Domingo,
el primero de Adviento; comienzo del nuevo año litúrgico, ciclo B. Anselm Grün, al comentar este tiempo,
habla de tres posibles actitudes: celebrar nuestros anhelos de forma
consciente de modo que adquieran una función positiva en nuestra vida;
contemplar nuestras decepciones como incentivos para buscar siempre algo
más, y escuchar las promesas de
Dios, cargadas de luz y de vida. Me gustaría, a lo largo de estos días, poder
detenerme a reflexionar en esto, aplicándolo a mi propia vida y al momento
concreto que ahora vivo.
“Cada tiempo fuerte de nuestro año litúrgico
es siempre una nueva oportunidad para penetrar cada vez con mayor profundidad
en el misterio de Cristo, para asumir como propio su proyecto de amor, de
libertad y de justicia y para reforzar nuestro compromiso cristiano” (Diario Bíblico, introducción al
Adviento).
Isaías: “Tu nombre de siempre es nuestro redentor… Jamás oído oyó ni
ojo vio un Dios fuera de Ti que hiciera tanto por el que espera en él… Señor,
Tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y Tú el alfarero; somos todos obra
de tu mano” (63/64).
Pablo a los Corintios: La
gracia que Dios nos ha dado en Cristo Jesús… riquezas de palabra y conocimiento…
aguardamos la manifestación de Cristo, quien nos mantendrá firmes hasta el
final… Dios es fiel (1, 3/9).
Marcos: Invitación a estar despiertos,
vigilantes, que la llegada de Dios no nos sorprenda dormidos. Revisar la marcha
de la vida, detenernos y mirar atrás… Dios es el único capaz de transformar las
cosas y hacerlo todo nuevo. “Cuando se ha
perdido el horizonte y todo parece oscuro y absurdo, Dios hace brillar la Luz
de su rostro y se vuelve a encontrar el camino perdido” (DB).
Con estas ideas me adentro pues en el
Adviento, escuchando un canto litúrgico me gusta mucho: “La Virgen sueña caminos…”, y evocando la frase de Tagore que viene
a mi mente siempre en estas fechas: “El
viene, viene, viene siempre…”.
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