miércoles, 23 de febrero de 2022

EUCARISTÍA: DE LA MESA DEL ALTAR DE LOS SACRIFICIOS A LA MESA DE FAMILIA.

 

Quienes antes del concilio Vaticano II (1962) ya íbamos a misa, estábamos acostumbrados a ver la mesa del altar adosada al retablo. Sobre ese altar, el sacerdote celebraba la misa de espaldas a la gente y en latín. Allí, él solo, ofrecía a Dios el santo sacrificio de su Hijo muerto por nosotros en el altar de la Cruz. El hecho de que el Vaticano II impulsara la separación  de la mesa para ponerla en el centro del presbiterio como la mesa de un comedor de familia, no fue algo insignificante, al contrario nos invitó a entender la eucaristía como la entendieron los primeros cristianos y como la llama san Pablo: la cena del Señor. Este es el primer nombre que recibe la eucaristía en el Nuevo Testamento, ya que la carta de Pablo a los corintios es anterior a los Hechos donde es llamada fracción del pan. De ese modo, el presbiterio ya no es el lugar misterioso, cerrado a veces con verjas hasta el techo para separarlo de la comunidad, en el que el sacerdote ofrece sacrificios a Dios, sino que es el espacio de familia, luminoso y abierto a todos. 

 El hecho de ver el altar en que se celebra la eucaristía como altar de los sacrificios o como mesa de familia refleja dos modos muy diferentes de entender la eucaristía. En el primer caso se entiendo como sacrificio a Dios y en el segundo como una comida de familia. De hecho la celebración tiene forma de comida, no de sacrificio cultual. Se desarrolla en forma de comida porque nació de las comidas de Jesús, porque el comer juntos es lo que mejor refleja el sentido de la vida y de las enseñanzas de Jesús y su anhelo más hondo: Padre, que todos sean uno, y porque el comer juntos expresa la esencia del cristianismo, que es el amor y la solidaridad. 

Cuando el cristianismo se extendió por el imperio, los romanos decían que los cristianos eran ateos, porque no tenían templos ni altares para ofrecer sacrificios a Dios, sino que se reunían en las casas para comer juntos. 

 En todos los pueblos y culturas la comida tiene varias dimensiones: biológica (para alimentarse), antropológica (para relacionarse o vincularse) y también religiosa (para agradecer, bendecir, celebrar la trascendencia). Comer juntos es una profunda experiencia humana y religiosa de comunión con Dios y con los demás que refleja unidad, fraternidad, solidaridad. Lamentablemente en nuestro tiempo crecen las actitudes individualistas, la familia se divide, la gente se acostumbra a comer sola, a no compartir el momento de la cena, el diálogo y la alegría de la comensalidad. 

 La eucaristía es una comida, que refleja la voluntad de Jesús al despedirse de los suyos antes de la Pasión, que fue colofón de la práctica suya durante su vida pública: comer con todos, invitar a comer, manifestar a Dios y su Reino a través de ellas. El Reino de Dios es un banquete

Todo lo anterior no significa que la eucaristía no tenga también una dimensión sacrificial, pero es importante comprender en qué sentido. Sobre eso compartiré en otra entrada más adelante...

(Texto y resumen de lo escrito por ANTONIO VIDALES en La Eucaristía. Misterio de fe y escuela de solidaridad, Ed. Claretiana).


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