domingo, 8 de enero de 2017

TRANSFORMACIÓN.


"Conozco  personas que desde hace diez años quieren cambiar, que trabajan constantemente en sí mismas para cambiar. Pero nada cambia. La razón está en que el cambio tiene en sí algo de agresivo. Estoy luchando contra algo, y aquello contra lo que lucho desarrollará inicialmente fuerzas contrarias. Además, en el cambio se esconde una condena de mí mismo: no está bien ser tal como soy, tengo que cambiar del todo, tengo que convertirme en otro.

 Si observamos con más detalle el lenguaje, veremos que «otro» viene del latín alter, que es también una designación ordinal: el segundo. Por tanto, cambiar significa pasar a ser una segunda persona o, dicho negativamente, que debo pasar a ser de «segunda categoría», «calidad de segunda».

Por el contrario, la transformación es más suave. Transformación quiere decir que todo aquello que hay en mí tiene derecho a existir. Me reconozco positivamente tal como me he desarrollado. Al mismo tiempo, sin embargo, percibo que no soy ese que me está dado llegar a ser partiendo de mi propia condición esencial. La meta de la transformación es que salga a relucir en mí esa imagen originaria e irrepetible que Dios se ha hecho de mí. 
Esa imagen tiene que irradiar a través de todo lo que hay en mí. El cambio total tiene como meta que yo me convierta en otra persona. La transformación, por el contrario, apunta a que llegue
a ser plenamente yo mismo, a que llegue a ser cada vez más esa persona única e irrepetible que soy.

Transformarse vendría a significar que todo lo que es, en principio, es bueno, pero que muchas cosas desfiguran nuestro ser y nuestra verdad. Transformarse consistiría en formar la imagen originaria, extrayéndola de entre la maleza de imágenes, y hacer así que de lo inauténtico crezca lo auténtico. La transformación presupone un asentimiento absoluto al ser. Todo tiene derecho a ser, todo tiene su sentido. Solo tendría que examinar qué sentido tienen, por ejemplo, mis pasiones, mis enfermedades, mis conflictos, mis problemas.

 La transformación es para mí la forma típicamente cristiana del cambio. En la transformación está el aspecto de la gracia. Dios mismo transforma al ser humano. Esto se hizo patente en la encarnación de su Hijo, en la que él transformó y divinizó nuestra naturaleza humana. La transformación es también el concepto clave de una espiritualidad que no intenta imponer su dominio sobre todas las faltas y debilidades y evita en lo posible todo pecado. La transformación confía en que todo en nosotros tiene un sentido, incluso nuestro pecado, y en que Dios quiere transformarnos  para que su luz y su gloria resplandezcan cada vez más en nosotros.

La cuestión es cómo se produce la transformación. 
Hay diferentes caminos.

(continua)

ANSELM GRÜN. Atrévete a ser nuevo. 
Edit. Verbo Divino. 2016

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