Este es un libro singular, que al decir de su autor, Matthew Fox, es más un viaje que un libro. Un viaje interior, un itinerario
espiritual, para adentrarnos en
dimensiones de la vía cristiana que durante mucho tiempo hemos ignorado,
al menos parcialmente. Es un libro que desafía muchos de nuestros conceptos,
recibidos de la teología tradicional y de una visión espiritual que tiene su
fundamento en esta; pero lo que este libro presenta no es algo nuevo, está en
la Escritura, en los Padres y Madres de la Iglesia, en muchos teólogos y
maestros espirituales. Creo que no se trata de renunciar a lo que creemos, sino
en ampliar nuestra visión espiritual, enriquecerla, abrir el horizonte de
creer. Por eso, luego de leerlo varias
veces y convertirlo en un libro de consulta habitual, quiero compartir en el
blog parte de lo que he recibido de él.
ALGUNAS IDEAS BÁSICAS:
La raza humana necesita un nuevo paradigma religioso, una sabiduría que implique una vida mejor.
Esto, aclaro, no supone buscar una nueva religión, sino una mejor comprensión
de nuestras tradiciones religiosas. Sabio no es el que sabe mucho, el que
acumula mucho conocimiento, sino quien utiliza el conocimiento para tener una
vida más plena. Se trata siempre de vivir, de la vida de cada uno y de todos en
conjunto, formando parte de una misma humanidad. A menudo la gente tiene una
religión que le sirve para conformarse o resignarse, pero no para que sea
más
libre, más feliz y más pleno.
“Vivir no es
únicamente sobrevivir. Vivir presupone belleza, libertad de elección, dar a
luz, disciplina, celebración. Vivir no es lo mismo que ir de tiendas o de
compras, ni es lo mismo que construir un nido para escapar de los sufrimientos
de los demás. Vivir tiene que ver con Eros, con el amor a la vida y con el amor
a las vidas de los demás, al derecho de
los demás a Eros y a la dignidad. Aquí reside la sabiduría: que las personas
puedan vivir” (8).
¿Dónde encontramos
sabiduría para vivir? Para E. F. Schumacher
en dos lugares fundamentales: en la
naturaleza y en las tradiciones religiosas. La ciencia es una poderosa
fuente de sabiduría, porque estudia la naturaleza, pero en Occidente ciencia y
religión están reñidas desde hace varios siglos. La religión se privatizó y la
ciencia se convirtió en sirviente de la tecnología, de modo que las personas se
han sentido solas, tristes y pesimistas. Necesitamos que tanto la ciencia como
la religión nos ayuden a recuperar la sabiduría, a partir de una nueva
comprensión de ambas, no enfrentadas, sino unidas y complementadas.
Escribió Alfred North Whitehead: “La religión está
tendiendo a degenerar hacia una fórmula decente para adornar una vida decente”.
El autor del libro que comentamos nos hace una propuesta, la de revisar
nuestras tradiciones religiosas y nuestros modelos espirituales, modelo de “caída/redención”, dualista y patriarcal,
que comienza con el pecado y específicamente el “pecado original” y termina con la redención, dejando fuera aspectos
importantes como son: la bendición original, la Nueva Creación y la
creatividad, el hacer justicia y la transformación social, o el Eros, el juego,
el placer y el Dios del gozo. Esa tradición que llama “de caída/redención”, no ha conseguido enseñar el amor a la tierra y
al universo, la preocupación por la naturaleza, y le teme a la pasión, de modo
que impide a los amantes celebrar sus experiencias como experiencias
espirituales y místicas. Esta tradición no ha sido amante de los artistas, los profetas, los pueblos originarios o las
mujeres, así como de otras minorías perseguidas.
Aquí se propone una espiritualidad centrada en la
Creación, que es anterior a la citada, que tiene su origen básicamente en la teología
de san Agustín (354/430 d. C.), y
que hace más tarde decir a Kempis: “Cada vez que entro en la creación, me alejo
de Dios”. La tradición centrada en la Creación aparece en la Biblia desde
los comienzos, está en Jesús y en buena parte del Nuevo Testamento, y en el primer teólogo de Occidente, san Ireneo. Esa es la tradición que
este libro pretende rescatar, y que fundamenta su reflexión no en el llamado “pecado original”, sino en la primera
bendición, cuando Dios vio lo que había creado
“y vio que era bueno”.
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