sábado, 18 de enero de 2025

SEGUIR A JESÚS ES VIVIR COMO EL VIVIÓ

 

Todos conocemos la variada y pintoresca gama de figuras que de Jesús se han dado y se dan, desde el dulce niño hasta el guerrillero de la ultraderecha, pasando por el nazareno, el cromo del Corazón de Jesús o el revolucionario de las izquierdas. El abanico no puede ser más indiscriminadamente amplio. 

Pero, sin descubrir a Jesús de Nazaret en la historia concreta humana, a partir de lo que practicó y manifestó en el plano público de lo social, con las consecuencias que se derivan de su muerte o de su cruz, no es posible enraizar la fe en la conciencia crítica humana. Jesús murió porque lo mataron. Y lo mataron los piadosos al considerarlo blasfemo y los dominantes al juzgarlo sedicioso. Conoció el exilio, estuvo en la cárcel, padeció torturas y fue ajusticiado impunemente. Su comportamiento fue el de un hombre extraordinariamente libre y liberador. Se ha repetido, con razón, que es el hombre para los demás. 

 La fe en Jesús supone o entraña creer como creyó Jesús, afiliado enteramente al Padre, a quien lo descubre y con quien se identifica desde su entrega a la realización del Reino de Dios. Consecuencia de esa praxis es el hecho del seguimiento. Creer en Jesucristo es, nada más ni nada menos, seguirle. Dicho de otro modo: tiene fe quien cree consecuentemente en el Dios de Jesús o en el Jesús de Dios.

(Tomado de: Misal de la Comunidad)


martes, 17 de diciembre de 2024

GENEALOGÍAS DE JESÚS EN LOS EVANGELIOS (2)

Comparto 2 comentarios de Enrique Martínez Lozano y su peculiar mirada sobre los textos bíblicos; en este caso la Genealogía de Jesús
:

"Parece que a los humanos nos han interesado siempre las genealogías. No solo por conocer el linaje al que se pertenecía, sino por algo más profundo: formamos una misma “familia” con quienes nos precedieron. En los evangelios encontramos dos listas que pretenden ofrecer el “árbol genealógico” de Jesús: Mateo arranca de Abraham, el padre del pueblo judío, dividiendo la historia del pueblo en tres bloques de catorce generaciones cada una. Lucas, sin embargo, comienza en José hasta llegar a Adán y, finalmente, a Dios (Lc 3,23-38). 

Quizás podamos comprender la diferencia si tenemos en cuenta que Mateo escribe en una comunidad judía, mientras que Lucas pertenece a una comunidad mayoritariamente helenista. En cualquier caso, el sentido de ambas listas es el mismo: toda la historia –judía o universal– se orienta hacia Jesús. Es comprensible que cada pueblo –cultura o religión– haya tendido a considerarse a sí mismo como el “centro” de la historia y del universo: es el etnocentrismo típico de la consciencia mítica. Y eso ocurrió también con el cristianismo. Si abandonamos la trasnochada pretensión etnocéntrica, desde la perspectiva no-dual podemos reconocer a “Cristo” como símbolo de toda la humanidad y de toda la realidad manifiesta

El centro de la historia no es un momento determinado dentro del tiempo que nuestra mente imagina, sino el Presente eterno, en su doble cara: lo invisible y lo manifiesto, abrazados en una secreta unidad. “Cristo” es, en la tradición cristiana, el símbolo y el nombre de ese abrazo no-dual que no deja nada fuera. 

¿Me siento uno con todos y con todo?

Mateo comienza su evangelio con la genealogía de Jesús, que remonta hasta Abraham, el “padre del pueblo” (a diferencia de Lucas, que llegará hasta Adán) y, desde él, a Dios. Se trata de una genealogía simbólica, cargada de contenido, dividida en tres grandes periodos, de “catorce generaciones” cada uno de ellos: de Abraham a David, de David al exilio, y del exilio al Mesías. 

