viernes, 10 de enero de 2014

FE, RELIGIÓN Y ESPIRITUALIDAD

Me gustan las historias de conversos, porque soy uno de ellos, pero también reconozco que algunas veces se dramatiza un poco esa experiencia, que no es tan súbita ni definitiva, sino que cuesta, una vez pasada la experiencia fuerte de encuentro con Dios, esfuerzo y tiempo. Un amigo me hizo llegar el testimonio de un filósofo español que narra su acercamiento a Dios y su entrada en una vida nueva a partir de su lectura de la VIDA de santa Teresa. No me cabe la menor duda del efecto transformador de los escritos de la fundadora a cuya familia espiritual pertenezco, porque yo mismo lo experimenté hace ya unos cuantos años. Lo que cuestiono en sí es cierta afirmación que aparece en el relato; dice el filósofo: "En realidad, yo perdí la moral y al perder la moral se pierde la fe". No estoy de acuerdo con esta afirmación. Creo que él no tenía fe, sino moral recibida, aprendida por tradición, pero faltaba su experiencia personal de Dios. La fe, la experiencia, el encuentro transformante, es lo que sustenta la postura ética, el estilo de vida; sin embargo, es frecuente encontrar personas que en una sociedad de cultura católica o cristiana asuman unas normas morales que tienen por buenas, sin que hayan tenido por sí mismos esa experiencia transformante, ese encuentro personal con lo Divino. Benedicto XVI lo expresó así: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”.



Dándole vueltas al tema, acabé imaginándolo así: La vida cristiana es como un árbol. La fe (experiencia fundante) son sus raíces; el tronco es la religión (ritos, costumbres, normas morales, organización), indudablemente necesarios; la espiritualidad son sus ramas, la dimensión creativa de toda experiencia religiosa que cuenta con raíces profundas. Digamos entonces que las flores y los frutos son las obras y servicios del amor. 



Mucha gente tiene grandes troncos, pero sin raíces y sin ramas. Troncos que no se sostienen por sí mismos, y que una ráfaga de aire puede fácilmente hacer caer. Pensemos en las grandes masas creyentes que, ante ciertas transformaciones sociales (por ejemplo, revoluciones), asumen posturas violentas contra lo religioso, o simplemente abandonan sus prácticas religiosas y caen en la indiferencia.

Comentando este ejemplo del árbol, le pregunté a uno de nuestros estudiantes: ¿Para qué sirve un tronco sin raíces y sin ramas? Y, medio en broma, me contestó: para sentarse. Me resultó una imagen muy significativa; efectivamente, le dije, sirve para sentarse, instalarse, acomodarse, sentirse seguro. Es lo que hace una "vida cristiana a medias". Sólo cuando el árbol está completo puede invitarnos entonces al caminar, al buscar, a la aventura de ser realmente libres y plenos. Para mí este es el verdadero “camino religioso”, la auténtica vida cristiana. Por aquí iría la verdadera “conversión”.

Reconozco que esta reflexión todavía no está completa, pero la quiero compartir, y si voy precisando algunos detalles lo añado acá mismo.

(Manuel Enrique Valls)

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