lunes, 8 de diciembre de 2025

GÉNESIS 2-3: LA HISTORIA DE NUESTROS PRIMEROS PADRES

  
1. La expulsión del Edén no es una historia que tiene que ver exclusivamente con nuestros padres primitivos hace muchísimo tiempo, sino que refleja más bien el estado de nuestra propia vida interior. Hoy sabemos que esos relatos no son precisamente históricos, sino que pertenecen a la llamada literatura sapiencial (sabiduría), pero lo que narran sucede siempre en el corazón de cada persona, y por ende en esta Humanidad.

2. El Edén es el mito de nuestra mayoría de edad: con mucha facilidad sentimos la tentación de renunciar a la intimidad con Dios a cambio de una ilusoria autonomía o supuesta libertad, y esa es la fuente de nuestras miserias, de nuestro pecado.

3. La escena de Génesis 2-3 es dramática: se sitúa en un jardín paradisíaco donde la humanidad y la Divinidad coexisten en íntima unión. Se retrata a Dios con rasgos humanos (antropomórficos): camina, habla, tiene un conocimiento limitado. La historia del Edén pone a la humana al nivel de Dios: ven a Dios, hablan directamente con él, colaboran en la creación, y viven en un lugar que es propio de Dios. (Edén significa delicia).

4. Adam no es en principio un nombre, sino una descripción (“rojo”, hecha de arcilla o barro). Sólo cuando Dios crea a Eva (fuente de vida), Adán se convierte en nombre: nunca somos realmente “alguien” hasta que somos “alguien” en relación.

5. Esa intimidad que comparten ellos con Dios se presenta en término de “desnudez”. Y no se dan cuenta de que están desnudos hasta que comen del árbol del bien y del mal, que está justo en el centro del jardín del Edén; hasta que intentan afirmar su autonomía de Dios, comiendo de ese árbol del que se les había prohibido comer.

6. Creen que la sabiduría (el conocimiento del bien y del mal) se puede alcanzar al margen de Dios. Dice Tomás de Aquino: Que el árbol es el símbolo del deseo de autoafirmación y autonomía radical de la humanidad. Y ese árbol se erige alto, con raíces profundas y frutos tentadores, dentro de cada uno de nosotros. Y desde sus ramas extendidas susurra una serpiente muy astuta tentándonos a convertirnos en dioses por derecho propio, conocedores del bien y del mal, al margen de Dios.

7. Sin Dios, tratamos de construirnos una identidad alternativa que, sin el verdadero fundamento del ser, no es más que una apariencia ilusoria que llamamos el “falso yo”. Y ese es NUESTRO MAYOR ÍDOLO: la percepción ilusoria de nuestro yo autónomo, y atiborrados de su fruto, vivimos separados de nuestra identidad más profunda, que solo puede ser redescubierta en la unión desnuda con Dios.

8. Una vez que comieron del fruto esa desnudez ante Dios les avergonzaba (ya no es libertad ni signo de intimidad), y por eso SE ESCONDEN. Dios ya no puede localizarlos en el jardín y comienza a buscarlos desesperadamente: ¿DÓNDE ESTÁN?, grita Dios. Y allí, avergonzada, caída, alienada, está la Humanidad, agazapada en la oscuridad, temerosa de Dios.

9. Lo que sigue en la historia es una pregunta a la vez que una acusación: ¿QUIÉN TE HA HECHO VER QUE ESTÁS DESNUDO? Es la pregunta existencial a la que cada uno debe responder. ¿QUIÉN TE HA APARTADO DE MÍ, QUE SOY LA FUENTE DE TU EXISTENCIA? ¿POR QUË TE ESCONDES?

10. Hemos sucumbido a la terrible mentira de pensarnos separados de Dios, y estamos atrapados en una gran ilusión de dualidad. EN CONCLUSIÓN: hemos quedado ciegos ante la verdad de nuestra necesidad de Dios, como Fuente, Esencia y Destino, como el principio rector de nuestra existencia.

11. Queda un último detalle, que suele ser pasado por alto: Gn 3,21: “El Señor Dios hizo una túnica de pieles para el hombre y la mujer y los vistió”. Sin querer profundizar mucho en este aspecto, podemos decir que esta ropa prestada es nuestro EGO, que hay que saber diferenciar del falso yo. Nuestras prácticas de oración, ascetismo y virtudes tienen como objetivos fundamentales liberar al ego de la influencia del falso yo, y dejarnos desnudos ante Dios en una perfecta unión de amor.