Con esa periodización, Mateo hace girar la historia de su propio pueblo (“elegido”) en torno a tres ejes: Abraham, David y Jesús, como introducción de un escrito en el que proclamará a este último como el Mesías de Dios. En cierto modo, tal como los vivieron aquellas primeras comunidades, todo el pueblo elegido queda “recapitulado” en la persona del Maestro de Nazaret. 

El modelo mental no logra superar la separación. Por el contrario, cuando una persona se encuentra realmente con su verdadera identidad, se descubre una con toda la humanidad. Es claro que se siguen advirtiendo las diferencias, pero diferencia no significa separación. 

La mente, a falta de otros criterios, tiende a absolutizar las diferencias y, al situarse en la línea del tiempo, divide la historia según sus propias referencias. Sin embargo, cuando vamos más allá del nivel al que la mente puede acompañarnos, descubrimos que nuestra verdad es una y compartida: habitamos la misma “casa” aunque, en este “juego” de formas, desarrollemos papeles diferentes. Al ser una y la misma, el encuentro con la propia verdad implica el encuentro con la verdad de todos los seres. Encontrar la propia casa es descubrir la casa común. Acceder a la propia verdad es llegar a la verdad de Dios. 

Dos místicos sufíes del siglo XIII lo han leído de este modo: “Cada imagen pintada en el lienzo de la existencia es la forma del mismo artista. Eterno Océano que vomita nuevas olas. «Olas» es el nombre que les damos, pero en realidad solo hay mar” 
(Fakir-al-Dîn ‘Iraqui). 
El Océano es el Océano como lo es desde la Eternidad, y los seres contingentes solo olas y corrientes. No dejes que las olas y las brumas del mundo te velen a Aquel que adopta la forma de esos velos
 (Mu`ayyid al-Dîn Jandî). 

¿Qué me ayuda a permanecer conscientemente en “casa”?

ENRIQUE MARTÍNEZ LOZANO

LA GENEALOGÍA DE JESÚS EN SAN MATEO (Según Benedicto XVI)

"Cuando Mateo comienza su Evangelio con la genealogía de Jesús, quiere poner de inmediato bajo la luz correcta, ya desde el principio, la pregunta sobre el origen de Jesús; la genealogía es como una especie de título para todo el Evangelio. 

Para Mateo, hay dos nombres decisivos para entender el «de dónde» de Jesús: Abraham y David

Con Abraham –tras la dispersión de la humanidad después de la construcción de la torre de Babel– comienza la historia de la promesa. Abraham remite anticipadamente a lo que está por venir. Él es peregrino hacia la tierra prometida, no sólo desde el país de sus orígenes, sino que lo es también en su salir del presente para encaminarse hacia el futuro. Toda su vida apunta hacia adelante, es una dinámica del caminar por la senda de lo que ha de venir. Con razón, pues, la Carta a los Hebreos lo presenta como peregrino de la fe fundado en la promesa, porque «esperaba la ciudad de sólidos cimientos cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios» (Hb 11,10). Para Abraham, la promesa se refiere en primer término a su descendencia, pero va más allá: «Con su nombre se bendecirán todos los pueblos de la tierra» (Gn 18,18). Así, en toda la historia que comienza con Abraham y se dirige hacia Jesús, la mirada abarca el conjunto entero: a través de Abraham ha de venir una bendición para todos

Por tanto, desde el comienzo de la genealogía la visión se extiende ya hacia la conclusión del Evangelio, en la que el Resucitado dice a sus discípulos: «Haced discípulos de todos los pueblos» (Mt 28,19). En la singular historia que presenta la genealogía, está ciertamente presente ya desde el principio la tensión hacia la totalidad; la universalidad de la misión de Jesús está incluida en su «de dónde». 

