jueves, 9 de septiembre de 2021

UNA ESPIRITUALIDAD DESDE ABAJO

 

La cruz nos recuerda el misterio del ser humano, nos muestra el camino de la verdadera humanización: hemos de decir sí a las contradicciones que viven en nosotros. Como personas pertenecemos tanto a la Tierra como al Cielo, estamos entre la luz y la oscuridad, entre el hombre y la mujer, entre lo alto y lo profundo, entre el bien y el mal. Solo alcanzamos nuestra integridad cuando reunimos las contradicciones en nosotros y las soportamos: aceptamos nuestra propia división, los conflictos irresolutos, y dejamos entrar a Dios en esta tensión. Nuestra vida no es un crecimiento lineal, sino una especia de “vía crucis”, pero es a través de nuestras heridas por donde el amor de Dios ingresa en nosotros, nos transforma y nos cura.

Una espiritualidad desde arriba comienza por los ideales que nos mueven, y el ascetismo y la oración como sendas para alcanzar el ideal, mientras que una espiritualidad desde abajo parte de nuestra realidad concreta para elevarse luego a Dios. No ve el camino hacia Dios como una calle de una sola dirección en la que siempre se llega a Dios, sino que, por extravíos y rodeos, pasando por fracasos y decepciones, llegamos a Dios. No es mi virtud la que me abre el camino, sino mis debilidades, mis errores y hasta mis pecados.

En el camino espiritual es muy importante conocer la imagen única que Dios tiene de mí
; los ideales tienen una función vital, los modelos a los que miramos también (los santos), porque despiertan la vida en nosotros. Pero también pueden enfermarnos si a la vez que miramos hacia arriba, perdemos el contacto con la tierra, con nuestra propia realidad.

Podemos dar vueltas en torno a nosotros mismos con ambiciones de perfección y no crecer, no avanzar, porque olvidamos que el camino de Jesús es misericordia y amabilidad con el pecador. Recordemos la parábola del fariseo y el publicano: es el pecador el que abre su corazón a Dios en esa historia, porque el corazón destruido, herido y quebrado es la brecha por donde Dios puede entrar. Es el ascenso desde el descenso, la humildad es abrazar la propia humanidad, abrazar la cruz.

El camino de la adultez, camino creciente en la experiencia de la vida, conduce también a descender con valor hacia la propia oscuridad, soledad y tristeza. Así la imagen de Dios surge en uno, porque entramos en contacto con nuestra verdadera esencia. En las horas de mayor necesidad puede el ser humano experimentar su ser verdadero y allí, en el dolor, el sufrimiento, la pérdida, el desamparo, encontrar al Dios que le carga en sus brazos, lo libera, lo ama y lo ilumina.

Así, volviendo a la cruz, ella nos recuerda que, en todo momento y lugar, Dios está, y a él le pertenece el mundo, y él hace que este mundo sea más humano. La cruz nos recuerda que estamos totalmente cercados por la presencia amorosa y redentora de Dios. Por eso, toda decepción es posibilidad, y en las heridas crecen perlas; donde estoy herido, también estoy vivo, y si acepto mis heridas, puedo transformarlas en una fuente de vida y de amor.

El ser humano verdadero es vulnerable; no se trata tanto de resolver todas las contradicciones y tensiones, sino de hacerlas fructíferas. Es bueno tener sentido del humor, porque nos relaja y reconcilia con nuestros límites, y la herramienta más importante es el arte de no desesperar jamás de la misericordia de Dios.

Dios es quien me transforma
, quien, por mi fracaso y mis pecados, por mis frustraciones y decepciones, me abre para sí, para que yo finalmente deje de confundir a Dios con mi propia virtud, y me entregue a él con todo mi ser. A quien se encuentre con su propia humanidad, nada de lo humano le será ajeno. Estará reconciliado con todo lo humano que venga a su encuentro, y también con lo débil y enfermo, con lo imperfecto y lo fracasado. Verá todo circundado por la benevolente mirada de Dios y por la misericordiosa visión de Jesús. Y así, no podrá otra cosa más que mirar con una actitud misericordiosa y benevolente todo aquello que venga a su encuentro dentro de su propia alma y en todo hombre.

Ascendemos Dios cuando descendemos a nuestra condición humana, y justamente allí donde no podemos hacer nada, donde fracasamos por nuestras propias ideas sobre nosotros, donde según los parámetros humanos todo sale mal, allí es donde Dios quiere hablarnos y mostrarnos que todo es gracia.

(Resumen de: Anselm Grün, Con el corazón y todos los sentidos)

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