“No basta con estar cerca, hay que seguir a Jesús”
(Lucas 14, 25-33)
Queridos hermanos y hermanas,
En el pasaje del Evangelio de Lucas que acabamos de
proclamar se nos cuenta que mucha gente seguía a Jesús en su viaje a Jerusalén,
pero Jesús se detiene y les habla, recordándoles lo que implica ir con Él. “Quien no carga con su cruz y me sigue, quien
no deja su familia, quien no renuncia a sus bienes… no puede ser mi discípulo”. Son exigencias duras, evidentemente, y
pueden además ser mal comprendidas.
Hay dos palabras fundamentales en el ser cristiano: Discipulado y seguimiento. El Evangelio
nos habla de responder a la invitación de Jesús: “seguirle para estar con Él”, y estas palabras no han perdido fuerza
con el paso del tiempo. La invitación que Jesús hizo a Pedro, a Juan, a Mateo,
y luego a tantas y tantos a lo largo de la historia (Francisco, Domingo,
Teresa, etc.), es la misma que hoy nos dirige a cada uno de nosotros: “Ven y
sígueme”; este llamado sigue
siento actual y urgente. No es una frase bonita, sino un llamado
radical. Es una propuesta de vida,
un modo de vivir, de asumir la existencia, de estar presente en el mundo.
Y aquí es donde debemos detenernos a pensar. Porque somos
muchos los que hemos sido bautizados, hemos recibido los sacramentos, venimos a
misa casi todos los domingos. Y eso es bueno, es necesario. Pero, ¿es lo que
pide Jesús? ¿Es suficiente con eso? Porque el discipulado cristiano no es solo
pertenecer a una religión, o cumplir determinados ritos, o cumplir determinadas
normas. Es seguir a una Persona. Es caminar con Jesús, aprender de Él,
vivir como Él.
Muchos viven su fe como una (buena) costumbre heredada,
como una tradición familiar, pero no como una
decisión personal. Es como tener una Biblia en casa que nunca se abre, o
como tener una bicicleta que nunca se usa, o como acordarse de santa Bárbara
cuando truena, pero nada más. Pero, la fe no nos transforma en personas nuevas,
en nuevas criaturas, si no se vive de verdad el seguimiento. Y el discipulado
no se da de forma mágica o automática. Necesita una respuesta libre,
consciente, comprometida de parte nuestra.
Jesús no busca admiradores entusiastas, no le convencen
las multitudes. Busca seguidores, busca discípulos. No quiere que lo miremos desde
lejos, sino que caminemos con Él. Y eso implica, como dice hoy el
evangelio, dejar cosas atrás. Implica renunciar a la comodidad, al egoísmo, a
la indiferencia. Implica abrir el corazón a la Palabra, dejarse formar, ser
parte de una comunidad, servir con alegría, cargar la cruz con esperanza, tener
un corazón compasivo y solidario. Eso es
tomar la cruz sobre los hombros y seguirle.
El verdadero discípulo no es el que solo escucha, sino el
que obedece. No es el que solo cree, sino el que ama. No es el que solo asiste,
sino el que se compromete. Y eso se nota. Se nota en cómo trata a los demás, en
cómo enfrenta las dificultades, en cómo vive su fe en lo cotidiano.
Jesús no pide que no amemos a nuestra familia y a
nuestros amigos, pero quiere que ampliemos el círculo de nuestros afectos y
nuestro compromiso, porque el proyecto del Reino es para todos, no para unos
cuantos elegidos, cercanos, simpáticos, afines. Él nos llama a ser discípulos
misioneros. No solo para nosotros, para los nuestros, sino para los demás.
Porque el mundo necesita testigos, no
solo creyentes. Necesita cristianos que vivan con coherencia su compromiso
con la verdad y la justicia, que anuncien con alegría, que sirvan con humildad,
al estilo de Jesús. Porque no hay
cristianismo sin cruz, sin entrega de la vida.
Y nosotros, hermano, hermana, ¿dónde estamos en ese
camino? ¿Somos solo creyentes… o somos discípulos? ¿Tenemos fe que transforma
la vida… o solo la acompaña? ¿Hemos respondido al llamado de Jesús… o aún
estamos y no estamos, pensando si vale la pena?
Hoy es siempre el día para dar el paso. Para decirle al Señor: “Aquí estoy. Quiero seguirte. Quiero aprender de Ti. Quiero vivir como Tú”. No tengamos miedo. Él no llama a los perfectos. Llama a los que se muestran disponibles. A los que se atreven a dar el paso. A los que confían en su gracia. A los que como María le dicen: “Hágase”.
Pidamos hoy al Espíritu Santo, y a María, cuya natividad
celebramos mañana, que encienda en nosotros el fuego del discipulado. Que no
nos conformemos con estar cerca… sino que nos decidamos a seguir a Cristo, a
estar con él, a ser parte de su comunidad de discípulos. Porque solo el que sigue a Jesús,
lo encuentra de verdad, y puede ser llamado discípula o discípulo.
Puede hacer presente la novedad del Reino de Dios en el mundo con su modo de
vivir, con sus palabras y sus obras.
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