La Cuaresma cristiana comienza siempre con la lectura
del relato de las tentaciones de Jesús en el desierto. Coinciden los
expertos bíblicos y los teólogos en el hecho de que no es un relato propiamente
"histórico", sino que quiere interpretar a Jesús, su misión, su camino, su
destino. Es relevante el hecho de que se vincule la ida al desierto de Jesús
con el Espíritu, y que en el relato tanto Jesús como el Diablo echen mano a la
Escritura para argumentar y defender un camino. El Diablo quiere que Jesús se
aproveche de su condición, de su relación con Dios, cosa que Jesús rechaza.
El relato nos hablaría sobre todo de los conflictos de las primeras
comunidades cristianas a la hora de interpretar y seguir el camino de Jesús.
La vida humana es DESIERTO, y aclaro, no es un
desierto, sino que hay en esa vida una dimensión de desierto claramente
identificable a nivel espiritual. Así, el camino de Israel a través del
desierto del Sinaí durante 40 años se convierte en modelo de nuestro propio
itinerario de fe, eso si somos capaces de mirar más allá de lo concreto y
particular, e interpretamos las claves que se esconden en el relato. El paso de
la esclavitud a la libertad, la resistencia del pueblo a asumir las exigencias
de esa libertad y la añoranza de la servidumbre, las dudas sobre si está Dios o
no con ellos, la roca que mana el agua o el maná que calma el hambre, el
cansancio, los ídolos o falsos dioses, la relación de Moisés con Dios... En
fin, que hay mucha riqueza en esta historia, aprovechable para pensar en
nuestra búsqueda de Dios en la vida cotidiana.
El DESIERTO es, por lo anterior, en la Biblia, un LUGAR TEOLÓGICO... ¿Qué significa esto? Que a partir de la realidad
física y geográfica del desierto, como lugar árido, apartado, lugar de paso,
los creyentes descubren en él también un espacio espiritual donde Dios se
manifiesta de un modo peculiar. El desierto es el lugar de la tentación, el lugar
del Enemigo, pero es al mismo tiempo el lugar del encuentro con Dios: donde la
Palabra se hace más clara, maduramos en la fe, hacemos amistad con Dios, y
aprendemos a reconocerle. Entonces, como diría El Pequeño Príncipe, la arena del
desierto resplandece, y podemos encontrar un pozo en cualquier parte. El
DESIERTO es, definitivamente, el lugar de lo invisible, donde todo se oculta
bajo un velo misterioso, y se revela sólo a quien busca de la mano de la
confianza y del amor.
Yo me atrevo a decir por todo lo anterior que, desde
el punto de vista espiritual, DESIERTO Y PARAÍSO confluyen de alguna manera en el mismo espacio. Cuando somos capaces de
reconocer a Dios obrando en la vida y la historia del ser humano y de su
creación, entonces lo que antes parecía puro desierto empieza a verse también
como vergel, como lugar de creación, como paraíso. Volviendo a retomar las
imágenes del párrafo anterior, la arena comienza a resplandecer como si el
desierto revelara lo que esconde bajo la arena, y la búsqueda del agua de vida
que alivia nuestra sed interior, con aquellos y aquellas que también sienten el
llamado de una mayor libertad y vida plena, hace que aparezca un pozo cantor
justo después del mayor momento de oscuridad.
Cuando en el segundo domingo de Cuaresma leemos el
pasaje evangélico de la Transfiguración, estamos también, con
los discípulos, asomándonos al paraíso. Los lugares altos son siempre espacios
de epifanía, de manifestación de Dios; en la Biblia son lugares geográficos
también, al mismo tiempo que lugares espirituales o simbólicos. El monte donde
Jesús predicó las Bienaventuranzas no es un pico elevado,
pero expresa un momento sublime, particular, epifánico también, del ministerio
de Jesús. Quiero decir con esto que en medio de nuestro "desierto"
cotidiano vivimos también momentos de revelación, de luz, de "paraíso",
es decir, "momentos altos" en los que recibimos lo necesario para
seguir haciendo nuestro camino hacia la libertad.
El itinerario de Cuaresma está señalizado por estas y
otras claves espirituales que nos preparan para tener una vivencia más honda y
actualizada de la resurrección de Cristo, que acontece en nosotros aquí y
ahora. Por eso esta invitación a reflexionar en lo que
implica que la vida humana sea desierto y monte alto o paraíso al mismo tiempo. Estas imágenes,
según mi propia experiencia, son sanadoras y transformadoras de la persona
humana, y contribuyen a la maduración espiritual y a la superación de
tentaciones y obstáculos para una vida plena, vivida en el amor.
Manuel Enrique Valls, ocd.
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