jueves, 21 de febrero de 2019

LA PALABRA, FUENTE GENUINA DE ESPIRITUALIDAD (Retiro).


TEXTOS BÍBLICOS: Prólogo de Juan; Parábola del sembrador (Marcos 4, 1/20); relato de los discípulos de Emaús.

La Palabra, fuente genuina de espiritualidad, de la que se extrae el supremo conocimiento de Cristo Jesús., debe habitar lo cotidiano de nuestra vida. Solo así su potencia podrá penetrar en la fragilidad de lo humano y edificar los lugares de vida común, rectificar los pensamientos, los afectos, las decisiones, los diálogos entretejidos en los espacios fraternos. Siguiendo el ejemplo de María, la escucha e la Palabra debe convertirse en aliento de vida en cada instante de la existencia” (Carta a los consagrados).

La Palabra tiene en sí una potencialidad que no podemos predecir. El Evangelio habla de una semilla que, una vez sembrada, crece por sí sola también cuando el agricultor duerme. La Iglesia debe aceptar la libertad inaferrable de la Palabra, que es eficaz a su manera, de formas muy diversas que suelen superar nuestras previsiones y romper nuestros esquemas” (Francisco, La Alegría del Evangelio # 22).

Toda Palabra en la Escritura es primero don antes que exigencia” (Francisco, La 

Alegría del Evangelio”, # 142). “Cuando uno se detiene a tratar de comprender cuál es el mensaje de un texto bíblico, ejercita el culto a la verdad. Es la humildad del corazón que reconoce que la Palabra siempre nos trasciende, que no somos ni los dueños, ni los árbitros, sino los depositarios, los heraldos, los servidores” (146).

“El texto bíblico que estudiamos tiene dos mil o tres mil años, su lenguaje es muy distinto del que utilizamos ahora. Por más que nos parezca entender las palabras, que están traducidas a nuestra lengua, eso no significa que comprendemos correctamente cuanto quería expresar el escritor sagrado… Lo más importante es descubrir cuál es el mensaje principal” (147).

1.     Vivimos en un mundo atiborrado de palabras. Y peor aún: vivimos en un mundo ruidoso. Queremos llenar nuestros vacios con palabras, con ruidos.  La música se ha vuelto ruido, incluso en nuestras iglesias, contagiadas de cierto estilo pentecostal, cuanta más alta la música, cuanto más grita el predicador, mejor; supongo que piensan que así Dios oye mejor, pero en realidad crean un estado de aturdimiento emocional que confunden con una experiencia espiritual.
2.     El cristiano es aquel que sigue y escucha la Palabra de Dios. La Palabra de Dios es Jesucristo, la última y definitiva palabra del Padre para la humanidad, para sus hijos. Esa Palabra está contenida en los Evangelios de modo eminente, y también en los demás libros de la Sagrada Escritura. “El estudio de las Sagradas Escrituras ha de ser una puerta abierta para todos los creyentes” (175). Tenemos que familiarizarnos con la Palabra de Dios, y promover la lectura orante personal y comunitaria. 
3.      Pero Dios habla también fuera de la Escritura, e incluso fuera de la Iglesia, y por ello la escucha atenta de la Palabra, que es Cristo, nos ha de volver sensibles, capaces, de reconocer la voz de Dios en cualquier sitio donde ella nos interpele: en la historia humana, en las artes, en la naturaleza, en nuestra realidad cotidiana, en el prójimo.
4.     La Palabra es creadora, desde el principio del mundo, y no ha dejado de serlo. Ocupa, junto con la mesa eucarística, el centro de la celebración fraterna del pueblo de Dios. La Palabra contenida en la Escritura, se proclama en la asamblea eucarística, y nos va alimentando, recreando, ensenando, consolando. Todo eso hace la Palabra imperceptiblemente.
5.     ¿Pero cómo escuchar a Dios en medio del ruido del mundo? ¿Cómo escuchar la voz amorosa de Dios en medio de tantas otras voces? Es la pregunta que ahora debemos hacernos. Si Dios habla, nosotros debemos escuchar, y hacerlo con atención. Escuchar no solo con el oído, también con la mente y con el corazón (“Necesitamos ejercitarnos en el arte de escuchar, que es más que oír”, Francisco).  Es una actitud fundamental del discípulo: estar a la escucha. Para ello se hace necesario aprender a valorar el silencio, exterior e interior. “Hace falta ejercitarse continuamente en la escucha de la Palabra. 



La Iglesia no evangeliza sino se deja  continuamente evangelizar” (174).El ruido nunca es espiritual.
6.     Al hablar del ruido del mundo no estamos despreciando la realidad cotidiana, la cultura de nuestro entorno, el desafío de lo nuevo. Estamos confrontando esas realidades con la Palabra de Dios, para cuidar lo mejor de ellas y tratar de transformarlas. El Evangelio no desprecia las culturas, no invita a dar la espalda a la realidad. Cada época desafía el mensaje cristiano, lo interpela, también aporta algo a su comprensión.
7.     Modos de cultivar una disciplina de la Palabra: leer diariamente el pasaje evangélico que corresponde en la liturgia. Buscar momentos de silencio. Aportar luz en este sentido en los lugares donde estoy. Tratar de orar siempre con la Palabra. Lectio Divina. Mantras o frases bíblicas para la vida cotidiana. Reconocer a Jesús/Palabra en las realidades cotidianas. ESCUCHAR con actitud fundamental del discípulo, reverente ante la PALABRA de Dios que es el HIJO.
8.     Cuando meditamos la Palabra debemos tener presente que esta tiene diversos niveles de comprensión: un sentido literal (lo que leemos, su género literario), un sentido histórico (la historia detrás del texto) y un sentido espiritual (que a su vez tiene tres dimensiones: leer el texto como Palabra de Dios para nosotros hoy (que nos dice); leer el “Libro de la Vida”, es decir, nuestra realidad actual,  a la luz de este texto. Dios nos habla en nuestra realidad actual, pero necesitamos el texto bíblico como criterio de discernimiento; y tercero, entrar dentro del texto y ser sujeto creativo dentro de él. Cuando leemos e interpretamos un texto, nosotros mismos llegamos a ser parte de él y el texto llega a ser parte de nuestra historia.
9.     Francisco habla de algunas tentaciones que aparecen cuando uno intenta escuchar al Señor en su Palabra; así dice en el documento que hemos citado antes, en el # 153. Las cito acá: 1. Sentirse molesto o abrumado y cerrarse; 2. Pensar lo que el texto le dice a otros, evitando aplicarlo a la propia vida.; 3. Buscar excusas que le permitan diluir el mensaje específico de un texto; 4. Pensar que Dios exige algo demasiado grande, y que no estamos preparados aun para responder a lo que nos pide, y por tanto perdemos el gozo del encuentro con la Palabra cotidiana.

Otros textos: San Juan de la Cruz, Subida al Monte Carmelo (Libro 2, capítulo 22): Cristo es la Palabra definitiva del Padre, y ya no tiene más que decir.

Para los lectores: Ejercen un ministerio desde y para la comunidad/No nos da derechos, privilegios, sino obligaciones, compromisos/ Requisitos necesarios para ser lector (saber leer correctamente, y además saber enfatizar la lectura que se hace, prepararla con antelación, ser un lector asiduo de la Palabra). Detalles concretos que deseen preguntar. La antífona antes del Evangelio no se lee.  ¿A quién se hace la reverencia cuando se sube a leer? Al celebrante, con sencillez.

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