sábado, 5 de junio de 2021

LA VERDADERA FAMILIA DE JESÚS (¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?)

Algunos textos bíblicos provocan extrañeza y estupor cuando los leemos desde nuestros presupuestos religiosos, desde nuestras tradiciones. Sucede con las palabras de Jesús respecto a su familia, y en especial a su madre, en los Sinópticos, y con mayor énfasis en Marcos. Puede ser de interés leer el comentario de Enrique Martínez Lozano, con su particular mirada sobre la propuesta cristiana:  

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"En aquel tiempo, volvió Jesús con sus discípulos a casa y se juntó tanta gente, que no lo dejaban ni comer. Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque decían que no estaba en sus cabales". (Mc 3, 20-21) 

Las relaciones de Jesús con su familia debieron estar también marcadas por el conflicto, al menos en los primeros momentos de su actividad pública. La dureza de este texto no deja lugar a dudas: sus parientes querían llevárselo a casa porque pensaban que estaba trastornado. Se trata de un texto indudablemente histórico, ya que sería impensable que hubiera sido una creación posterior de la comunidad. Debido a su misma crudeza, fue omitido por Mateo y por Lucas. 

En el sistema familiar de la cuenca del Mediterráneo en el siglo I, el comportamiento de uno de sus miembros tenía consecuencias para la familia entera. Si Jesús estaba ya en el punto de mira de la autoridad religiosa, con la que mantenía un conflicto abierto, no es extraño que sus familiares temieran que las consecuencias los alcanzaran también a ellos. Tanto por su comportamiento “extraño”, como por el potencial peligro que suponía, su familia quiere encerrarlo en casa, creyendo que el motivo último de un comportamiento tan extravagante era que estaba “trastornado”. 

Comprendo que, para una tradición que idealizó la “Sagrada Familia”, esta constatación del evangelio de Marcos fuera obviada. Pero es la que parece ajustarse a los hechos. Jesús sufrió el conflicto también entre los suyos, en su propio círculo familiar. Algunos estudiosos apuntan como plausible que, posteriormente, su familia se unió al grupo de seguidores. Indicios de ello encontramos en una referencia del libro de los Hechos –“Todos perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres, con María la madre de Jesús y con los hermanos de este” (Hechos 1,14)–, así como en el dato de que el primer responsable de la comunidad de Jerusalén fuera Santiago, uno de los hermanos de Jesús. 

Aunque probablemente fuera un dicho conocido, quizás sean significativas aquellas palabras del propio Jesús, según las cuales, “un profeta solo es despreciado en su tierra, entre sus parientes y en su casa” (Mc 6,4). Entre los humanos no es extraño que aquello que implica mínimamente ruptura o, a veces, solo novedad, sea visto con recelo o, peor aún, descalificado.

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"En aquel tiempo, llegaron la madre y los hermanos de Jesús, y desde fuera lo mandaron llamar. La gente que tenía sentada alrededor le dijo: “Mira, tu madre y tus hermanos están fuera y te buscan”. Les contestó: “¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?”. Y paseando la mirada por el corro, dijo: “Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre”. 
(Mc 3, 31-35)

 Esta nueva alusión a la familia de Jesús parece en consonancia con aquella otra – relatada también en este mismo capítulo del evangelio de Marcos–, según la cual los familiares querían llevarlo a casa porque decían que estaba trastornado. En esta ocasión, es Jesús quien –en algo que debía resultar absolutamente novedoso en aquella cultural patriarcal– establece un nivel de parentesco por encima del de la sangre. Existe una “familiaridad” superior a aquella que otorga la sangre: es la “espiritual”, en el sentido más genuino y amplio del término. 

El texto parece jugar con la palabra “fuera”, que se repite en dos ocasiones, contrastando con quienes se hallan “sentados a su alrededor”. Se afirma que la madre y los hermanos de Jesús estaban “fuera” del grupo y es desde “fuera” desde donde preguntan por él. Dicen los expertos que quizás se trate de una alusión a la polémica sobre el lugar que, en la comunidad (postpascual) de Jerusalén, debería ocupar la familia biológica de Jesús. Sin embargo, parece probable que, en su origen, se trate de un hecho histórico, porque de otro modo no es fácil que alguien se hubiese atrevido a inventarlo. 

Las palabras de Jesús parecen tener un sentido preciso dentro de una religiosidad teísta: es de la propia “familia” solo aquella persona que “cumple la voluntad de Dios”, es decir, el que comparte la propia fe. Así entendidas, tales palabras no diferirían mucho de lo que suele ser la relación “fraterna” que rige determinados grupos y asociaciones. 

Sin embargo, me parece que cabe una lectura más “amplia”, quizás también más acorde con el mensaje del Maestro de Nazaret y, ciertamente, más en sintonía con nuestra perspectiva: lo que hace de nosotros una única y misma “familia” no es un motivo biológico, ni tampoco la adhesión a una misma creencia o ideología, sino el origen común de una misma Fuente. Dicho todavía con mayor precisión: somos una familia porque compartimos una misma identidad; aparecemos como “formas” diferentes en las que se expresa la Consciencia una que somos. Nadie nos resulta “ajeno” ni Dios es tampoco un ser separado. Todo es Uno, en el doble polo de lo invisible y lo manifiesto. Solo existe un único “Yo soy".

Enrique Martínez Lozano
Otro modo de leer el Evangelio

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