sábado, 21 de septiembre de 2019

NO PODEMOS SERVIR A DIOS Y AL DINERO (Domingo XXV, C)


Para este domingo el pasaje del Evangelio que meditamos, como Iglesia, resulta un poco confuso, porque en una primera lectura puede parecer que Jesús propone como modelo para el discípulo a un hombre deshonesto, corrupto, alguien que ha defraudado la confianza que ha puesto en él su empleador. Tendremos que leer con más detenimiento el pasaje de San Lucas para entender mejor que no se trata de alabar el mal obrar, sino de llamar la atención sobre la sagacidad de aquellos que obran según el mundo, lamentando que los hijos de la luz no actúan de ese mismo modo. 

 Una vez más la Palabra habla de la relación del discípulo con los bienes materiales, con el dinero, con aquello que vamos consiguiendo, acumulando, a lo largo de la vida. ¿Para qué nos servirá? Dice Jesús: gánense amigos con todo eso, con el dinero lleno de injusticia, para que ellos sean oportunidad y no obstáculo para ser recibidos en el Cielo.  No se dejen robar el corazón con el afan de tener y poseer y sean fieles a su condición de hijos de Dios, con un corazón libre frente a las cosas de este mundo, en el que hay un solo absoluto. No es posible servir a dos amos, no hay dos dioses, sino un solo Dios, y todo a de usarse para ayudar, servir, contribuir a la construcción del Reino. 

 Vivimos en un mundo injusto, lleno de desigualdad, pobreza extrema, explotación y abuso; el Dios de Jesús "levanta de la basura al pobre", por eso si somos suyos, si hablamos en su nombre, debemos obrar del mismo modo. La Segunda Lectura nos invita a trabajar en ese sentido, con la oración, y también con el obrar, libres de odios y divisiones, para con los bienes materiales que hemos adquirido nos hagamos un lugar en la mesa del Reino.

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