Una parábola atribuida a Buda:
Un hombre caminaba por un campo y se topó con una tigresa. Se
puso a correr, pero la tigresa le pisaba los talones. Así llegó al borde de un
precipicio, se agarró a la raíz de una vid salvaje y quedó colgando en el
vacío. La tigresa le olfateaba desde arriba. Temblando, el hombre miró hacia
abajo, y al fondo del abismo otro tigre lo esperaba para devorarlo. Solamente la
vid lo sostenía. Dos ratones, uno blanco y otro negro, comenzaron a roer poco a
poco la vid. Y entonces el hombre divisó junto a él una bellísima fresa.
Agarrándose a la vid con una sola mano, con la otra tomó la fresa y la llevó a
su boca: Qué dulce estaba!
Con mucha frecuencia
pasamos revista a los peligros que nos amenazan por todas partes. Advertimos
con preocupación las cosas feas que nos rodean. Hacemos el recuento de los
contratiempos que nos han golpeado repetidamente. Y no advertimos ese simple y provisional
signo de salvación.
Lo bueno sería ser capaces de no dejarnos atrapar por el miedo, de tal modo, que no reparemos en la fresa. Ante un peligro tan grande como el narrado en esta parábola, parecería insuficiente la fresa, pero no hay fresa insuficiente.
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