12. La meta final es REVESTIRNOS DE CRISTO, el nuevo yo recuperado, restaurado, sanado (despojarse del hombre viejo y revestirse de Cristo). Dice Pablo: “Revístanse de amor, que es el broche de la perfección”.

13. Por ello, dentro de nosotros resuena un grito terrible: “Levántate y camina”, un grito de amor que pide lo imposible, luchando, a veces de manera violenta contra nuestra propia inercia y esterilidad para dar a luz a Dios dentro de nosotros.

14. El Edén y nuestra expulsión del paraíso es una realidad interior que cada uno de nosotros en su propia evolución espiritual está condenado a repetir, una condena que la tradición cristiana llama “pecado original”. Cada persona participa de esta lucha, y por eso necesita “convertirse”. Nos resistimos al crecimiento: inercia y esterilidad que tienden siempre a la muerte y la decadencia son los efectos paralizantes del pecado original. ESTE ES NUESTRO EXILIO.

15. Pero al mismo tiempo, el don del exilio es el ANHELO. Ser humano consiste en anhelar, y nada, salvo la unión desnuda con Dios, podrá satisfacer jamás ese anhelo. Y así podemos entender místicamente el camino del discípulo, del cristiano, del hombre o la mujer de oración: convencidos de que nos encontramos en un estado de exilio, anhelamos la intimidad divina del Edén.

16. La ENCARNACIÓN es la respuesta de Dios a todos los hijos de Adán, que han clamado: ¿Hasta cuándo te esconderás de mí? (Salmo 89, 47-49). En realidad, somos nosotros los que intentamos, una y otra vez, escondernos de Dios, aunque anhelamos todo el tiempo que nos encuentre. Y este don de nuestro anhelo solo puede producirse porque ya hemos sido encontrados (Salmo 139, 7-11).

17. El Dios trascendente del que habla el salmista es el mismo Dios ahora presente en Cristo, en quien nuestro exilio debe concluir final y definitivamente. Ese es el significado de la Encarnación: En Cristo fuimos encontrados.


(Resumen del segundo capítulo del libro "Contemplar a Cristo", de Vincent Pizzuto)


Origen del exilio interior

Alejamiento de Dios: el gesto de esconderse tras comer del fruto simboliza la ruptura de la confianza. Ya no se vive la desnudez como intimidad, sino como vergüenza.

Alejamiento de la creación: el jardín, que era “delicia”, se convierte en un lugar hostil. La tierra ya no es colaboradora, sino que se vuelve trabajosa y resistente.

Alejamiento de los demás: Adán y Eva ya no se reconocen en mutua comunión, sino que se acusan. La relación se fractura en sospecha y competencia.

Alejamiento de uno mismo: la identidad se fragmenta; aparece el “yo ilusorio” que busca afirmarse sin Dios, y con ello la sensación de vacío y miedo.

viernes, 21 de noviembre de 2025

UNA SANTIDAD QUE SE CANTA EN PLURAL (Conclusión)

Al llegar al final de este recorrido, queda claro que la santidad no se vive en solitario. Se canta en plural. Se celebra en comunidad. Se construye en la historia. Y la liturgia, cuando es vivida con verdad, se convierte en el lugar donde esa santidad compartida se hace visible, audible, creíble.

La santidad nos interpela a todos: no como exigencia, sino como posibilidad.

El pueblo tiene voz, memoria y fe: su liturgia debe reflejar su vida.
El ministerio es mediación humilde: acompaña, no domina.
La liturgia es comunión: une generaciones, vocaciones, tiempos y estilos.

En un tiempo donde abundan las divisiones, las nostalgias estériles y las imposiciones disfrazadas de fidelidad, necesitamos volver a lo esencial: el Evangelio vivido, la comunidad reunida, el pan compartido, la esperanza proclamada.



🧭 Preguntas para la reflexión personal o comunitaria

1. ¿Qué rostros concretos de santidad reconozco en mi comunidad? ¿Qué me enseñan?

2. ¿Cómo se expresa la voz del pueblo en nuestras celebraciones? ¿Qué podríamos recuperar o fortalecer?

3. ¿Cómo vivo mi propio servicio ministerial (ordenado o no)? ¿Desde dónde acompaño: desde el centro o desde el margen?