Pero la estructura de la genealogía y de la historia que en ella se relata está determinada totalmente por la figura de David, el rey al que se le había prometido un reino eterno: «Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia y tu trono durará por siempre» (2 S 7,16). La genealogía propuesta por Mateo está modelada según esta promesa. Y se articula en tres grupos de catorce generaciones: primero, ascendiendo desde Abraham hasta David; descendiendo después desde Salomón hasta el exilio en Babilonia, para ir subiendo de nuevo hasta Jesús, donde la promesa llega a su cumplimiento final. Muestra al rey que durará por siempre, aunque del todo diverso al que cabría pensar basándose en el modelo de David

Esta articulación resulta aún más clara si se tiene en cuenta que las letras hebreas que componen el nombre de David dan el valor numérico de 14 y, por tanto, también a partir del simbolismo de los números, David, su nombre y su promesa, marcan la vía desde Abraham hasta Jesús. Apoyándose en esto, podría decirse que la genealogía, con sus tres grupos de catorce generaciones, es un verdadero evangelio de Cristo Rey: toda la historia tiene la vista puesta en él, cuyo trono perdurará para siempre. 

La genealogía de Mateo es una lista de hombres, en la cual, sin embargo, antes de llegar a María, con quien termina la genealogía, se menciona a cuatro mujeres: Tamar, Rahab, Rut y «la mujer de Urías». ¿Por qué aparecen estas mujeres en la genealogía? ¿Con qué criterio se las ha elegido? 

Se ha dicho que estas cuatro mujeres habrían sido pecadoras. Así, su mención implicaría una indicación de que Jesús habría tomado sobre sí los pecados y, con ellos, el pecado del mundo, y que su misión habría sido la justificación de los pecadores. Pero esto no puede haber sido el aspecto decisivo en su elección, sobre todo porque no se puede aplicar a las cuatro mujeres. Es más importante el que ninguna de las cuatro fuera judía. Por tanto, el mundo de los gentiles entra a través de ellas en la genealogía de Jesús, se manifiesta su misión a los judíos y a los paganos. 

Pero, sobre todo, la genealogía concluye con una mujer. María, que es realmente un nuevo comienzo y relativiza la genealogía entera. A través de todas las generaciones, esta genealogía había procedido según el esquema: «Abraham engendró a Isaac...». Sin embargo, al final aparece algo totalmente diverso. Por lo que se refiere a Jesús, ya no se habla de generación, sino que se dice: «Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo» (Mt 1,16). En el relato sucesivo al nacimiento de Jesús, Mateo nos dice que José no era el padre de Jesús, y que pensó en repudiar a María en secreto a causa de un presunto adulterio. Y, entonces, se le dijo: «La criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo» (Mt 1,20). Así, la última frase da un nuevo enfoque a toda la genealogía. María es un nuevo comienzo. Su hijo no proviene de ningún hombre, sino que es una nueva creación, fue concebido por obra del Espíritu Santo. 

No obstante, la genealogía sigue siendo importante: José es el padre legal de Jesús. Por él pertenece según la Ley, «legalmente», a la estirpe de David. Y, sin embargo, proviene de otra parte, de «allá arriba», de Dios mismo. El misterio del «de dónde», del doble origen, se nos presenta de manera muy concreta: su origen se puede constatar y, sin embargo, es un misterio. Sólo Dios es su «Padre» en sentido propio. La genealogía de los hombres tiene su importancia para la historia en el mundo. Y, a pesar de ello, al final es en María, la humilde virgen de Nazaret, donde se produce un nuevo inicio, comienza un nuevo modo de ser persona humana".

Benedicto XVI
LA INFANCIA DE JESÚS

lunes, 9 de diciembre de 2024

MARÍA, SIEMPRE SUBORDINADA A CRISTO

"En el seno de la Iglesia, la mediación de María, intercesora y madre, sólo se entiende «como una participación de esta única fuente que es la mediación de Cristo mismo», [176] el único Redentor, y «la Iglesia no duda en confesar esta función subordinada de María». [177] La devoción al corazón de María no pretende debilitar la única adoración debida al Corazón de Cristo, sino estimularla: «La misión maternal de María para con los hombres no oscurece ni disminuye en modo alguno esta mediación única de Cristo, antes bien sirve para demostrar su poder». [178] Gracias al inmenso manantial que mana del costado abierto de Cristo, la Iglesia, María y todos los creyentes, de diferentes maneras, se convierten en canales de agua viva. Así Cristo mismo despliega su gloria en nuestra pequeñez".

