jueves, 10 de septiembre de 2020

DIEZ AÑOS DE SACERDOTE: IGLESIA Y EUCARISTÍA


(El siguiente artículo fue publicado en la revista PALABRA NUEVA, en la Habana, Cuba, en el año 2005)

Todavía recuerdo claramente la primera vez que asistí a misa, en la ciudad de Manzanillo, al oriente del país. Creo que días antes o días después, no puedo precisarlo, estuve escuchando desde la puerta del templo como el párroco del lugar celebraba la eucaristía y comentaba la palabra: en ese momento sentí el llamado al sacerdocio. En ese momento no pensé en el cómo, ni en el cuándo; fue una imagen interior que Dios me regaló como motivación interior para que yo empezara a recorrer el camino. Ese día, un domingo por la mañana, un día de junio, asistí a misa dominical con ropa nueva: iba a encontrarme con Jesús, y encontré su rostro en la Iglesia.  

Los comienzos 

Ese primer momento, los encuentros de ese día, fueron fundamentales en mi fe y en mi vocación. Encontré una comunidad cristiana abierta y acogedora, fraterna y comprometida con el Reino. Recuerdo al grupo de jóvenes, al sacerdote, a la gente mayor, al coro parroquial. Todo eso lo llevaré siempre en mi corazón y a través de todos ellos Dios quiso que yo descubriera la Iglesia, que es su cuerpo. En esa comunidad comencé a estudiar la fe, a leer la escritura, a saborear la fraternidad, y tuve el modelo de un buen sacerdote, su cercanía, su estímulo, y sobre todo su confianza. Qué importantes son todas estas cosas para quien se acerca por primera vez, venciendo ese temor a ser rechazado, a no saber y a hacer el ridículo. Luego, terminó mi trabajo en esa ciudad y regresé a La Habana, a Güines, mi pueblo natal. Sentí mucho abandonar a mis hermanos, y temí no encontrar un espacio semejante, pero enseguida que llegué a mi pueblo corrí a visitar al sacerdote para presentarme. Ya no había marcha atrás. Otra vez el descubrimiento de la comunidad, otra vez Dios hablando a través de los hermanos y hermanas de la iglesia, y de nuevo el ejemplo de un sacerdote jovial y orante, cercano y misionero. Dios sabe hacer muy bien las cosas. En esa comunidad recibí el bautizo, con ese sacerdote compartí entonces mis inquietudes acerca del sacerdocio, e hice mi camino vocacional, hasta desembocar en el encuentro con los Padres Carmelitas, en Matanzas y en La Habana. Ellos me admitieron al convento y al seminario, al que empecé a asistir unos  meses después. 

El seminario 

Fue una grata experiencia verme otra vez sentado en un aula, esta vez en condiciones y perspectivas diferentes a las vividas en mis estudios anteriores. Disfruté mucho entonces, como si la vida estuviera empezando de nuevo, y nuevos horizontes de conocimientos se abrieron para mí. Evoco con nostalgia los amigos de ese tiempo, también los que no llegaron al final del camino, y los profesores y profesoras que me prepararon para ejercer el ministerio. Pienso ahora en Rolando, en Héctor, en Alberto, en René. Éramos menos seminaristas entonces que ahora, y cada viernes en la tarde me iba al seminario a compartir la misa y la mesa con mis hermanos. Esos años resultaron vitales en el desarrollo de mi vocación, y tuve momentos de tensión interior, de fatiga, pero nunca perdí el entusiasmo por llegar a ser como aquellos sacerdotes que iba encontrando en mi camino. Ellos me mostraron toda la fragilidad humana del ministerio, y también me ofrecieron su ayuda, su consejo, haciéndome vislumbrar la parte divina, escondida, detrás de la rutina cotidiana. Ellos me enseñaron a perseverar, a confiar, y me modelaron, a veces con dolor para mí. A todos les evoco ahora con agradecimiento, al padre Salvador, al padre Tony, al padre Teodoro, al padre Marciano, y especialmente al padre René David. Recuerdo que el primer día que entré al Seminario, ordenado ya sacerdote, me pidió que le diera la bendición. 

