lunes, 12 de septiembre de 2016

REALIDAD ALTERADA

Lectura del libro de Arturo ArangoTerceras reincidencias. La historia por los cuernos”, Ediciones Unión, 2013. Mucho de interés, subrayo algunas ideas, y leo con especial atención el último artículo del libro: “Poesía, censura y resistencia”. De algunas entrevistas al autor extraigo lo que sigue:

“Un humorista cubano dijo una vez una frase que luego se ha repetido muchísimo (como toda frase que encierra verdad): el socialismo es una obra con un excelente guión y una pésima puesta en escena. Entre otras determinaciones, la puesta en escena fue mala porque no se resolvió la cuestión del poder. En el guión, el poder es del pueblo. Sobre el escenario, el poder lo ha tenido un grupo de personas que en un primer acto (y no importa cuán extenso haya sido ese primer acto) pudo haber gobernado en nombre del pueblo, confrontando sus decisiones, consensuándolas, pero que terminó gobernando en nombre de sí mismo, imponiendo sus decisiones, apelando al consenso pasado, o a los residuos de ese consenso. Permanecer en el poder importó más que encontrar fórmulas para que el poder representara, en lo posible y de manera efectiva, real, a esa mayoría en nombre de la cual se gobierna”(79)… ”El problema llega cuando conviertes la ideología en fe. Creo en las ideologías, pero no en la fe. La fe no te permite dudar, te exige obediencia, te limita la ambición por el conocimiento. Y la política suele convertir a la ideología en iglesia, para exigir fidelidad de ojos cerrados” (81)… Pienso que uno de los errores del socialismo fue utilizar la ideología como modelo de coerción. En lugar de dinero, se usa la fe.  Tanta fe demuestras, tantos beneficios sociales te corresponden. Uno de los resultados de ese uso de la ideología es la doble moral: no creo, pero simulo creer, actúo como creyente. Y, unido a ello, se va formando cierto tipo de enajenación, y de paranoia. Por otra parte, ¿qué ocurre cuando no hay proporción entre el sacrificio solicitado y el resultado obtenido? En Cuba, durante estos años, dos de las palabras más empleadas por el discurso oficial son sacrificio y heroicidad… Hemos vivido durante cuarenta  y tantos años en ese estado de exaltación: todos os días una amenaza de guerra, y todos os días la apelación a cumplir una hazaña, a librar una batalla, realizar un sacrificio. Es devastador, porque los individuos que somos necesitamos normalizar esa cotidianidad, siempre alterada” (82).

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