Comparto 2 comentarios de Enrique Martínez Lozano y su peculiar mirada sobre los textos bíblicos; en este caso la Genealogía de Jesús:
"Parece que a los humanos nos han interesado siempre las genealogías. No solo por conocer el linaje al que se pertenecía, sino por algo más profundo: formamos una misma “familia” con quienes nos precedieron. En los evangelios encontramos dos listas que pretenden ofrecer el “árbol genealógico” de Jesús: Mateo arranca de Abraham, el padre del pueblo judío, dividiendo la historia del pueblo en tres bloques de catorce generaciones cada una. Lucas, sin embargo, comienza en José hasta llegar a Adán y, finalmente, a Dios (Lc 3,23-38).
Quizás podamos comprender la diferencia si tenemos en cuenta que Mateo escribe en una comunidad judía, mientras que Lucas pertenece a una comunidad mayoritariamente helenista. En cualquier caso, el sentido de ambas listas es el mismo: toda la historia –judía o universal– se orienta hacia Jesús. Es comprensible que cada pueblo –cultura o religión– haya tendido a considerarse a sí mismo como el “centro” de la historia y del universo: es el etnocentrismo típico de la consciencia mítica. Y eso ocurrió también con el cristianismo. Si abandonamos la trasnochada pretensión etnocéntrica, desde la perspectiva no-dual podemos reconocer a “Cristo” como símbolo de toda la humanidad y de toda la realidad manifiesta.
El centro de la historia no es un momento determinado dentro del tiempo que nuestra mente imagina, sino el Presente eterno, en su doble cara: lo invisible y lo manifiesto, abrazados en una secreta unidad. “Cristo” es, en la tradición cristiana, el símbolo y el nombre de ese abrazo no-dual que no deja nada fuera.
¿Me siento uno con todos y con todo?
Mateo comienza su evangelio con la genealogía de Jesús, que remonta hasta Abraham, el “padre del pueblo” (a diferencia de Lucas, que llegará hasta Adán) y, desde él, a Dios. Se trata de una genealogía simbólica, cargada de contenido, dividida en tres grandes periodos, de “catorce generaciones” cada uno de ellos: de Abraham a David, de David al exilio, y del exilio al Mesías.
Con esa periodización, Mateo hace girar la historia de su propio pueblo (“elegido”) en torno a tres ejes: Abraham, David y Jesús, como introducción de un escrito en el que proclamará a este último como el Mesías de Dios. En cierto modo, tal como los vivieron aquellas primeras comunidades, todo el pueblo elegido queda “recapitulado” en la persona del Maestro de Nazaret.
El modelo mental no logra superar la separación. Por el contrario, cuando una persona se encuentra realmente con su verdadera identidad, se descubre una con toda la humanidad. Es claro que se siguen advirtiendo las diferencias, pero diferencia no significa separación.
La mente, a falta de otros criterios, tiende a absolutizar las diferencias y, al situarse en la línea del tiempo, divide la historia según sus propias referencias. Sin embargo, cuando vamos más allá del nivel al que la mente puede acompañarnos, descubrimos que nuestra verdad es una y compartida: habitamos la misma “casa” aunque, en este “juego” de formas, desarrollemos papeles diferentes. Al ser una y la misma, el encuentro con la propia verdad implica el encuentro con la verdad de todos los seres. Encontrar la propia casa es descubrir la casa común. Acceder a la propia verdad es llegar a la verdad de Dios.
Dos místicos sufíes del siglo XIII lo han leído de este modo: “Cada imagen pintada en el lienzo de la existencia es la forma del mismo artista. Eterno Océano que vomita nuevas olas. «Olas» es el nombre que les damos, pero en realidad solo hay mar”
(Fakir-al-Dîn ‘Iraqui).
“El Océano es el Océano como lo es desde la Eternidad, y los seres contingentes solo olas y corrientes. No dejes que las olas y las brumas del mundo te velen a Aquel que adopta la forma de esos velos”
(Mu`ayyid al-Dîn Jandî).
¿Qué me ayuda a permanecer conscientemente en “casa”?
ENRIQUE MARTÍNEZ LOZANO
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.