La ordenación 

Como religioso carmelita hice también un camino que me preparó mejor para el momento de mi ordenación sacerdotal. Fuimos varios los que terminamos ese año, y yo quise compartir ese momento con Pablo Fuentes. La Catedral de La Habana estaba repleta de gente, venían de muchas comunidades en las que habíamos trabajado durante esos años; ellos nos habían visto crecer, nos habían enseñado mucho viviendo su fe cerca de nosotros y nos ayudaron siempre con la oración. Cuanta gente anónima puso su mano para que la Gracia de Dios fructificara en nosotros. Aquel fue un día tan especial y yo estaba tan emocionado que no puedo recordar muchos detalles. A menudo vuelvo a leer la homilía que pronunció nuestro arzobispo y cardenal, y repaso sus consejos; también él ha sido alguien que ha estado cerca todos estos años, desde Güines, abierto siempre cada vez que le necesitaba, disponible, cercano. Guardo también una foto muy querida de ese día en la que mis dos abuelas me abrazan llenas de alegría. Ese 11 de septiembre de 1995 mi vida comenzó de nuevo.

El sacerdocio 

Los primeros tiempos ejerciendo el ministerio están llenos de momentos especiales, y de muchas inseguridades. Se hacen muchos descubrimientos, y se cometen muchos errores. Por eso, si quisiera resumir estos diez años ejerciendo el ministerio sacerdotal en una palabra, creo que elegiría Misericordia. Dios ha sido bueno conmigo, y muy paciente. He tenido que aprender muchas cosas, que tropezar y probar caminos, para ahora entender que siempre estamos comenzando. Desde que tuve uso de razón supe que me había concedido el don de la inteligencia, lo cual me permitía estudiar con más facilidad, pero no me hizo más feliz ni más justo. Creo que ahora, con cuarenta y tres años, estoy empezando a ser un poco más sabio, porque estoy empezando a aprender muchas cosas nuevas, las cosas que son verdaderamente importantes en la vida, y que no se aprenden en ninguna universidad, sino en el contacto cotidiano con la gente, especialmente con los pobres. En estos diez años trabajé en varias comunidades de La Habana y Matanzas, y también temporalmente en otros países, y siempre recibí el cariño, el estímulo y la oración de muchísimas personas. Sin ellas, sin su comprensión, su paciencia para conmigo, su confianza, no habría podido sembrar algo en sus corazones. El sacerdote es un servidor de la comunidad, y puede dar en la misma medida en que la comunidad está dispuesta a recibir. Algo descubrí: hay muchos santos y santas entre la gente de a pie, los sencillos, los que trabajan en el mundo; como diría alguien con mucha razón: los pobres nos evangelizan. Muchas familias me hicieron un miembro más, para muchas mujeres que ya peinan canas fui un hijo, para los jóvenes un amigo, para los niños sencillamente el padre Manuel. Recuerdo con especial cariño al Grupo de la Tercera Edad de la Catedral de Matanzas, al Coro de la Misa de once y media del domingo en el Carmen de La Habana, a la comunidad de Guanábana en la que disfrutaba tanto la misa del domingo, a los niños de San Francisco, en Matanzas, y la gente buena de Santa Cruz, fieles y vecinos.  

Diez años son poco y mucho tiempo. No intento hacer loas de lo vivido, sino sencillamente agradecer, infinitamente agradecer, a Dios y a la Iglesia, el permitirme ejercer el sacerdocio a pesar de mis muchas limitaciones. La Iglesia, que es un misterio que nunca me canso de contemplar, el misterio del amor y del perdón, y sin el cual resulta imposible amar realmente a Cristo. Y en la Iglesia, la Eucaristía. Nunca, en estos años, ni en los días de mayor cansancio o inquietud espiritual, fue una carga para mí celebrar la misa, todo lo contrario. En el altar todo lo que rodea se llena de luz, y Jesús está tan cerca que el corazón rebosa de alegría. En la misa las fuerzas se renuevan y la caridad nos urge, el perdón nos purifica, y la iglesia crece. Estas son las cosas en las que se centra mi vivencia del sacerdocio: Cristo, su iglesia, y la Eucaristía

Gracias a todos los que en estos años me acompañaron; me habría gustado simplemente escribir sus nombres, pero son muchos y temo dejar fuera a los más importantes. Todos los días rezo por el aumento de vocaciones al ministerio sacerdotal, especialmente pido al Señor que todos a los que llame sean más santos y mejores que yo.


Fray Manuel de Jesús, ocd.



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