FRANCISCO
Dilexit Nos # 176

Nota: Al compartir este texto, que reafirma mi convicción de Cristo como único salvador y redentor, frente a ciertas exageraciones de la piedad católica, no quiero justificar ni apoyar un papel subordinado para la mujer en la Iglesia o en la sociedad. Quiero dejar eso claro.

martes, 26 de noviembre de 2024

ADVIENTO: SALIR AL ENCUENTRO DE CRISTO QUE VIENE

 

Luego de varios meses sin publicaciones, regreso con la invitación a iniciar un nuevo año litúrgico: el domingo empieza nuestro ADVIENTO 2024

"ADVIENTO es el tiempo oportuno y privilegiado para escuchar el anuncio de la liberación de los pueblos y de las personas. En él se percibe una invitación a dirigir el ánimo hacia un porvenir que se aproxima y se hace cercano, pero que todavía está por llegar. Tiempo para descubrir que nuestra vida pende de unas promesas de libertad, de justicia, de fraternidad todavía sin cumplir; tiempo de vivir la fe como esperanza y como expectación, tiempo de sentir a Dios como futuro absoluto del ser humano"

(Misal de la comunidad)

Comenzamos el ciclo C, que sigue el Evangelio según San Lucas. Además de nuestras lecturas habituales para este tiempo, sería bueno hacer una pequeña introducción a LUCAS, utilizando las presentaciones que para este evangelio hacen nuestras Biblias.

Es de mucho provecho revisar los textos bíblicos que utilizaremos en los cuatro domingos de Adviento, para captar las ideas fundamentales que dan el sentido espiritual a este “camino” que vamos a emprender. Podemos hacerlo solos, a nivel personal, o a nivel de grupos en nuestra comunidad religiosa o parroquial. 

Como primera lectura para los cuatro domingos de Adviento tomamos textos proféticos; si en los ciclos A y B predomina Isaías, en el que vamos a seguir este años aparecen otros profetas: Jeremías, Baruc, Sofonías y Miqueas. Estos profetas hablan al pueblo para animarles en tiempos calamitosos y sostener la esperanza en la cercanía de Dios, promesas de justicia y de misericordia. Estas lecturas están sostenidas después por los salmos con los que oramos y aclamamos en nuestras asambleas esos domingos: A Ti, Señor, levanto mi alma; El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres; Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel; Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve. Son expresiones de anhelo, de necesidad, de confianza y gozo.

Como segunda lectura para los cuatro domingos de Adviento tomamos pasajes de cartas del apóstol Pablo los tres primeros, y para el cuarto de la Carta a los hebreos. El tono es exhortatorio: buenos deseos y buenas obras preparan el camino del Mesías. Agrademos a Dios con nuestra vidas, oremos unos por los otros y crezcamos en amor, estén siempre alegres en el Señor, y digamos siempre: Aquí estoy Señor, para hacer tu voluntad

Finalmente, los pasajes del Evangelio a proclamar los cuatro domingos de Adviento: Lucas 21, 25-28.4-36; Lucas 3, 1-6; Lucas 3, 10-18, y Lucas 1, 39-45. La primera mitad del Adviento tiene siempre un tono apocalíptico, mirando a la segunda venida de Cristo, y ya luego después del día 17, apuntando al nacimiento de Jesús en la historia y en cómo debemos prepararnos para recibirlo. 

