"...Salgo al jardín de arrayanes...Entonces veo venir, sin
misterio de aparición, chocando el hábito duro contra los bojes recortados, una
vieja monja que se pone a mi lado. Sigo caminando y ella va conmigo. Un poco
gruesa, nada ascética, sonríe con risa de boca grande, de sanos dientes; la
mejilla es llena y las facciones vigorosas.
-A ver si me dejas, me
dice, que yo te haga ver la Castilla mía, para que la comprendas. Mira que es
vino fuerte que necesita potencias firmes y que tú vienes de América y tus
sentidos son gruesos para una tierra de aire sutil. Conozco a tus gentes y
quedó sangre de los míos sembrada por el valle de Chile.
-Sois "la
andariega", le digo; los españoles te llaman todavía "la
fundadora" y los pedantes "la loca del amor a Cristo".
-Sí, dice, fundaba;
levanté por aquí conventos, ya ni sé cuantos. Te puedo guiar sin ir
preguntando, hasta la frontera del Portugal. Ahora hacen mapas para andariegos.
Yo medí mi Castilla caminando; llevo el mapa vivo bajo mis pies, hija. No me
cansé de fundar. Tú, mujer de Chile, sin fundar, te has cansado.
-Es cierto, madre.
- ¿Sabes por qué? Porque
has querido fundar condescendiendo con los hombres, sujetando tu impulso, así
se construye sin alegría y la obra, que sale muerta, ni la aprovecha ni Dios ni
el Diablo. Yo fundaba, hija, según el croquis divino que se me pintaba en el
pecho. Y no buscaba gustar a nadie. No era para ésos mi fiesta y ¡qué habla de
gustarles!...
...- Madre, le digo: ¿No
habrá un poco de vanidad en eso de fundar mucho?
-Si se funda menos, hija,
el tiempo sopla con sus carrillos firmes y no deja nada. Los vanidosos esquivan
los actos para librarse de mofas. Es ejercicio de humildad, construir y
construir.
Mira: que yo levantaba
aquí un convento, es decir, que ponía un montoncito de mujeres a trabajar. Pues,
humildad para pedir la tierra y sacarles a los cristianos de mano apretada, las
tablas, los ladrillos, las tejas. Venía el vivir debajo de aquel techo.
Resultaba que yo sabía al principio poco de manejo de mujeres que es dura
faena. hija. Me fallaban las hermanas, que no estaban maduras para encierro con
Dios. ¡Y tantas limitaciones más! Todo eso era sentirme necia a cada hora, y
reírme de mí sonoramente y volver a empezar, diciendo, entre caída y caída,
gracejos para echar atrás la pesadumbre.
Ya es mediodía. Mi viejecita camina y
camina con el ruido de hojas de plátano de sus sandalias secas. ..La fiebre del mediodía con
marcha, me rinde, sin que afloje el paso de mi compañera....Me siento, invito a
sentarse a mi aparición: el semblante de la vieja de Avila está rojo como un
cántaro castellano.
-Tu tierra no tiene
regazos, le digo; en la mía, la cordillera hace cobijaduras por todas partes.
-Sé, hijita, que vienes de
la naturaleza épica, donde la tierra es grasa como aceitunas molidas y los
hombres y las mujeres se ablandan como la pulpa, y sirven para poco. Andan
exprimiendo frutos fáciles, viven en interminable complacencia. Sí que tienen
muchas exhalaciones de vainilla y mar suntuoso. De allí les ha venido un vicio
de palabras grandes que también es tuyo. La naturalidad, hija, nació en
Castilla, es también un poco hijita mía, y se perdió en la tierra de América.
Mi compañera juega con una
rama de espino; la despelleja y me mira a hurtadillas, por verme el enojo.
-Si, madre, blandos, muy
cargados de apetito, y con el hablar pintado, y llenos de codicia, madre,
peleándonos una tierra grande, como mil Castillas, donde no cabemos, aunque
somos escasos como la hierba rala.
Pero, ¿no sería de ustedes
el orgullo, madre española? ¿El orgullo es Escorial, que hizo gemir en vano
veinte mil albañiles y carpinteros? Nos gusta ser grandes en las
construcciones, y todo eso es crujido inútil de hueso de pobres y lenta rutina
de hacienda.
Ella no me siente rencor,
ella me oye la pesadumbre en las palabras que se me vencen.
