viernes, 19 de abril de 2019

VIERNES SANTO: LA MUERTE VICTORIOSA

La muerte es el acto definitivo del hombre. Le enfrenta con el propio destino y le hace tomar una opción fundamental. Agudiza el misterio humano; acentúa la soledad del individuo, pone a prueba la relación con los otros mediante la elección entre la comunión o la ruptura, cuestiona el futuro y la esperanza. No es superficial el enfrentamiento con la muerte. 

Ante su muerte, el ser humano se encuentra desamparado, abandonado. El grito humano que se resiste a morir no recibe por parte de Dios otra respuesta que el silencio. ¿Por qué me has desamparado? Los seres humanos tampoco, a la hora de la muerte, pueden hacer nada a nuestro lado, tanto si son amigos como enemigos. La muerte supone preguntas tan lúcidas como el sentido de la vida, su logro o equivocación, si hay alguien que nos acoge y si queda un resquicio para la confianza.  Alrededor hay noche oscura.

La muerte proporciona la oportunidad de realizar el acto de fe definitivo. Una fe contra toda evidencia, una esperanza contras toda esperanza; la confianza que traspasa la espesa noche de la nada para encontrar unas manos que nos acogen con amor infinito. 
"A tus manos encomiendo mi espíritu". 

Esta es la muerte victoriosa, la que vence a la misma muerte en su propio terreno. Muerte con sentido que salva al hombre, que le prepara para la comunión con Dios y la relación sin trabas con los demás y con el universo. Esta muerte es la transformación necesaria para entrar a vivir sin riesgos el nuevo mundo en el que se ha creído y esperado. En la cruz de Jesús se abren de par en par las puertas de la resurrección gloriosa del ser humano.
Así, en el relato de la pasión, en Juan, las últimas palabras de Jesús en la cruz son estas: "Todo está cumplido".

(Notas tomadas del MISAL DE LA COMUNIDAD)


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