Falta que ponga cada uno lo propio; la historia personal,  familiar o social con la que vive este años la espera de Cristo. ¿Cuáles son nuestros anhelos o nuestras necesidades? ¿Qué esperamos? Ahí nos habla Dios y ahí nos invita a crecer. 

Dios nuestro, Padre de todos, aviva en nosotros, al comenzar el Adviento, el deseo de salir al encuentro de Cristo que viene, acompañados por los hermanos y por las buenas obras, para que participando desde ahora en la construcción de tu Reino, merezcamos participar de todas tus promesas.

Fray Manuel de Jesús, ocd

sábado, 31 de agosto de 2024

LO PRIMERO ES SIEMPRE JESÚS

"En toda religión hay tradiciones que son humanas. Normas, costumbres, devociones que han nacido para vivir la religiosidad en determinado ambiente o cultura. Pueden hacer mucho bien. Pero hacen mucho daño cuando nos distraen y alejan de lo que Dios espera de nosotros. Nunca han de tener primacía.

Cuando nos aferramos ciegamente a tradiciones humanas, corremos el riesgo de olvidar el mandato del amor y desviarnos del seguimiento de Jesús, Palabra encarnada de Dios. En la religión cristiana, lo primero es siempre Jesús y su llamada al amor. Solo después vienen nuestras tradiciones humanas, por muy importantes que nos puedan parecer. No hemos de olvidar nunca lo esencial".

(José Antonio Pagola, La buena noticia de Jesús, ciclo B)

jueves, 22 de agosto de 2024

SOBRE EL TÍTULO DE REINA A MARÍA

El título de reina es atribuido a María por la tradición cristiana al menos desde comienzos del siglo IV. Junto a otros apelativos reales aplicados a la Virgen, va ganando terreno progresivamente en el uso del pueblo de Dios hasta llegar a ser de dominio común y pacífico en la Iglesia, de modo que, en 1954, Pio XII, declarando expresamente que “no se trata de una nueva verdad propuesta al pueblo cristiano”, instituye la fiesta litúrgica de María Reina y publica en aquella ocasión el principal documento del magisterio sobre la realeza mariana: la encíclica Ad coeli Reginam (11 de octubre de 1954).

Luego del período de la llamada crisis de la piedad mariana, posterior al Vaticano II, se mira con cierta desconfianza la realeza de María y su fiesta respectiva. Observan algunos que el término reina pertenece a una época histórica ya superada y refleja concepciones políticas y culturales ya pasadas, extrañas a la sensibilidad del hombre contemporáneo, incluso capaces de suscitar una reacción negativa. Otros añaden que el fondo teológico de tal título parece favorecer un discurso mariológico y un tipo de piedad mariana que, poniendo el acento en la grandeza de la Virgen, puede terminar por borrar su perfil evangélico

En resumen, se tiene miedo que con la doctrina de la realeza de María se permanezca anclados en la mariología de los privilegios, sin pasar decididamente a la mariología singular dignidad de madre de Dios, contemplándola en la gloria celeste como mujer servicio, radicalizando así la oposición entre la tendencia a exaltar en María su singular dignidad de madre de Dios, contemplándola en la gloria celeste como mujer revestida de luz y cercana al trono del altísimo, y la tendencia a comprender a la Virgen en su vida evangélica, considerando su camino de fe y el esfuerzo de su adhesión al querer de Dios como madre de Jesús y hermana nuestra.


Para HOY, líneas teológicas para explicar la realeza de María:

1. María, Reina en cuando participa de la realeza del pueblo de Dios. María es parte de la iglesia, por lo que reúne en sí de modo eminente los distintos aspectos de la condición regia del pueblo de Dios. María acoge el reino de Dios, domina las fuerzas del mal, María reina coronada de gloria

2. María, Reina en sentido evangélico. Lejos de los modelos históricos, en el reino que anuncia Cristo se trata de servir y amar.

3. María, líder hacia la plenitud salvífica, conductora de esperanza para los hombres necesitados.

(Notas tomadas del Diccionario de Mariología)