"En aquel tiempo, Jesús iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, predicando la Buena Noticia del Reino de Dios; lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que él había curado de malos espíritus y enfermedades. María Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, intendente de Herodes; Susana y otras muchas que le ayudaban con sus bienes". (Lc 8, 1-3)
Les comparto el comentario de Enrique Martínez Lozano, sobre el texto anterior, que habla de la predilección de Jesús por los grupos marginales, especialmente por las mujeres:
"A tenor de los documentos de que disponemos, parece que dejarse acompañar por mujeres era algo inédito entre los rabinos. No se las consideraba aptas para el estudio de la Ley; tampoco eran consideradas, propiamente, miembros de la comunidad: el culto solo podía celebrarse cuando estaban presentes al menos diez varones.
En el evangelio, aparecerán, como grupo, junto a la cruz y como las primeras testigos de la resurrección.
Reconocer que Jesús tuviera una proximidad especial a colectivos marginados (mujeres, niños, enfermos, “pecadores”…) no tendría que llevar a posturas que, de un modo tan anacrónico como carente de fundamento, hacen de él un “feminista contemporáneo”. Tales lecturas suelen restar credibilidad a quienes, de buena fe, las sostienen. Y, como escribe algún estudioso judío, pareciera que se quiera ensalzar a Jesús a costa de denigrar el judaísmo de su tiempo. Si realmente Jesús hubiera adoptado la actitud que algunos proponen, deberíamos haber encontrado alguna mujer en la lista de los doce apóstoles.
Obviamente, esto no tiene nada que ver con la cuestión abierta acerca del papel de la mujer en la Iglesia. Aquí se da una situación tan injusta como incomprensible: realmente cuesta entender que, en pleno siglo XXI, y dentro de una sociedad empeñada en superar cualquier lastre machista, la Iglesia se obstine en mantener una postura que no tiene otro sustento que la propia tradición machista que se ha perpetuado hasta hoy.
El hecho de que no hubiera ninguna mujer en el grupo de los doce no es motivo para, por ejemplo, negar el acceso de la mujer al ministerio ordenado. Por esa misma razón, únicamente los israelitas –como eran los doce– podrían ser consagrados obispos. Pero para reconocer estas obviedades y procurar un cambio en la praxis eclesial, no es necesario proyectar en Jesús unos comportamientos que no eran propios de la época.
¿Me he preguntado por qué pesa tanto el sexismo (machismo) en la Iglesia?"
(Otro modo de leer el Evangelio)
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