En
la Exhortación apostólica “La alegría del Evangelio”, Francisco destaca lo
esencial de la misión para la Iglesia. La evangelización obedece al mandato
misionero de Jesús (Mt 28, 19-20); somos invitados, como seguidores y
discípulos, a predicar el Evangelio en
todo tiempo y en todas partes. De ahí que sea perfecta la imagen de “Una Iglesia en salida”. Figuras bíblicas que muestran ese dinamismo
de salida: Abraham, Moisés, Jeremías, los mismos apóstoles… Hoy el mandato de
Jesús sigue activo, en nuevos escenarios y con nuevos desafíos, y es una
llamada para todos… “Cada cristiano y
cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos
somos invitados a aceptar este llamado: salir
de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que
necesitan la luz del Evangelio” (20)
“La alegría del Evangelio que llena la vida
de la comunidad de los discípulos es una alegría misionera” (21). Es la que
viven los 72 discípulos que regresan de la misión (Lc 10, 17), y la vive el propio
Jesús (Lc 10, 21), así como la experimentada por los apóstoles en Pentecostés
(Hch 2, 6). Esa alegría es un signo de que el Evangelio ha sido anunciado y
está dando frutos, pero no para detenernos sino para salir siempre otra vez a
la siembra: implica el dinamismo del éxodo y el don, del salir de sí, del
caminar y sembrar siempre de nuevo, más allá, confiando en la fuerza de la
semilla.
Esta
Iglesia en salida de la que habla la exhortación, vive la intimidad con su
Señor en clave de itinerancia, y ha de salir a anunciar el Evangelio “a todos, en todos los lugares, en todas las
ocasiones, sin demora, sin asco y sin miedo” (23).
¿Cómo
describe la exhortación a esa Iglesia en salida?
Como
“comunidad de discípulos que primerean,
que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan”.
1. “Primerear”: La comunidad evangelizadora
experimenta que el Señor tomó la iniciativa, la amó primero, y por eso sabe
ella también adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro,
buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los
excluidos. Vive un deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber
experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva. El papa
nos invita a “primerear”, a tomar iniciativas, a atrevernos…
2. Involucrarse:
Como consecuencia de lo anterior, la Iglesia ha de involucrarse. Jesús lavó los
pies a sus discípulos. El Señor se involucra e involucra a los suyos,
poniéndose de rodillas ante los demás para lavarlos, y luego dice que seremos
felices si hacemos lo mismo (Jn 13, 17). La comunidad evangelizadora se mete
con obras y con gestos en la vida cotidiana de los demás, achica distancias, se
abaja hasta la humillación si es necesario, y asume la vida humana, tocando la
carne sufriente de Cristo en el pueblo. Habla de evangelizadores con olor a
oveja, para que estas escuchen su voz.
3. Acompañar:
La comunidad evangelizadora por tanto está dispuesta a acompañar. Acompaña a la
humanidad en todos sus procesos, por más duros y prolongados que sean. Sabe de
esperas largas y de aguante apostólico. La evangelización tiene mucho de
paciencia y evita maltratar límites.
4. Fructificar:
Fiel al don del Señor, la Iglesia sabe también fructificar; está atenta a los
frutos, porque el Señor la quiere fecunda. Cuida el trigo y no pierde la paz
por la cizaña. Cuando ve que esta despunta en medio del trigo no tiene reacciones
quejosas ni alarmistas. Encuentra la manera de que la Palabra se encarne en una
situación concreta y dé frutos de vida nueva, aunque en apariencia sean
imperfectos e inacabados. El discípulo sabe dar su vida entera, incluso hasta
el martirio, como testimonio de Cristo, pero su sueño no es llenarse de
enemigos, sino que la Palabra sea acogida y manifieste su potencia liberadora y
renovadora.
5. Festejar:
La comunidad evangelizadora celebra y festeja cada pequeña victoria, cada paso
adelante en la evangelización, lo hace gozo, y ese gozo se vuelve belleza en la
liturgia, buscando hacer el bien en medio de las exigencias diarias.
Por
tanto, mirando el programa anterior, vemos que la Iglesia necesita “avanzar en el camino de una conversión
pastoral y misionera, que no puede dejar las cosas como están” (25). Ha de
constituirse en un “estado permanente de misión” (25); dicho con palabras de Pablo
VI: “un anhelo generoso y casi impaciente de renovación” cuando pensamos en el
ideal de la comunidad y su realidad concreta; o como lo expresa el Vaticano II:
Apertura a una permanente reforma
(Unitatis Redintegratio, 6). Por tanto no es nuevo lo que la exhortación
propone. Reconoce el documento que “Hay
estructuras eclesiales que pueden llegar a condicionar un dinamismo
evangelizador” (26), por eso la importancia de una constante renovación.
Pero nada hacemos con cambiar ciertas cosas por fuera, por otra parte, sino
cambia el espíritu: “Sin vida nueva y
auténtico espíritu evangélico, sin fidelidad de la Iglesia a la propia
vocación, cualquier estructura nueva se corrompe en poco tiempo” (26).
Esta
impostergable renovación eclesial
tiene un espíritu: “Sueño con una opción
misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos,
los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce
adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la
autopreservación” (27). Es el sentido de la renovación a la que Francisco
nos convoca: que todo en la Iglesia apunte a la misión. La exhortación presenta
y comenta diversos ámbitos de esta renovación eclesial: la parroquia (28),
otras instituciones eclesiales, comunidades de base, movimientos (29), las
Iglesias particulares y sus obispos (30 y 31) y el propio papado (32). No vale
aquello de “siempre se ha hecho así”,
sino que, dice: “Invito a todos a ser
audaces y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las estructuras,
el estilo y los métodos evangelizadores de las propias comunidades” (33), y
esto “sin prohibiciones ni miedos”, buscando siempre caminar juntos,
como Iglesia.
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