martes, 30 de marzo de 2021

JUEVES SANTO: MISTERIO DE FRATERNIDAD

 
El primer día del Triduo Santo celebramos el Misterio, a menudo ignorado, de la presencia de Cristo en la comunidad eclesial. Celebramos la inauguración de la Eucaristía, fuente y culmen de la vida de la Iglesia, el banquete fraterno que realiza singularmente (sacramentalmente) el amor de Dios para con sus hijos. Dios nos ha llamado en Cristo, en quien reconocemos nuestra verdadera identidad, y nos invita a participar, a ser parte, a sentarnos a su mesa y degustar sus manjares. 

El ministerio público de Jesús tuvo lugar de modo eminente en comidas en las que manifestaba cuánto deseo tenía Dios de reunir a sus hijos en una misma mesa y hacerles partícipes de su salvación. “Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados que yo los aliviaré”. En la Eucaristía escuchamos de modo renovado la llamada de Cristo hecha en el bautismo; Él nos acepta de una manera total, con todo lo que somos y traemos, y al comer juntos el pan y beber la copa, nos hacemos uno con Él. No hay nada nuestro que no le pertenezca, ni nada suyo que no sea nuestro

Esa dimensión de banquete y fiesta parece estar ausente en quienes asisten a la eucaristía dominical impulsado más por el deber o el temor que por el gozo y el deseo de “permanecer”. Ese misterio de unidad y fraternidad se manifiesta además en el amor, como modo de vida y voluntad de entrega generosa a los demás: permanecer en Su amor es compartir y dar amor; no cualquier amor, sino el mismo que recibimos, el de Cristo, que se manifiesta además en ministerios concretos de servicio a la comunidad, a la asamblea litúrgica. 

Celebrar para nosotros no es algo meramente exterior: celebrar es vivir el misterio juntos, y expresarlo en comunión, escucha, entrega; cantarlo y orarlo, caminando y de rodillas, pero siempre juntos, siempre uno con él, Cuerpo suyo. Cuerpo que se entrega, ahora sí, para ser partido y repartido, porque el amor cuando es verdadero no se guarda para sí, se pierde, se ofrece, se "sacrifica": es decir, se hace sagrado. 

Antes de terminar, no olvido un gesto que es imprescindible para entender y vivir lo anterior: lavar los pies de Jesús en los hermanos, abajarse, porque con orgullo y soberbia no hay comunión posible. Somos hombres y mujeres imperfectos que han experimentado el amor y el perdón de Dios, y por eso podemos decir también hoy: Yo sé bien de quien me he fiado. Solo entonces estamos listos para abrazar la cruz, para entrar sin miedos en el Viernes Santo

Fray Manuel de Jesús, ocd

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