jueves, 24 de noviembre de 2016

ALEGRIA.

"Cuando  hablamos de la obra de Dios, no nos referimos a una tenebrosa fuerza última que sentimos de alguna manera y en algún lugar, ni al destino que, cual férreo anillo, mantiene unido el mundo, ni tampoco a una de esas ideas en las que compendiamos lo que para nosotros es el valor supremo, lo mejor, lo excelso, lo bello, lo verdadero. De ninguno de estos dioses podríamos decir:  «Mi espíritu se alegra en él».

 Sólo podemos alegrarnos en aquel al que llamamos «Dios, mi salvador».

 Así designamos a aquel que ha venido a ayudarnos y que con su sola presencia nos dice que estamos necesitados de ayuda.  Sea lo que sea de todo lo demás, él es quien nos ayuda, quien cuida de nosotros, quien nos trae salvación en medio de las desgracias de nuestra existencia. Ése es el Dios salvador. Y en este Dios puede y debe uno, incluso necesariamente, alegrarse. 

Sobre los otros dioses cabe reflexionar, cabe doblegarse con rostro sombrío ante el destino, cabe correr afanosamente tras consuelos elaborados por uno mismo o seguir con fanatismo las propias ideas. Pero ¿dónde está ahí la alegría

La alegría es lo más raro e infrecuente del mundo. De seriedad y entusiasmo fanáticos, y de celo sin sentido del humor, ya tenemos bastante en el mundo. Pero ¿qué ocurre con la alegría? Esto nos remite al hecho de que el conocimiento del Dios vivo es algo infrecuente. En Dios, mi salvador, nos alegramos cuando lo hemos encontrado o cuando él nos ha encontrado a nosotros.

KARL BARTH. Instantes.




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