El
Evangelio de hoy habla del centurión romano que pidió a Jesús sanar a uno de
sus servidores que está enfermo (es el texto que se usa en la Unción de
enfermos); me veo a mí mismo como ese paralítico que está en cama y no puede
andar, pues así me siento ahora, paralizado, sin tener claro el rumbo que he de
dar a mi vida. En el comentario del Diario
Bíblico se describe al centurión como “por
supuesto, pagano, poco amigo de los judíos, por ser el representante del
imperio que solo traía violencia y sufrimiento”. Luego, más adelante,
apunta que Jesús aprovechó la ocasión “para
anunciar la universalidad y apertura de la salvación como proyecto de Dios para
toda la humanidad”. La primera afirmación mira al centurión desde puros
estereotipos, pues por ser romano y soldado no necesariamente tendría que ser
enemigo de los judíos, violento o abusador; de hecho creo que si se acerca a
Jesús es porque está abierto a esa realidad en la que participa. Luego, la
segunda afirmación pone a Jesús como alguien que planifica cada acción o gesto
con una segunda intencionalidad, sobrenatural; es muy fácil, al comentar la
Escritura, dejarse llevar por esquemas teológicos previos. Tampoco es fácil,
pensaba yo esta mañana, mirar a las personas con la bondad con que las mira
Jesús, sin acusarlas, sin juzgarlas; he tenido pequeñas discusiones con mi
casera a causa de sus comentarios negativos sobre algunas personas del entorno;
le digo que toda persona es buena y mala, que no debemos juzgar al prójimo con
tanta facilidad, que las personas valen por lo que son y no por lo que hacen,
etc, pero ella dice que no, que ella sí juzga, que no tiene pecado y tira la
primera piedra si hace falta. El ser humano es muy complejo, lo veo en mi
propia persona, pero trato de que la experiencia del mal en mí y en los demás
sea cauce para crecer en compasión, no en condenas y juicios.
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