"Conozco
personas que desde hace diez años quieren cambiar, que trabajan
constantemente en sí mismas para cambiar. Pero nada cambia. La razón está en
que el cambio tiene en sí algo de agresivo. Estoy luchando contra algo, y
aquello contra lo que lucho desarrollará inicialmente fuerzas contrarias.
Además, en el cambio se esconde una condena de mí mismo: no está bien ser tal
como soy, tengo que cambiar del todo, tengo que convertirme en otro.
Por el contrario, la transformación es más suave.
Transformación quiere decir que todo aquello que hay en mí tiene derecho a existir. Me reconozco
positivamente tal como me he desarrollado. Al mismo tiempo, sin embargo,
percibo que no soy ese que me está dado llegar a ser partiendo de mi propia condición esencial. La meta de
la transformación es que salga a relucir en mí esa imagen originaria e irrepetible que Dios
se ha hecho de mí.
Esa imagen tiene que irradiar a través de todo lo que hay en mí. El
cambio total tiene como meta que yo me convierta en otra persona. La transformación, por el
contrario, apunta a que llegue
a ser plenamente yo mismo, a que llegue a ser cada vez más
esa persona única e irrepetible que soy.
Transformarse vendría a significar que todo lo que es, en
principio, es bueno, pero que muchas cosas desfiguran nuestro ser y nuestra
verdad. Transformarse consistiría en formar la imagen originaria, extrayéndola
de entre la maleza de imágenes, y hacer así que de lo inauténtico crezca lo
auténtico. La transformación presupone un asentimiento absoluto al ser. Todo
tiene derecho a ser, todo tiene su sentido. Solo tendría que examinar qué
sentido tienen, por ejemplo, mis pasiones, mis enfermedades, mis conflictos,
mis problemas.
La cuestión es cómo se produce la transformación.
Hay
diferentes caminos.
(continua)
ANSELM GRÜN. Atrévete a ser nuevo.
Edit. Verbo Divino. 2016
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