el mundo más habitable y la vida más humana. Ellos ponen un aire limpio y respirable en nuestra sociedad. De ellos ha dicho Jesús que son grandes porque viven al servicio de los demás.

Ellos mismos no lo saben, pero gracias a sus vidas se abre paso en nuestras calles y hogares la energía más antigua y genuina: la energía del amor. En el desierto de este mundo, a veces tan inhóspito, donde solo parece crecer la rivalidad y el enfrentamiento, ellos son pequeños oasis en los que brota la amistad, la confianza y la mutua ayuda. No se pierden en discursos y teorías. Lo suyo es amar calladamente y prestar ayuda a quien lo necesite.


Es posible que nadie les agradezca nunca nada. Probablemente no se les harán grandes homenajes. Pero estos hombres y mujeres son grandes porque son humanos. Ahí está su grandeza. Ellos son los mejores seguidores de Jesús, pues viven haciendo un mundo más digno, como él. Sin saberlo, están abriendo caminos al reino de Dios".

José Antonio Pagola

miércoles, 6 de octubre de 2021

EUCARISTÍA: ¿OBLIGAR A LOS HIJOS A QUE VAYAN A MISA?

  "De ninguna manera. Ese es el mejor camino para que la detesten. Hay que invitarlos, darles razones y, sobre todo, mostrar la importancia que tiene para nosotros y cómo da sentido a nuestra vida. La mejor pedagogía es la que siguió Jesús, el Maestro, con sus discípulos, por ejemplo, para enseñarles a orar. Nunca los reunió para darles una charla sobre la oración, ni les impuso la obligación de orar. Él oraba intensamente y, como dice Lucas, un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: Señor, enséñanos a orar" (Lc11,1-2). Jesús enseñaba "con autoridad", es decir, con la fuerza de su testimonio, no con órdenes. Pero, en el caso de la eucaristía, ¿cuántos padres, profesores de religión y catequistas viven la eucaristía de tal manera que impresione a los que los ven y les pidan: enséñanos a vivir la eucaristía?".

Antonio Vidales, La Eucaristía (Editorial Claretiana).