jueves, 28 de febrero de 2019

INTRODUCCIÓN A LA CUARESMA


La Cuaresma es como un extenso sacramento en el que la Iglesia hace pasar ante sí misma todo el misterio de la vida humana. Mediante esta estructura pedagógica, el creyente va contemplando los grandes símbolos de la existencia y los contrasta con el mensaje de la Palabra de Dios. Es un “tiempo oportuno, favorable”, en el que la Iglesia hace un alto en el camino para revisar, reflexionar, corregir, enderezar.
El mensaje que evoca la Cuaresma lo podemos resumir así: la vida humana es un proceso de maduración progresivo, hacia la consecución de la Promesa (plenitud), gracia que se nos concederá con la venida del Reino de Dios en la fiesta definitiva.
 El símbolo fundamental de la Cuaresma es la “cuarentena”, es decir, estos cuarenta días, el número 40. En la Biblia el número cuatro, seguido de ceros indica la condición terrena del hombre pecador, penitente, acechado por mil trabajos. El diluvio duró cuarenta días (Génesis 7,17); cuatrocientos fueron los años que estuvieron los hijos de Jacob en Egipto (Génesis 15, 13); Moisés y Elías llegaron al encuentro con Dios después de una purificación de cuarenta días y cuarenta noches en la montaña (Éxodo 24, 12-18 y 1Reyes 19, 3-8); el pueblo liberado de la esclavitud alcanzó la promesa tras un largo éxodo por el desierto que duró cuarenta años (Deuteronomio 1, 1-3;8, 2-15). Jesús mismo sufrió una apretada cuaresma (Mateo 4,2). Así es la vida, una cuaresma (que no es lo mismo que decir que la vida es una penitencia, ni siquiera un valle de lagrimas, pero si puede decirse que la vida es una prueba, un ejercicio, necesario para que el fruto madure y esté listo para la siega). 

Junto a la Cuaresma se ordenan otra serie de símbolos repletos de sugerencias fundamentales: el Éxodo, el Desierto, las Pruebas de la fe, la Promesa de la tierra nueva, la Esperanza, la Purificación del ser humano, la Alianza o el encuentro del pueblo con su Dios. Abraham nos resume las actitudes espirituales del hombre que acepta ponerse en camino para alcanzar la plenitud contenida en la promesa o el plan de salvación de Dios: toda la vida es camino, realizado con la esperanza de superar las pruebas y con la fe de alcanzar la promesa, la tierra prometida.

Estas actitudes cuaresmales han de estar presentes siempre en la comunidad cristiana a lo largo de su peregrinar en la historia. La Cuaresma es el estilo de vivir del creyente en el mundo, su talante, su espíritu. No por gusto llamaban a los primeros cristianos "la gente del camino"; también nosotros ahora nos disponemos para vivir este tiempo de gracia, y para ello seguitremos publicando ideas que nos ayuden en este sentido: me ayudan a mí, espero que también a quienes me leen. 


La estructura litúrgica de la Cuaresma ha adquirido en el transcurso de la tradición las preceptivas bautismales y penitenciales, que la han ido configurando. La tradición bautismal de la Cuaresma es esta: durante este período los catecúmenos que ya se encontraban maduros para recibir el bautismo, se preparaban para acercarse al sacramento de la regeneración.  Es el tiempo en el que la comunidad cristiana da los últimos toques a los que han creído en el Evangelio. Para ello los creyentes han de desplegar ante los bautizandos todo lo que la Iglesia es como sacramento de la salvación ofrecida por Dios al mundo.  De esta manera, la comunidad se ve obligada a depurar su santidad, con el fin de que los bautizandos perciban con más claridad la vocación a la que son llamados y la regeneración que se les ofrece. 

Durante este tiempo cuaresmal la comunidad hace revisión de sus opciones bautismales, a la vez que va anunciando los catecúmenos la vida que les ofrece la fe, como agua que no se agota (Juan 6), como luz que no se apaga (Juan 6) y como existencia conseguida más allá de la muerte (Juan 11). Temas como el amor, la alianza, la fe, la nueva ley, van transcurriendo profusamente en los textos bíblicos proclamados entre la tercera y la quinta semana de Cuaresma.

Este tiempo es ocasión para la revisión de una Iglesia que se debe reconocer también pecadora. Es un momento oportuno para que la comunidad caiga en la cuenta de que no debe cejar nunca en el esfuerzo de la penitencia; esa penitencia común que debe realizar todo hombre y mujer, pues el pecado no desaparece nunca del todo de nuestra vida. La superación total del pecado es un don de los últimos tiempos, por eso la comunidad tiene que tomar conciencia de su pecado y reemprender siempre una actitud penitencial que nunca debería interrumpir. Además, este tiempo tradicionalmente es ocasión propicia para realizar el sacramento de la penitencia con aquellos miembros de la comunidad que tienen que volver a recuperar la opción bautismal que han roto por el pecado.

La Cuaresma proclama la misericordia de Dios, que nunca se agota en el ofrecimiento del perdón de los pecados y es una llamada a la conversión manifestada con frutos dignos de penitencia. La primera y segunda semana cifran estos frutos de la conversión en las prácticas de la oración, el ayuno, la limosna… Pero a la vez nos hacen caer en la cuenta de que no son obras exteriores lo que agrada a Dios, sino la conversión interior, el cambio del corazón, la regeneración de la persona desde su misma raíz. Conversión que más que en ayunos y a abstinencias se ha de manifestar en la adecuación de las actitudes y comportamientos con el espíritu evangélico.

La Cuaresma es, además, el gran símbolo de la liberación social. La salvación que Dios ofrece en el camino de la vida es una liberación. Eso fue la Pascua de Israel; hacia la liberación caminó Jesús y pasó de este mundo al Padre, a un mundo ofrecido gratuitamente por Dios. Por conseguir esta liberación gime la creación entera, aun presa del pecado. La Cuaresma no se vive auténticamente si no se hace además revisión de la situación concreta en que vive la sociedad y sin tomar una posición ante las estructuras de injusticia, opresión y pecado que rodean al hombre y le van conformando poco a poco en una creatura envejecida y caduca.


A la fiesta de la Pascua apunta la Cuaresma, es su fin, como expresión de la realización de la Promesa de Dios que todos esperamos y que será la culminación de nuestra vida. Así, de un modo pedagógico, la Iglesia revisa su existencia y mantiene erguida la esperanza en un futuro, que se ha hecho presente ya en la muerte y resurrección de su Señor Jesucristo.

(Ideas tomadas del Misal dce la Comunidad).


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