4. ¿Qué signos de comunión y qué signos de fragmentación percibo en nuestra liturgia? ¿Qué podríamos transformar?

5. ¿Qué gestos concretos podríamos incorporar para que nuestras celebraciones sean más inclusivas, participativas y esperanzadoras?

viernes, 14 de noviembre de 2025

LA LITURGIA COMO LUGAR DE COMUNIÓN, NO DE IDEOLOGÍA (#4)

La liturgia es el corazón de la vida cristiana
. No es sólo rito, ni sólo doctrina, ni sólo tradición. Es encuentro. Es comunión. Es el lugar donde el pueblo se reúne para escuchar, agradecer, recordar, esperar. Y cuando se vive con autenticidad, la liturgia se convierte en espacio de unidad, no de división; de gracia, no de control; de santidad compartida, no de ideología impuesta.

La comunión que la liturgia revela

En cada celebración, el cielo y la tierra se tocan. Los vivos y los muertos se abrazan. Los santos y los pecadores se sientan juntos. La liturgia no es propiedad de nadie, porque es don para todos. Y ese “todos” incluye al niño que apenas entiende, al anciano que ya no puede hablar, al ministro que preside y al laico que escucha.

La comunión litúrgica es más que estar juntos. Es reconocerse parte de un cuerpo. Es saberse sostenido por la fe de los otros. Es dejar que el Espíritu nos una más allá de nuestras diferencias.

🕯️ Cuando la liturgia se fragmenta

Pero no siempre lo logramos. A veces, la liturgia se convierte en campo de batalla: entre estilos, entre ideologías, entre ministerios. Se discute más sobre formas que sobre fondo. Se imponen criterios sin discernimiento. Se excluye al que no encaja.

Y cuando eso ocurre, la comunión se rompe. El altar se convierte en frontera. El sagrario se aleja del pueblo. El canto se vuelve consigna. La Palabra se usa como arma. Y el pueblo, en lugar de celebrar, se retrae.

Ejemplo concreto: Cuando el sagrario se coloca lejos del centro celebrativo, como si fuera un adorno o una reliquia, se corre el riesgo de fragmentar la experiencia de comunión. El pueblo deja de mirar hacia el centro de la presencia, y la liturgia pierde su eje.

🌾 Recuperar el sentido: signos que unen

La liturgia puede sanar. Puede reconciliar. Puede unir. Pero para eso, necesita ser vivida con humildad, con apertura, con discernimiento. Necesita volver a sus raíces: la mesa compartida, la Palabra escuchada, el pan partido, la memoria viva.

Algunos signos que favorecen la comunión:
El altar como centro visible y accesible.
El sagrario en diálogo con el espacio celebrativo.
La participación activa del pueblo en cantos, gestos, silencios.
La proclamación de la Palabra hecha con reverencia y cercanía.
La homilía como espacio de encuentro, no de imposición.

 No se trata de estética, sino de teología encarnada.

🔥 Cierre: hacia una liturgia que abrace

La liturgia que me interpela no busca uniformidad, sino comunión. No impone, sino invita. No divide, sino abraza. Y en ella, todos tenemos lugar: los santos canonizados, los difuntos que amamos, el pueblo que celebra, el ministro que acompaña.

Esta visión se enlaza con todo lo que hemos compartido:
La santidad que me interpela nos llama a vivir con autenticidad y entrega.
El pueblo celebrante nos recuerda que la liturgia es espacio de participación y memoria.
El ministerio ordenado como mediación humilde nos invita a servir, no a dominar.

Que cada celebración sea un signo de comunión.
Que cada gesto litúrgico nos acerque más a Dios y al prójimo.
Que la santidad compartida se celebre con alegría, con respeto, con esperanza.

sábado, 8 de noviembre de 2025

EL MINISTERIO ORDENADO: MEDIACIÓN HUMILDE PARA UNA SANTIDAD COMPARTIDA (Tema # 3)

La santidad que me interpela no se impone, se ofrece. No se exhibe, se comparte. Y el ministerio ordenado, cuando se vive como mediación humilde, se convierte en espacio fecundo para que la santidad del pueblo florezca.

El ministerio como servicio, no como centro

El sacerdote, el diácono, el obispo… no están llamados a ser protagonistas, sino servidores. Su misión no es ocupar el centro, sino facilitar el encuentro. No es brillar, sino reflejar. No es controlar, sino acompañar.

