viernes, 4 de junio de 2021

EL SENTIDO ECLESIAL DE TODA VOCACIÓN CRISTIANA

Hoy es evidente y casi indiscutible en la Iglesia católica que todos los bautizados comparten una misma llamada a la santidad. Al menos teóricamente nadie hoy defendería que el camino matrimonial es un camino o vocación menor, si lo comparamos con la vocación sacerdotal o la vida consagrada. De hecho se hacen llamados constantes a los laicos a ocupar un papel más activo en la vida eclesial. Todo es en teoría, pero cuando leemos lo que se publica hoy sobre estos temas, sentimos que siguen estando de fondo esquemas, conceptos, visiones eclesiales, vocacionales, que dificultan y casi imposibilitan el surgimiento de verdaderas vocaciones laicales, maduras, responsables, copartícipes en la Iglesia de la llamada a evangelizar y anunciar el nuevo rostro de Dios.

Estábamos un día en un grupo, intentando comprender los temas del discernimiento y clarificar los elementos particulares de la vida laical y la vida consagrada, y al hablar de la segunda se hizo mención reiterada de una palabra que creo no es la más adecuada, pero sí la que usamos generalmente: me refiero a "exclusivo o exclusiva" en referencia a la consagración de un religioso o una religiosa. El consagrado sería la persona que se dedica de manera exclusiva a Cristo. Yo prefiero que se hable de una vocación particular o forma concreta de consagración, y no tanto de dedicación exclusiva, porque en ese caso queda menos disminuida la vocación del laico en la Iglesia. 

Es decir: laicos, consagrados, ministros, comparten todos una misma llamada o vocación a la santidad, que ha de ser entendida en el seno de la comunidad eclesial. Toda vocación o llamada es eclesial, aun cuando se haga de forma concreta a una persona (obispo, superior religioso, cónyuge). De ahí que, la vocación sacerdotal o la llamada a la vida consagrada no ha de verse como superior a la vocación laical, sino diversa, diferente.

 El cristiano está llamado a la unión con Cristo, a través de la pertenencia a su Cuerpo, que es la Iglesia. Ha de ofrecerse todo a Dios, y en ese todo se incluye también su sexualidad. Tanto el sacerdote célibe, que asume esa condición por disciplina, o el religioso o la religiosa, que hacen votos, como un matrimonio cristiano, o un soltero o soltera, ofrecen todo a Cristo, incluida su sexualidad, de una manera o de otra. Unos, por la renuncia a ejercer parte de su sexualidad, otros por convertirla en expresión de amor o camino para una nueva vida; unos porque no encuentran un modo concreto para realizarse en la vocación de familia, y otros u otras porque convierten su renuncia en expresión de un vínculo místico con la divinidad. Todos están manifestando un propósito de entrega o consagración.

Suele decirse: es que en el matrimonio se comparte el amor a Dios con otra persona, y el consagrado se dedica en exclusiva a Dios. Creo que puede y debe verse de modo diferente. Primero: el amor a Dios no excluye al amor humano, en todo caso lo potencia. El amor cristiano es fuente de vida, y el matrimonio cristiano es expresión del amor de Dios. La pareja se ama en Dios. Y el matrimonio es comunidad eclesial, es iglesia domestica porque es el primer paso para ser familia cristiana. El consagrado o la consagrada también tienen un vínculo humano, que es su comunidad religiosa, y las personas a las que sirven con su consagración. Tampoco están solos frente a Dios.

Si se mira de este modo se salva mejor el sentido eclesial de toda vocación cristiana, y estamos redimensionando la llamada, insistiendo no tanto en lo particular como en lo común, que es la vocación bautismal de todos, potenciada, plenificada, en la vocación particular de cada uno. Por otro lado ayuda a que, definitivamente, dejemos de ver a Dios como un rival.

Fray Manuel de Jesús, ocd
(esta reflexión fue escrita hace ya algunos años, pero creo que no ha perdido actualidad, por eso la comparto)

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