sábado, 26 de septiembre de 2020

LA VERACIDAD DE LA VIDA CRISTIANA

Para este domingo XXVI: el tema es la veracidad de la vida cristiana (Mateo 21, 28-32). No se trata tanto de defender “verdades”, como vivir en la verdad; Occidente centrado en la razón (verdad racional), frente a una verdad del corazón, que abarca toda la vida. También este texto tiene en cuenta la finitud humana: la verdad se alcanza en el camino, podemos equivocarnos y podemos rectificar también. Está vinculado con el perdón, porque no somos perfectos ni infalibles: Dios comprende nuestra debilidad y nos permite rectificar. 

Para Enrique Martínez Lozano, el texto habla de varias cosas: lo que importa no es lo que crees, sino lo que haces; la ética está por encima de la religión, las creencias son objetos mentales que tarde o temprano debemos abandonar para encontrar la verdad (todas las creencias son erróneas, por cuanto ninguna puede apresar la verdad), y puede ser que a menudo los que consideramos pecadores estén más cerca de Dios.

No importan las creencias –meras construcciones mentales, sin otro valor, en el mejor de los casos, que el de ser “mapas” ilustradores del camino–, que terminarán cayendo antes o después, sino el amor y la bondad, es decir, aquellas actitudes y acciones que van en coherencia con la verdad de lo que somos; que nacen de la certeza de nuestra unidad que me hace ver al otro como no-otro de mí”.

 

PAGOLA dice que “las cosas no son siempre lo que parecen”.

FRAY MARCOS, que “rectificar es más humano que acertar a la primera”. Es muy peligroso creerse perfecto. Lo importante es descubrir los fallos y rectificar lo que se ha hecho mal. La pura teoría no sirve para nada, solo la vida salva. Lo que digamos o lo que proclamemos son palabras vacías, mientras no vayan acompañadas por una actitud vital que, inevitablemente, se manifestará en las obras.

Nuestras actitudes religiosas son incoherentes. Llevamos muchos siglos haciendo una religión de ritos, doctrinas y preceptos. Desde el bautismo decimos: “sí voy”, pero nos quedamos siempre donde estamos. No hay más que ver lo que se entiende por “practicante”, para darse cuenta de que no tiene nada que ver con la vida real. Nos estamos yendo cada vez más por las ramas y alejándonos de la raíz del evangelio.

Se nos llena la boca proclamando pomposamente que somos cristianos, pero hay muchos que, sin serlo, cumplen el evangelio mucho mejor que nosotros. El fariseísmo se ha convertido en moneda corriente entre nosotros, y damos por hecho que basta hablar del evangelio, u oír hablar de él, para tranquilizar nuestra conciencia. Hay un refrán que lo expresa muy bien: “Una cosa es predicar y otra dar trigo”.

Solo la experiencia me dice qué es lo que me deteriora como ser humano y qué es lo que me enriquece. Cuando damos por absoluta una norma, nos anclamos en el pasado y nos negamos a progresar. El gran peligro para esta fijación es creer que Dios nos ha dado directamente esa norma. Desde esa perspectiva se siguen cometiendo verdaderas barbaridades en contra del ser humano. El Dios de Jesús nunca puede ir en contra del hombre; las normas que hemos promulgado en su nombre, sí. Entender la religión como verdades, normas y ritos absolutos, es fundamentalismo puro y duro.

También hoy podemos ir un poco más allá de la parábola. Ni siquiera las obras tienen valor absoluto. Las obras pueden ser la manifestación de una actitud vital, pero pueden ser reacciones automáticas desconectadas de nuestro verdadero ser, y conectadas solo al interés egoísta. Los fariseos cumplían escrupulosamente todas las normas, pero lo hacían mecánicamente, sin ninguna sinceridad de corazón. No pierdas el tiempo tratando de situarte en una de las partes. Todos estamos diciendo: “no”, cada tres por cuatro, y todos estamos diciendo: “sí”, con una pasmosa ligereza. La vida es una constante rectificación.

 Vuelvo con Martínez Lozano: “A veces, la persona religiosa pone el énfasis en las creencias, hasta el punto de hacer depender de ellas la misma “salvación” de la persona. Detrás de esa insistencia, tan poco evangélica, suele esconderse inseguridad psicológica o necesidad de control. Y es caldo de cultivo de fanatismos, exclusivismos y condenas…”.


Todas tus parábolas, una vez iniciadas,
tienen un final
que nos alcanza como lanza afilada.

Recogen, en síntesis, lo que es historia cotidiana
de pugna y respuesta
a tu respetuosa invitación y llamada.

Y expresan en pocas palabras humanas
nuestra rebeldía
que algo tendrá que ver con tu espíritu y semejanza.

Los hay que saben expresar muy dignamente
respeto y obediencia:
es lo que se espera de gente religiosa y prudente.

Pero se quedan en la caravana en la que estaban;
no les da la gana
de interpretar tus gestos, hechos y palabras.

Dicen sí, porque es la respuesta correcta,
pero no hacen nada
aunque la brisa sople con fuerza y en dirección buena.

Y los hay que, desde el principio, se rebelan
y no quieren ser
ni siervos, ni beatos ni hijos deudores.

Saben recapacitar para encontrar en camino,
respuesta adecuada,
para trabajar la viña y vivir como hijos.

Quizá, Señor, te agrade más la frescura y rebeldía,
nuestra libertad,
que las palabras adecuadas de una respuesta perfecta.

Quizá temas más nuestro ser e historia vacíos
de amor y vida
que todos nuestros cuestionamientos e impertinencias.

No sé lo que dije,
hace un instante...
pero he venido,

me has acogido
y estoy contento...
y muy satisfecho.

Florentino Ulibarri

(Los comentarios están tomados de FE ADULTA)

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.