“La velocidad con que vivimos, la rapidez de los cambios que
experimentamos, nos obliga a movernos con agilidad… Necesitamos introducir en
nuestra vida pausas para no ser diluídos en la
velocidad que nunca se detiene. En la pausa se sedimenta lo que vale y se evapora la espuma. La inercia de nuestro movimiento, el ritmo de los que viven
a nuestro lado y los estímulos que llegan desde fuera nos seducen y se sitúan
un metro delante de nosotros, creando un vacío que nos succiona y nos arrastra,
haciendo que nos resulte difícil detenernos.
Nuestros sentimientos, pensamientos, entrañas y relaciones, se vuelven
impacientes. Pasamos por la superficie de las personas y de las situaciones como
aguacero que se precipita y erosiona sin empapar la tierra. Nuestros abrazos se
quedan a medias, y nuestras respuestas se comen las palabras. Cuando ya no
tenemos tiempo para nada, ni siquiera para comer (Mc.6,31) es cuando más
necesitamos salir al borde del camino, y detenernos.
En algunas ocasiones, nuestro organismo enferma para
obligarnos a parar y asentar la vida. Después de una pausa grande, salimos con
otra visión de la realidad mucho más sabia y respetuosa de nosotros mismos y de
los demás. Grandes aportaciones humanas han salido de vidas detenidas en
cárceles, hospitales y destierros.
La cultura nos propone vivir la urgencia y la pausa como dos
momentos separados. Primero nos llenamos de estrés y después nos derrumbamos en
una playa. A veces vivimos en una alternancia la prisa y el descanso…Pero lo
ideal es que las dos dimensiones se vayan integrando en la vida cotidiana… La
pausa debe viajar en la entraña de la urgencia. "
Benjamín González Buelta. Caminar sobre las aguas.
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