Cuando el ministerio se vive como mediación humilde, se convierte en puente. Un puente entre Dios y su pueblo, entre la Palabra y la vida, entre la liturgia y la historia. Y ese puente no se construye con poder, sino con escucha, con ternura, con disponibilidad.

El que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos” (Mc 10,44). Esta frase no es sólo una consigna ética, es una clave teológica. El ministerio ordenado es llamado a encarnar esa lógica del Reino: la grandeza que se hace pequeña, la autoridad que se arrodilla, la santidad que se pone al servicio.

🕊️ Acompañar la santidad del pueblo

El pueblo celebrante está lleno de santidad silenciosa. Y el ministro ordenado está llamado a reconocerla, honrarla, sostenerla. No como juez, sino como hermano. No como dueño, sino como testigo.

La mediación humilde implica:
Escuchar las voces del pueblo, incluso cuando incomodan.
Reconocer los carismas laicales como dones del Espíritu.
Facilitar espacios de participación real, no sólo simbólica.
Celebrar con el pueblo, no sobre el pueblo.

Ejemplo concreto: En la preparación de la liturgia, el ministro puede abrir espacio para que la comunidad proponga signos, cantos, intenciones. No se trata de delegar por cortesía, sino de confiar en la santidad que habita en el pueblo.

🌾 El gesto, el tono, la actitud

La mediación humilde no se define sólo por ideas, sino por gestos concretos. El modo de proclamar, de presidir, de mirar, de callar… todo comunica. Y todo puede ser mediación o barrera.

Algunos signos de mediación humilde:
Presidir con sobriedad, sin protagonismo.
Usar un lenguaje cercano, sin tecnicismos innecesarios.
Evitar actitudes de superioridad o distancia.
Mostrar disponibilidad para el diálogo y la corrección fraterna.

Ejemplo concreto: En la homilía, el ministro puede compartir su propia búsqueda, sus dudas, sus aprendizajes. Eso no debilita su autoridad, la humaniza. Y permite que la comunidad se sienta acompañada, no juzgada.

🔥 Cierre: hacia una liturgia de comunión

El ministerio ordenado, cuando se vive como mediación humilde, se convierte en espacio de comunión. Ayuda a que el pueblo recupere su voz, a que la liturgia refleje la vida, a que la santidad se celebre como don compartido.

Esta visión se enlaza naturalmente con las otras entradas:
La santidad que me interpela nos llama a vivir con autenticidad y entrega.
El pueblo celebrante nos recuerda que la liturgia es espacio de participación y memoria.
La liturgia como lugar de comunión (próxima entrada) nos mostrará cómo todos, santos y difuntos, ministros y laicos, estamos llamados a celebrar juntos la esperanza.

jueves, 6 de noviembre de 2025

MARÍA, MADRE DEL PUEBLO FIEL: UNA MARIOLOGÍA QUE UNE, NO QUE DIVIDE

El reciente documento del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, Mater Populi Fidelis, ha suscitado reacciones diversas. Algunos lo celebran como una clarificación necesaria; otros lo lamentan como una pérdida de títulos entrañables. Personalmente, lo recibo como un paso humilde y valiente hacia una mariología más evangélica, más comunional.

Durante años, he sentido la necesidad de revisar ciertos lenguajes marianos que, aunque nacidos del amor, han terminado por oscurecer el misterio central de la fe: Cristo como único mediador y redentor. El documento reafirma que María no debe ser llamada “corredentora” ni “mediadora de todas las gracias”, porque tales títulos, aunque bien intencionados, pueden confundir y dividir.

Pero no se trata de empobrecer la devoción, sino de purificarla y centrarla. María sigue siendo madre, discípula, intercesora, figura de la Iglesia. El título propuesto —“Madre del pueblo fiel”— no es una concesión política, sino una invitación pastoral: reconocer a María como compañera del camino, no como figura paralela al Salvador.

En nuestras comunidades caribeñas, donde la devoción mariana es profunda y viva, este llamado puede ayudarnos a recuperar una liturgia más centrada, más comunional, menos ideologizada. María no divide; María une. No reclama protagonismo; lo ofrece. No eclipsa a Cristo; lo señala.