-Yo vengo, madre, de otra
tierra pequeña; donde fundaron con modestia, y las justicias son menudas y
cotidianas; la cara de la vaquera suiza es dichosa, y la tierra no se deja
descansar para que alimente en todas las estaciones.
-Fueron los tiempos,
responde; las empresas y los hombres españoles eran anchos y majestuosos como
las galeras. Les mandamos en los galeones el hombre de Castilla, el tipo, como
quien manda aceros. Ahora hagan ustedes las otras cosas. Las manos de España
eran para fundar en grande y cumplieron. Desmesuradas gentes: pero así es el
espíritu, hija. Las manos de los que vinieron después, ¿no están para ordenar,
ya sin revoltura de conquista, uno como trabajo teresiano, de partición blanca
de pan y de igualdad?
Se ha ido la tarde; la
meseta es un desamparo de niebla vagabunda.
La viejecita dice:
-Hija, te dejo; salgo a tu
encuentro otro día, cuando dejes la Villa (Madrid). No quedes mucho allá, las
capitales echan a perder a todos. Te llevaré conmigo por los pueblecitos. Si te
place, hija, si es verdad que estás por las menudas gentes mías, que hacen el
aceite y cortan las naranjas.
Y mi vieja de Avila se
queda en el paisaje, erguida y sin dureza, jugando con su bastoncillo de
espino. Volteo la cabeza y la veo, fundida como un pino empolvado con la
niebla.
...Yo estoy doce días en
Madrid, en la Villa, como dice la Santa. Después salgo para Avila, siguiendo a
mi Andariega, que allá nació aunque viviera en todas partes...
Entramos en Avila, blanca
de escarcha que suena bajo mis pies con el ruido seco de las sandalias de
ella... Pasa la Plaza de la Santa, miro una estatua suya, que no me dice nada,
ni su arrobamiento ni sus fundaciones; pasan callejuelas pobres, cruzan
vendedores y mujeres que yo saludo con una cándida simpatía queriendo saludar la
carne suya.
Ya hemos recorrido Avila,
y el tiempo despeja; ahora en el cielo azul la muralla se recorta límpida;
salimos hacia el campo para gozarle el contorno crestado y enorme. Este era el
paisaje de la Santa, esta desnudez de cuello de buitre, entraba por sus ojos
grandes. La inmensidad del horizonte le daba elevación cotidiana.
Busco la iglesia
teresiana; me decepciona, por pequeña y confusa. No era así, recargado, el
interior de su alma; estoy entre sus reliquias pero yo la siento más en una
página de Las Moradas; me enternece solamente aquel cuadradito húmedo de su
jardín donde ella con el hermano jugaban a hacer conventos.
Cuando salgo de Avila
hacia Segovia, mi monja pobre sale a mi encuentro de nuevo, y seguimos el
diálogo de la meseta.
- Madre, ¿y por qué
sacudiste tus sandalias al salir de Avila una vez? Tuviste un segundo rencor,
mi ofendida. Todavía discuten aquí los sacristanes de la Catedral, sobre si al
morir dijiste que te dejaran el cuerpo en Alba de Tormes o en Avila. Solamente
oyeron una A grande... No se conforman con aquel dedo de tu mano; te querían
entera, exhalando tu olor de flores por encima de la muralla centauresca.
No me niega la sacudidura
de las sandalias.
- Te hicieron vilezas, mi
vieja Santa, continúo. ¿Dónde fue aquello de echarte de un convento, en tiempo
de nieves? Tus confesores tardaron en creerte la maravilla interior; lo de tus
cartas al Rey parecía política y soberbia, y las comunidades relajadas
ortigaron tu vida de murmuraciones.
- ¡Ay, hija, y qué
tonterías abultas! En la luz de Castilla, luz de espejo enjuto, cuesta creer
eso de los arrobos, y es muy justo dudar, y hasta bueno. Era yo, es cierto,
monja un poco dominante. Como quien trae, hija, encargos grandes que cumplir
aquí abajo, y acicateando a las gentes para que los cumpla, se vuelve
"Majadera del Señor". Cuando me echaron de un convento, hija, salí
con irritación. Mas, lo miré desde lejos y no era mío, era de la loma y de la
atmósfera. ¡Qué ganas tuyas, mujer de Chile, de hacer las cosas y quedar con
ellas! Ni con las coyunturas de tus dedos vas a quedarte. Mira bien a mi
Castilla, para que aprendas desposeimiento.
