domingo, 21 de septiembre de 2025

JESÚS, LA FAMILIA Y LA COMUNIDAD CRISTIANA

 🕊 “¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?”

Jesús, la familia y la comunidad cristiana

La figura de Jesús en los Evangelios presenta una relación ambigua, incluso provocadora, con la institución familiar. En una cultura donde la familia era el núcleo de identidad, pertenencia y autoridad, Jesús introduce una ruptura que no es simplemente social, sino profundamente espiritual. No se trata de desprecio, sino de una reconfiguración radical del vínculo humano.

Cuando en Marcos 3 su madre y sus hermanos lo buscan, Jesús responde con una frase que ha desconcertado a generaciones: “¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? El que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre.” No hay rechazo, pero sí una clara relativización del parentesco biológico. Lo que define la nueva familia del Reino no es la sangre, sino la escucha y la obediencia al Espíritu.

Este gesto no es aislado. En Lucas 14, Jesús habla de “odiar” padre, madre, esposa e hijos como condición para el discipulado. El lenguaje es duro, pero en el contexto semítico, “odiar” significa “posponer”, “dar menor prioridad”. Lo que está en juego es la fidelidad al Reino frente a las lealtades tradicionales. Jesús no destruye la familia, pero la des-centra. La misión, la comunidad, la apertura al Espíritu, están por encima de cualquier estructura heredada.

Esto tiene implicaciones profundas. En su itinerancia, Jesús forma una comunidad que es familia espiritual: hombres y mujeres, pobres y marginados, discípulos y discípulas que comparten mesa, camino y destino. María, su madre, aparece en momentos clave, pero no como figura dominante, sino como discípula silenciosa, contemplativa, que guarda todo en su corazón. En la cruz, Jesús no se despide de ella como hijo, sino que la entrega a otro discípulo: “Ahí tienes a tu hijo… ahí tienes a tu madre.” Una nueva familia nace al pie del dolor.

Sin embargo, la Iglesia, en su evolución histórica, ha tomado otro rumbo. A medida que se institucionaliza, especialmente desde el siglo IV, se produce una revalorización de la familia como célula básica de la sociedad cristiana. Influida por modelos grecorromanos, luego medievales y burgueses, la Iglesia comienza a defender no tanto la familia como experiencia humana, sino un modelo cultural específico: heterosexual, patriarcal, monogámico, reproductivo, con roles definidos. Este modelo se presenta como “natural” o “divino”, aunque responde más a construcciones históricas que a exigencias evangélicas.

En muchos contextos, esto ha llevado a idealizar la familia como refugio frente a la secularización, incluso cuando esa idealización excluye realidades familiares complejas, dolorosas o simplemente distintas. Se ha priorizado la estabilidad familiar sobre la apertura comunitaria, la inclusión pastoral o la libertad espiritual. En nombre de la familia, se han justificado silencios, exclusiones y moralismos que poco tienen que ver con el Evangelio.

Aquí se abre una pregunta pastoral urgente: ¿Qué defendemos cuando defendemos “la familia”? ¿Estamos defendiendo el Evangelio o una construcción cultural? ¿Cómo acompañar sin excluir? ¿Cómo formar comunidades que sean verdaderas familias espirituales, sin caer en la rigidez institucional?

Para quienes trabajan en la pastoral desde una mirada contemplativa y liberadora, este tema puede ser una puerta hacia una espiritualidad más inclusiva. La familia puede ser espacio de comunión, pero también de dolor, de conflicto, de búsqueda. No todas las familias son refugio; algunas son campo de batalla. No todos los vínculos familiares conducen al Reino; algunos lo obstaculizan. Por eso Jesús propone una comunidad donde los vínculos se dan por la fe, no por la sangre; donde el seguimiento puede implicar ruptura; donde la misión supera la lógica doméstica.

En un retiro, esta reflexión puede abrir espacio para el discernimiento personal. ¿Qué vínculos familiares me sostienen… y cuáles me atan? ¿Dónde experimento comunidad más allá de la sangre? ¿Qué me pide el Espíritu en relación con mi familia? ¿Cómo puedo vivir mi vocación sin quedar atrapado en expectativas familiares que no responden al Evangelio?

Podrías escribir una “carta espiritual” a tu familia, no para enviarla, sino para integrar. Una carta desde el Reino, desde la libertad interior, desde la comunidad que acoge y transforma. Y cerrar con una oración que no idealice, sino que libere: “Que el Espíritu nos enseñe a amar más allá de los lazos de sangre.”

(P. Valls)

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