sábado, 24 de agosto de 2019

¿SERÁN MUCHOS LOS QUE SE SALVEN?

Le preguntan a Jesús: ¿Serán muchos los que se salven? Una pregunta acerca del alcance de eso que llamamos "salvación", pero que no siempre sabemos definir con exactitud. Usamos mucho ese término religioso, algunas iglesias más que otras, pero no deja de ser una palabra difícil, polivalente, cargada de imágenes diferentes para representarla. Para unos tiene que ver con el lugar a donde iremos después de la muerte, ya sea que nos toque premio o  castigo; salvarse sería "ir al cielo" y no salvarse, "ir al infierno", pero esos mismos conceptos son también complicados. Para otros, salvación es Dios, estar con Él, y al estar con Él, alcanzar la plenitud a la que estamos llamados por vocación.

En el pasaje del Evangelio que compartimos esta semana en nuestras celebraciones (Lucas 13, 22-30), Jesús no responde exactamente lo que le preguntan; no contesta cuántos se salvarán, sino cómo nos salvamos. Y el termino que usa Jesús puede sorprender, asustar, porque nos habla siempre del amor de Dios, de su infinita misericordia como Padre, y ahora dice que salvarse es entrar por la puerta estrecha, lo que nos hace pensar que no es fácil salvarse. Y además dice que por esa puerta es difícil entrar, y que una vez que se cierra ya no se abre, y que si llegas con retraso vas a quedarte fuera. 


Pero las palabras del Maestro no están dichas para asustar (recordando que aquí no habla sólo él, sino también la comunidad de fe en la que nace este texto), sino para animar a la fidelidad, al esfuerzo, a la confianza. Todos, por la fe, estamos llamados a ser Iglesia, comunidad fraterna, y las palabras de Jesús han de entenderse desde varias premisas fundamentales:

1. La resurrección, por su carácter universal, abre la puerta de la salvación para todos los pueblos, sin discriminación ni exclusión.
2. La salvación no es un asunto de la otra vida, sino de la única vida en Cristo, que comienza para nosotros cuando somos bautizados en Él. 
3. La salvación tiene que ver con unir, reunir, en torno a una misma mesa; lo contrario de lo acontecido en el relato bíblico de la Torre de Babel.

 Lo anterior implica pues, que SALVACIÓN habla más de Dios que de nosotros; que la experimentamos ya en esta vida nuestra, siempre en comunión con otras y otros, hermanos nuestros. A nosotros nos corresponde prepararnos, disponernos, para ir aligerando el equipaje y así pasar sin dificultad por esa puerta estrecha (de ahí lo de hacernos pobres, ligeros de equipaje, y no solo en sentido material). 

 ¿Qué hacer? 
1. Estar adheridos a la persona de Jesús, "vivir en obsequio de Jesucristo"; ese es el sello que ha de llevar nuestro boleto de entrada a la salvación.
2. Optar por el proyecto de Jesús, aun sabiendo que es un camino lleno de pruebas, obstáculos, combates, sacrificios y tentaciones. 
3. No creer que porque pertenecemos a determinado grupo, raza, pueblo o religión, ya estamos salvados. Dijo Santa Teresita: "No basta con amar, hay que probarlo", o la misma Teresa: "Obras son amores y no buenas razones".

La salvación, por tanto,  no depende tanto de la estrechez de la puerta, ni siquiera de la voluntad del dueño de la casa, sino que depende de nuestra disposición, de ese "vestirnos de fiesta" que implica disponerse, acoger, entregarse, confiar... No estoy diciendo que no sea Dios el que salve, sino que no quiere salvarnos sin nuestra cooperación, sin que trabajemos juntos para construir esa mesa común en la que vamos a sentarnos.

La pregunta sería entonces: 

¿Estoy viviendo de tal modo que me voy preparando para entrar en ese Hogar de todos, sin que una excesiva carga de conceptos, prejuicios, temores, odios, me impida pasar por la puerta estrecha?

¿Estoy abierto a dejarme salvar por Dios, a su manera y no a la mía, dejándome sorprender por su amor desconcertante, por su presencia en mis hermanos, por el dolor del Mundo?

¿Estoy viviendo ya como alguien salvado, que experimenta salvación, y se dispone para ella?

Fray Manuel de Jesús, ocd.

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