Lectura del libro de Arturo Arango “Terceras reincidencias. La historia por los cuernos”, Ediciones
Unión, 2013. Mucho de interés, subrayo algunas ideas, y leo con especial
atención el último artículo del libro: “Poesía,
censura y resistencia”. De algunas entrevistas al autor extraigo lo que
sigue:
“Un
humorista cubano dijo una vez una frase que luego se ha repetido muchísimo
(como toda frase que encierra verdad): el socialismo es una obra con un
excelente guión y una pésima puesta en escena. Entre otras determinaciones, la
puesta en escena fue mala porque no se resolvió la cuestión del poder. En el
guión, el poder es del pueblo. Sobre el escenario, el poder lo ha tenido un
grupo de personas que en un primer acto (y no importa cuán extenso haya sido
ese primer acto) pudo haber gobernado en nombre del pueblo, confrontando sus
decisiones, consensuándolas, pero que terminó gobernando en nombre de sí mismo,
imponiendo sus decisiones, apelando al consenso pasado, o a los residuos de ese
consenso. Permanecer en el poder importó más que encontrar fórmulas para que el
poder representara, en lo posible y de manera efectiva, real, a esa mayoría en
nombre de la cual se gobierna”(79)… ”El problema llega cuando conviertes la
ideología en fe. Creo en las ideologías, pero no en la fe. La fe no te permite
dudar, te exige obediencia, te limita la ambición por el conocimiento. Y la
política suele convertir a la ideología en iglesia, para exigir fidelidad de
ojos cerrados” (81)… Pienso que uno de los errores del socialismo fue utilizar
la ideología como modelo de coerción. En lugar de dinero, se usa la fe. Tanta fe demuestras, tantos beneficios
sociales te corresponden. Uno de los resultados de ese uso de la ideología es
la doble moral: no creo, pero simulo creer, actúo como creyente. Y, unido a
ello, se va formando cierto tipo de enajenación, y de paranoia. Por otra parte,
¿qué ocurre cuando no hay proporción entre el sacrificio solicitado y el
resultado obtenido? En Cuba, durante estos años, dos de las palabras más
empleadas por el discurso oficial son sacrificio y heroicidad… Hemos vivido
durante cuarenta y tantos años en ese
estado de exaltación: todos os días una amenaza de guerra, y todos os días la
apelación a cumplir una hazaña, a librar una batalla, realizar un sacrificio.
Es devastador, porque los individuos que somos necesitamos normalizar esa
cotidianidad, siempre alterada” (82).
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