...-¿Y cómo te dio por eso de
las rimas, a ti, mi monja administradora?
-También lo has leído:
"Se me cayeron de entre los dedos, y no son muchas. Tú las haces, yo me
las hallaba algunos días como frutas redondas en el regazo. Entonces las
recogía para mis monjas, hija, para ellas".
- ¡Cuenta, cuenta!
-Que eso también viene del
amor, y no del pensamiento con jadeo. Oye: en cuanto vuelves y revuelves, lo
que vas a decir se te pudre, como una fruta magullada; se te endurecen las
palabras, hija, y es el que atajas a la Gracia, que iba caminando a tu
encuentro. Para eso de los versos, te limpiarás de toda voluntad; el camino no
es de empujar nosotros hacia Dios, sino que Dios empuja los conceptos hacia nosotros.
Entonces ellos hacen sin las aristas de las cosas que aquí hacemos, con esa
redondez de naranja valenciana. Y no olvidarse de que ello es un juego gracioso
con el Espíritu, y nada de cosa para engreírse, ni que libera de hacer las
otras, los trabajos duros. Como jugar con los niños (ya que no se tuvieron
hijos), como entretenerse con el agua que corre así, nada más, es eso de la
poesía.
Cruzamos un arroyo. Mi
vieja lo saltó muy ágil y se puso a mirarlo del otro lado.
-Quisiste mucho el agua,
madre; dejaste metáforas perfectas y alabanzas de ella.
-A los místicos pertenecen
estos elementos: el agua, el fuego y el aire, dice. Tú tienes el fuego, pero no
el agua: te quemas sin refrescarte en la alegría. ¡Cuidado, que del fuego con
la tierra sale la yesca! El estar con Dios es meterse en el fuego; el bajar
hacia el prójimo es descender al agua, para enternecerse.
Al mediodía, Castilla, sin
viento, está como detenida en el tiempo; el pasaje entero es el éxtasis de la
Santa. Entonces le digo sin mirarla.
-Cuéntame de tus
arrobamientos, madre Teresa.
-No se te ocurra hija, va
diciéndome, como a otros vanidosos de tu tiempo andar buscando arrobamientos.
-¿Sabes cómo es la gracia?
Mira: se entra en el cielo como por sorpresa. Como cuando apoyados en una
puerta, que no sabíamos que existiera, ella de pronto cede. Tenemos la cabeza
inclinada en un trabajo, se borda una casulla o se poda un naranjo; de pronto
el cielo se abre y se camina hacia las cosas secretas: pero la puerta se vuelve
a cerrar y has de seguir podando...
Atravesamos un pueblecito
callado, casi atónito en la llanura. La pobreza lo cubre como un musgo muerto;
hasta mis pasos se hacen pesadumbre: sale de una ventana una cara seca y dura.
El rostro voluntarioso se divorcia de la calle muerta.
-Madre: ¡qué pobres son
tus pueblos de Castilla! La abulia ha hincado en tus gentes. ¿Por qué tú la
dejaste, tú la de manos ardientes?
- Otros pobres distintos
de los tuyos, hija. Yo conozco la cara de tus pobres, quebrada de humillación;
tú también tienes su boca sin esperanza y su voz rota....
Asoma Segovia y mi monja grita:
- ¡Mira sobre esa loma el convento de
Juan de la Cruz!
Yo veo debajo de una loma
un monasterio que tiene a la entrada un temblor de cipreses obscuros. La loma
es suave como una mejilla humana. En una arruga de la loma, hecha como
voluntariamente dulce, se asienta el convento, donde el otro Seráfico ola a la
noche en un silencio de calidades preciosas y trabajaba con ella como con una
entraña de Dios. Abajo, el río que hería la noche con un pulso inaplacado....
Entramos en el convento y
las dos mujeres besamos, lado a lado, la sepultura de aquel que le dio a ella
doctrina para la búsqueda de lo secreto. Y yo aprendo de nuevo que es de varón
de donde la mujer tomará siempre carne de hijo o carne de Dios, porque sola,
ella tantea en el mundo como en una caverna ciega."
GABRIELA MISTRAL, 1925. PROSA.
EDIT. UNIVERSITARIA 1989.
(Fragmentos tomados del blog Teresa de la rueca a la pluma)
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