martes, 27 de septiembre de 2022

EUCARISTÍA: SACRIFICIO Y MEMORIAL

Hay tres puntos de vista que han llevado a una comprensión deformada del sacrificio de Cristo y, por tanto, de la eucaristía, entendida como sacrificio.

En primer lugar: La muerte de Cristo no ha de ser entendida como sacrificio en la línea y objetivo que tenían los sacrificios de las religiones paganas que pretendían aplacar a sus dioses, conseguir favores. Era común entonces inmolar una víctima para aplacar a Dios o recibir beneficios, y ese esquema fue aplicado también a la muerte de Jesús. Pero, la muerte de Jesús no fue un sacrificio expiatorio, ni el vino al mundo como víctima; en realidad su sacrificio fue de comunión y solidaridad con todos los marginados y excomulgados por la sociedad y la sinagoga judías. Jesús murió por la causa del Reino, fue consecuencia de su misma vida (la suerte de los profetas).

En segundo lugar, se ha interpretado que la esencia del sacrificio de Jesús está en el sufrimiento y la destrucción de la víctima, y no en el amor; esa concepción dolorista ha tenido muchas repercusiones en la vida y espiritualidad cristianas. El sacrificio de Cristo no se mide por la intensidad de los dolores soportados, sino por la entrega sin límites y la obediencia hasta la muerte. El amor, la entrega y la donación de la vida son la esencia del sacrificio de Cristo. Hablamos de un amor tan grande que no se detuvo ni ante la muerte.

En tercer lugar, el sacrificio de Cristo no se reduce a su pasión y su muerte, sino que comprende toda su vida, e incluye su resurrección. Jesús no vino al mundo para morir, sino para vivir, y con su vida y actuación, anunciar y hacer presente el Reino de Dios; en esa entrega total consiste su verdadero sacrificio. Pero esa entrega y ese sacrificio no terminan en la cruz, sino que se hace plenamente cumplida en la resurrección y su ascensión. Todo el misterio de Cristo es redentor.

En fin, que Cristo no nos salva sólo con su muerte, sino con su vida entregada hasta la muerte. Y aquí es importante aclarar lo que entendemos por “salvación” que es mucho más que lo opuesto a condenación eterna.

La salvación no es un don o un premio que recibimos al terminar nuestra existencia terrena, sino que es un modo de vida que comienza ya en la tierra y llega a plenitud en el Cielo. Consiste en creer en Cristo, seguirle, aceptar la dinámica del Reino y vivir sus valores, vivir en el amor del Padre y compartir su proyecto fraterno y solidario con todos, en especial con los más necesitados. Si la vida que vives ahora está fundada y sostenida por el amor a Dios y al prójimo, la muerte no podrá destruirla, tendrá ya el sello de la eternidad.

Todo lo anterior repercute necesariamente en nuestra comprensión y vivencia de la Eucaristía o la Misa, las dos formas con que solemos llamar actualmente a lo que hacemos por mandato de Cristo, entendidas básicamente como “sacrificio”. Ese término se repite a lo largo de toda la celebración, y puede llevar a una comprensión “dolorista” de la eucaristía, propia de otros momentos históricos, en los que se reduce nuestra celebración a representar la pasión y muerte de Jesús, y a la cruz como la única clave para interpretarla. La piedad popular posterior a Trento estuvo marcada por el inmolacionismo, y la misma piedad ante la reserva eucarística hablaba del “Divino prisionero”, al que había que consolar en su soledad y sufrimiento.

En el siglo XVI se desataron muchas controversias entre católicos y protestantes sobre el sacrificio de la eucaristía y en qué sentido debía entenderse. Al final se llevó a un punto común, que es entender la eucaristía como sacrificio únicamente en la línea bíblica del memorial; la eucaristía es sacrificio en el sentido de que es memorial del sacrificio del Cristo histórico. Memorial significa una acción que hace presente, actual y actuante lo que recuerda. Y es posible porque Aquel que protagoniza este memorial vive y actúa en medio de nosotros; aquello que celebramos acontece hoy en nosotros, lo cual no significa que repita el único sacrificio de Cristo, ni que le añada nada.

¿Qué es lo que hace presente la eucaristía como memorial? 
La vida entera de Cristo, su ultima cena, su muerte en la cruz, su resurrección, y el banquete del Reino. Entonces, ¿es la eucaristía sacrificio? Sí, porque en ella está presente el sacrificio de Cristo en la plenitud que este sacrificio alcanzó en la resurrección. La eucaristía presencializa como memorial la última cena de Jesús con los apóstoles, y también la muerte del Señor en la cruz (Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz, anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vuelvas). En la eucaristía está presente la cruz de Cristo, su entrega, pero ya en estado de resurrección, como triunfo definitivo y expresión gloriosa del amor sin límites. La celebración eucarística dominical recuerda la resurrección de Cristo ese día; siempre la eucaristía enlaza muerte y resurrección, el crucificado es el resucitado.

(Si es cierto que el que se hace presente es el Resucitado, entonces, ya no puede morir, ni sangra, ni es localizable, ni desciende del cielo al altar empequeñeciéndose para ocultarse en la hostia consagrada, ni está prisionero del sagrario. Son imágenes extrañas que no hacen de la eucaristía una fiesta gloriosa del Resucitado).

Así, nuestra eucaristía es el anticipo de la eucaristía perfecta celebrada en los Cielos, donde el Reino de Dios ha llegado a su plenitud. Cuando juntos, como comunidad de fe, celebramos la eucaristía, el Reino entra en nuestro tiempo y espacio para hacerse contemporáneo de nosotros y permitirnos ser parte de él.

Notas tomadas de LA EUCARISTÍA, de Antonio Vidales

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