jueves, 19 de febrero de 2015

LAICICIDAD DEL EVANGELIO


“Los relatos, que ofrecen los evangelios, son la historia del enfrentamiento de Jesús con las raíces del fundamentalismo religioso. Jesús, en efecto, comprendió que el mayor peligro, para la religión y para la humanidad, está precisamente en el sometimiento incondicional a los rituales religiosos, de forma que la sumisión a tales rituales se antepone al sufrimiento humano, a los derechos humanos, a la dignidad de las personas y a la vida misma. Esto es lo que Jesús no toleró en modo alguno. Y por esto precisamente fue por lo que los dirigentes de la religión vieron que el proyecto de Jesús era incompatible con el proyecto que ellos defendían por encima de todo”.

“La fe en Dios y el respeto a Dios consiste, ante todo y sobre todo, en defender la vida, respetar la vida, promover los derechos y la dignidad de los seres humanos, hasta que la igualdad en derechos, y la libertad en creencias y convicciones, estén garantizadas para todos”.

“En nuestra vida somos más estrictos observantes de los rituales religiosos que estrictos cumplidores de las exigencias éticas que tendríamos que cumplir como ciudadanos ejemplares. Reducimos nuestra religiosidad a determinadas prácticas rituales, al tiempo que excluimos de nuestra religiosidad el respeto, la tolerancia, la sensibilidad ante el sufrimiento, sobre todo el sufrimiento de los más débiles. Y así sucesivamente. Hasta llegar a hacer compatible la estricta observancia de la religión con la violencia más brutal ante todo aquello con lo que no estamos de acuerdo”.

“Los individuos, desde la niñez, y la sociedad en general al igual que la cultura, asimilan con más facilidad y claridad la fe en los ritos que la fe en Dios. Es frecuente que la gente se aferre a las observancias rituales, en tanto que la seguridad y la claridad, en lo que concierne a Dios, resulta para muchos algo problemático, quizá dudoso y, en todo caso, un sentimiento amenazado por la oscuridad. Las observancias rituales tranquilizan las conciencias. El asunto de Dios es, para muchos, un problema nunca resuelto y que, tantas veces, se vive como un misterio o, al menos, como un enigma”.

“Los fundamentalistas religiosos centran de tal manera (y hasta tal extremo) su vida y sus intereses en la fiel observancia de los rituales sagrados, que anteponen esa observancia a la vida misma. La vida de quien sea y en lo que sea. Hasta el extremo de estar dispuestos a matar, o dejarse matar, con tal de no permitir que la sociedad democrática, laica y secular se sobreponga a la sociedad condicionada y sumisa a las exigencias de la religión”.



(José María Castillo)

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