Este gesto doctrinal no cambiará de inmediato las prácticas populares, pero abre espacio para una pedagogía más sana, una catequesis que forma sin imponer, que acompaña sin confundir. Y eso, en tiempos de polarización eclesial, es ya una gracia.


Oración a María, Madre del Pueblo Fiel

Madre de Jesús y madre nuestra,
compañera silenciosa en los caminos del Evangelio,
enséñanos a mirar como tú:
con ojos de misericordia, sin protagonismos ni pretensiones.

Tú no pediste títulos ni altares,
solo dijiste “sí” y caminaste con tu pueblo.
Haznos discípulos como tú,
que escuchan la Palabra y la guardan en el corazón.

Líbranos de una fe que divide,
de imágenes que confunden,
de palabras que te colocan donde solo Cristo salva.

Queremos llamarte como te llama el pueblo:
Madre del consuelo, del aguante, de la esperanza.
Madre del pueblo fiel,
que no reclama tronos, sino que sostiene la cruz.

Ruega por nosotros,
para que la Iglesia sea comunión,
la liturgia sea encuentro,
y la devoción sea camino hacia el Reino.

Amén.

lunes, 3 de noviembre de 2025

EL PUEBLO CELEBRANTE: LA SANTIDAD COMPARTIDA (Tema # 2)

La santidad no es un privilegio, es un llamado

La fiesta de Todos los Santos nos recuerda que la santidad no es una excepción, sino una vocación. No es un pedestal, sino un camino. Y ese camino no se recorre en soledad, sino en comunidad. La santidad es compartida, tejida entre muchos, sostenida por la fe del pueblo.

En cada comunidad hay rostros que no aparecen en los libros, pero que han sido evangelio vivo: la señora que reza el rosario con los vecinos, el joven que acompaña a los ancianos, el catequista que sigue enseñando, aunque nadie lo aplauda. Esa es la santidad que me interpela. Y es también la que la liturgia está llamada a celebrar.

🕊️ Recuperar la voz del pueblo

Demasiadas veces, el pueblo ha sido reducido a espectador en la liturgia. Se le ha silenciado con fórmulas rígidas, se le ha infantilizado con gestos vacíos, se le ha excluido de decisiones que le afectan. Pero el pueblo celebrante tiene voz. Tiene memoria. Tiene fe. Y cuando canta, cuando responde, cuando proclama, está ejerciendo su sacerdocio bautismal.

Recuperar esa voz es un acto de justicia espiritual. Es reconocer que la santidad no baja desde el presbiterio, sino que brota desde los bancos, desde las casas, desde la historia compartida. Es permitir que el pueblo diga su fe con sus palabras, sus cantos, sus silencios.

Ejemplo concreto: En una celebración de Todos los Santos, invitar a la comunidad a nombrar en voz alta a personas fallecidas que vivieron la fe con sencillez. Esos nombres, pronunciados con amor, son parte de la letanía de los santos.

🌾 La liturgia como espejo de la santidad cotidiana

La liturgia no puede ser ajena a la vida del pueblo. No puede ignorar sus dolores, sus luchas, sus esperanzas. Cuando el pueblo celebra, su santidad se vuelve visible. Y cuando la liturgia se convierte en espejo de esa vida, entonces se vuelve fecunda.

La santidad del pueblo se celebra cuando la liturgia:
Nombra sus realidades concretas (alegrías, duelos, luchas).
Integra sus símbolos y expresiones culturales.
Reconoce sus ministerios no ordenados como espacios de gracia.
Permite que la comunidad se exprese con libertad y dignidad.

Ejemplo concreto: En la oración de los fieles, incluir intenciones espontáneas del pueblo. En el ofertorio, presentar signos de la vida cotidiana: una herramienta de trabajo, una foto familiar, una vela encendida por los difuntos.

🔥 El pueblo como sujeto, no como audiencia

Celebrar no es repetir. Es asumir. Es encarnar. Cuando el pueblo comprende lo que celebra, cuando se le forma, se le escucha, se le incluye, entonces la liturgia se convierte en espacio de transformación.

El pueblo celebrante es sujeto cuando:
Se le confía la proclamación de la Palabra.
Se le forma para comprender y vivir los signos.
Se le permite participar en la preparación de las celebraciones.
Se reconoce su capacidad de discernir, de orar, de crear.

Ejemplo concreto: Preparar con un grupo de laicos la liturgia, incluyendo testimonios, cantos elegidos por la comunidad, y un gesto de memoria compartida.

