"Dejemos a un lado por un momento las cuestiones políticas
y ocupémonos de un tema de gran relevancia existencial y espiritual. Se trata
de la noche oscura que la recién canonizada Madre Teresa de Calcuta vivió y
sufrió desde 1948 hasta su muerte en 1997. Tenemos los testimonios recogidos
por el postulador de su causa, el canadiense Brian Kolodiejchuk en el libro
Come Be My Light (Ven, sé mi luz).
Como es sabido, la Madre Teresa vivía en Calcuta recogiendo
moribundos de las calles para que muriesen humanamente dentro de una casa y
rodeados de personas. Lo hacía con extremo cariño y completa abnegación. Todo
indicaba que lo hacía a partir de una profunda experiencia de Dios.
Cuál no sería nuestra sorpresa cuando nos enteramos de su
profundo desamparo interior, verdadera noche sin estrellas y sin esperanza de
un sol naciente. Esa pasión dolorosa duró casi 50 años. Ya en agosto de 1959
escribía a uno de sus directores espirituales: «En mi propia alma siento un
dolor terrible. Siento que Dios no me quiere, que Dios no es Dios y que Él
verdaderamente no existe».
En otra ocasión escribió: «Hay tanta contradicción en mi
alma: un profundo anhelo de Dios, tan profundo que me hace daño; un sufrimiento
continuo y con él el sentimiento de no ser querida por Dios, rechazada, vacía,
sin fe, sin amor, sin cuidado; el cielo no significa nada para mí, me parece un
lugar vacío».
Sabemos que muchos místicos testimonian esta experiencia de
oscuridad. Lo constatamos en san Juan de la Cruz, en santa Teresa de Ávila, en
santa Teresa de Lisieux, entre otros. Esta última, tan dulce, expresión de la
mística de las cosas cotidianas, escribió en su Diario de un Alma: «No creo en
la vida eterna; me parece que después de esta vida mortal, no existe nada: todo
desapareció para mi, solo me queda el amor».
Es conocida la noche oscura de san Juan de la Cruz, tan bien
expresada en su poema “La noche oscura”. Él distingue dos noches oscuras: una,
la noche de los sentidos por la cual el alma vive sin consuelos espirituales y
en una tremenda sequedad interior. La otra es la noche del espíritu “oscura y
terrible” en la cual el alma ya no consigue creer en Dios, llega a dudar de su
existencia y se siente condenada al infierno.
Especialmente la modernidad, centrada en si misma y perdida
dentro del inmenso aparato tecnológico que creó, vive también esta ausencia de
Dios que Nietzsche calificó como «la muerte de Dios». No es que Dios haya
muerto, porque entonces no sería Dios. Es que nosotros lo matamos, es decir, Él
ya no es un centro de referencia y de sentido. Vivimos errantes, solos y sin
esperanza.
Dietrich Bonhöffer, teólogo mártir del nazismo, captó esta
experiencia, aconsejándonos vivir «como si Dios no existiese» (etsi Deus non
daretur), pero viviendo el amor, el servicio a los demás y cultivando la
solidaridad y el cuidado esencial.
Sospechamos que Jesús conoció esta noche terrible. En el
Huerto de los Olivos se sintió tan solo y angustiado que llegó a sudar sangre,
expresión suprema de pavor. En lo alto de la cruz, grita al cielo: “Padre, ¿por
qué me has abandonado?” No obstante esa ausencia de Dios, se entrega
confiadamente: “Padre, en tus manos entrego mi espíritu”. Se despojó de todo.
La respuesta vino en forma de resurrección como la plenitud de la vida.
La noche oscura de Madre Teresa al punto de decir: «Dios
verdaderamente no existe» nos deja un interrogante teológico. Descompone todas
nuestras representaciones de Dios. “A Dios nadie lo ha visto jamás” dicen las
Escrituras. Es «nuestro saber no sabiendo, toda ciencia transcendiendo» al
decir de San Juan de la Cruz. Creer en Dios no es adherir a un dogma o
doctrina. Creer es una actitud y un modo de ser; es adherirse a una esperanza
que es “la convicción de las realidades que no se ven” (Hebreos 11,1), porque
lo invisible es parte de lo visible. Creer es una apuesta, según dice Pascal,
que conoció también su noche oscura.
Simone Weil, la judía que en la última guerra se convirtió
al cristianismo pero no quiso bautizarse en solidaridad con sus hermanos
condenados a las cámaras de gas, nos da una pista de comprensión: «Si quieres
saber si alguien cree en Dios, no te fijes en cómo habla de Dios sino en cómo
habla del mundo», si habla en forma de solidaridad, de amor y de compasión.
Dios no puede ser encontrado fuera de estos valores. Quien los vive está en
dirección a Él y junto a Él aunque niegue a Dios.
La Madre Teresa de Calcuta amando a los moribundos estaba en
comunión con el Dios escondido.
Ahora que ya se transfiguró vivirá la presencia de Dios cara
a cara en el amor y en la comunión
Leonardo Boff
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