Unas palabras del papa,
comentando el evangelio, que no comparto: “¿Lo más
importante de Jesús es que sane? No. ¿Qué nos enseña? No. ¡Que salva! Él es el
salvador y nosotros somos salvados por Él, y esto es más importante…”.
Pero qué es eso que llamamos salvación, si no incluye salud y
aprendizaje; ya he comentado sobre esto varias veces. Es como si mostráramos la
meta y no invitáramos al camino que conduce a ella. La fe y la magia son cosas
diferentes, y lo que llamamos salvación
engloba a todo el ser humano: también su inteligencia, sus emociones, sus
relaciones, su cuerpo físico. Por tanto está claro que necesitamos aprender de
Jesús y recibir sanación física y espiritual, para experimentar eso que
llamamos “salvación”. Lo he dicho
antes, ese es el camino de los verdaderos discípulos: conocer a Jesús, caminar
con él, escuchar sus palabras, ser removidos en nuestras seguridades,
experimentar el misterio de la cruz y la resurrección, para poder decir: ¡Este es el Salvador! La salvación no
viene simplemente por el rezo, o por decir: ¡Señor,
Señor!, sino porque aprendemos de él un nuevo modo de vivir juntos:
compasivos y solidarios, servidores unos de otros, ayudando a construir una
humanidad fundada en el Amor.
En un comentario que leo en el Diario
Bíblico 2014 (que entonces aproveché poco), encuentro esta frase: “No olvidemos que la mayoría de las veces la
voluntad de Dios discrepa hondamente de nuestra voluntad”. No estoy
de acuerdo con esta afirmación, que encaja a la perfección en el pensamiento
tradicional (teológico y devocional); ahí hay dualismo y pesimismo, modelo de
un Dios distante y rival del hombre. Ambas voluntades, si es que pueden
separarse, van siempre juntas, se solapan y confunden, se sostienen y alimentan
mutuamente, porque Dios está dentro y no fuera, recorriendo siempre los caminos
humanos. Merton tiene buenas
reflexiones sobre este asunto; ayer mismo leía sobre ello en mi tesina, y
antier en “Los hombres no son islas”,
respecto a la vocación humana. Vuelvo a citar: “Nuestro
destino es obra de dos voluntades, no de una sola. No es un hado inmutable,
impuesto a nosotros sin elección nuestra por una divinidad sin corazón. Nuestra
vocación no es una lotería sobrenatural, sino la interacción de dos voluntades,
y, por consiguiente, de dos amores” (125).
De lo anterior, saca Merton
dos conclusiones importantes para la vida de cada ser humano:
1. Al hacer
planes sobre el transcurso de nuestra vida, hemos de recordar la importancia y
la dignidad de nuestra libertad. El
hombre que teme decidir su futuro por un acto bueno de su libre albedrío, no
entiende el amor de Dios. Porque la libertad es un don que Dios nos ha dado
para poder amarnos más perfectamente, y ser amado por nosotros más
perfectamente en reciprocidad”.
2. La perfección del amor es proporcional a su
libertad, y el amor más puro a Dios no es servil ni ciego, ni limitado por el
temor. El alma que ama a Dios se atreve a
elegir libremente, sabiendo que su libertad será aceptable para el amor.
Por todo lo anterior se comprende mejor de lo
que hablamos cuando decimos “voluntad de
Dios”; incluye nuestra filiación divina, nuestra comunión esencial con
Dios, nuestra libertad y nuestra confianza. No hay miedo al elegir, más que el
temor y el temblor de apartarnos del amor, que es el sentido último de nuestra
existencia.
Manuel Valls
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