🌉 Cierre: hacia una liturgia de comunión

La santidad que me interpela no camina sola. Camina en comunidad. Camina en pueblo. Y la liturgia, cuando es verdadera, nos permite celebrar esa santidad compartida, esa comunión que transforma, esa esperanza que se canta.

Este tema se enlaza naturalmente con los otros que venimos trabajando:
El ministerio ordenado está llamado a facilitar esta voz del pueblo, no a sustituirla.
La liturgia como lugar de comunión se realiza cuando todos tienen un lugar, una voz, una misión.

viernes, 31 de octubre de 2025

SANTIDAD COMPARTIDA: CELEBRAR, SERVIR Y UNIR

La santidad no es un ideal lejano ni un privilegio reservado. Es una vocación que se encarna en lo cotidiano, en lo comunitario, en lo celebrativo. Esta serie de reflexiones nace del deseo de mirar la santidad no como cima individual, sino como camino compartido: un proceso que se vive en comunidad, se celebra en la liturgia y se acompaña desde el ministerio.

A lo largo de estas entradas, propongo contemplar la santidad desde cuatro ángulos que se entrelazan:

1. La santidad que me interpela: una reflexión personal sobre cómo la vida de los santos —canonizados o no— nos llama a vivir con autenticidad, entrega y esperanza.

2. El pueblo celebrante: cómo la liturgia puede ser espacio donde la santidad del pueblo se hace visible, audible y fecunda.

3. El ministerio ordenado como mediación humilde: una mirada al servicio pastoral como puente, no como centro, al servicio de la comunión.

4. La liturgia como lugar de comunión, no de ideología: una invitación a recuperar el sentido profundo de la celebración como espacio de unidad, memoria y esperanza.

Esta serie está pensada para alimentar la reflexión, pero también para inspirar gestos concretos, decisiones pastorales y caminos de formación. Que cada palabra sea semilla de comunión.


TEMA #1

La santidad que me interpela

Reflexión para la fiesta de Todos los Santos

Siempre me ha conmovido esta fiesta. No por los grandes nombres, sino por lo que revela: que la santidad es posible, que está cerca, que se parece a la vida que muchos viven con fe, con entrega, con dolor y con esperanza.

La santidad me interpela. No como exigencia, sino como invitación. Me habla de un modo de estar en el mundo: con los ojos abiertos, el corazón disponible, los pies en la tierra y la mirada en Dios. Me recuerda que no se trata de perfección, sino de comunión. No de méritos, sino de amor.

Me interpela la santidad de los que no se rinden. De los que perdonan sin que nadie se lo pida. De los que rezan por los demás sin que nadie lo sepa. De los que siguen amando, aunque les falte fuerza. De los que no se creen santos, pero viven como tales.

Me interpela la santidad que no se exhibe, que no se impone, que no se cree perfecta. La santidad que se parece a Jesús: humilde, compasiva, firme, libre. La santidad que se deja tocar por el dolor del otro, que se indigna ante la injusticia, que se alegra con lo pequeño.

Hoy, al celebrar a Todos los Santos, quiero mirar a mi alrededor y reconocerlos. Quiero nombrar a los santos de mi comunidad, de mi historia, de mi familia. Quiero agradecer su testimonio, su ternura, su lucha. Y quiero mirar hacia dentro y preguntarme:

¿Qué parte de mí está llamada a ser santa?
 ¿Qué parte de mí necesita abrirse más al amor, a la entrega, a la comunión?

La santidad no es un estado, es un camino. Un proceso que se vive en comunidad, en lo cotidiano, en lo frágil. Es dejarse transformar por el Espíritu, paso a paso, día a día. Es aprender a amar como Jesús, sin medida, sin miedo, sin condiciones.

Y en este camino, no estoy solo. Me acompaña una “multitud inmensa”, como dice el Apocalipsis. Me acompañan los santos canonizados, sí, pero también los que nunca escribieron libros ni fundaron congregaciones. Me acompañan los que vivieron la fe en lo escondido, los que murieron sin reconocimiento, los que siguen amando desde el cielo.

Por eso, esta fiesta no es sólo para admirar. Es para decidir. Para decirle a Dios: “Aquí estoy. Quiero caminar contigo. Quiero vivir como tus santos. Quiero ser parte de esa comunión que transforma el mundo.”