NUESTRO MARTÍ
En
los últimos meses de los preparativos de Martí para la nueva guerra de
independencia, en diciembre de 1894, el Delegado había citado a Mayía
Rodríguez, Enríque Collazo, Loynaz del Castillo y a su discípulo Gonzalo
de Quesada, para una entrevista. El Maestro, agobiado de trabajo, llegó
tarde. Después de saludar afectuosamente a sus compatriotas y de
sacudirse la nieve de la ropa, al sentarse lanzó un suspiro, lo que al
parecer disgustó a Mayía:
-Usted no debe suspirar, Martí. Yo no
suspiré, ni lancé ninguna queja, cuando en la guerra pasada me dieron
un balazo en esta rodilla que me destrozó la pierna.
A lo que respondió Martí:
- Mi suspiro no es una queja, ni una debilidad. Mi suspiro es una
esperanza. En la península yucateca, en esa tierra dura y brava, hay
unos huecos, profundísimos como abismos, llamados cenotes, donde se
sacrificaban seres humanos durante siglos para aplacar la furia de los
dioses, y donde se arrojaban innumerables ofrendas de oro y pedrería.
Los indios de aquellos lugares sostienen que de lo más hondo, bajo las
raíces de los árboles, de la entraña misma de la tierra, suele escapar
un angustioso suspiro.....Mi suspiro es el suspiro del cenote.
En una ocasión, un joven le preguntó a Martí:
_ Dígame, Maestro; ¿Qué entiende usted por libertad?
_ La esclavitud del deber- Le contestó Martí en el acto.
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