"La novedad nos da siempre un poco de miedo, porque nos sentimos
más seguros si tenemos todo bajo control, si somos nosotros los que
construimos, programamos, planificamos nuestra vida, según nuestros
esquemas, seguridades, gustos. Y esto nos sucede también con Dios. Con
frecuencia lo seguimos, lo acogemos, pero hasta un cierto punto; nos
resulta difícil abandonarnos a Él con total confianza, dejando que el
Espíritu Santo anime, guíe nuestra vida, en todas las decisiones;
tenemos miedo a que Dios nos lleve por caminos nuevos, nos saque de
nuestros horizontes con frecuencia limitados, cerrados, egoístas, para
abrirnos a los suyos. Pero, en toda la historia de la salvación, cuando
Dios se revela, aparece su novedad - Dios ofrece siempre novedad -,
trasforma y pide confianza total en Él: Noé, del que todos se ríen,
construye un arca y se salva; Abrahán abandona su tierra, aferrado
únicamente a una promesa; Moisés se enfrenta al poder del faraón y
conduce al pueblo a la libertad; los Apóstoles, de temerosos y
encerrados en el cenáculo, salen con valentía para anunciar el
Evangelio. No es la novedad por la novedad, la búsqueda de lo nuevo para
salir del aburrimiento, como sucede con frecuencia en nuestro tiempo.
La novedad que Dios trae a nuestra vida es lo que verdaderamente nos
realiza, lo que nos da la verdadera alegría, la verdadera serenidad,
porque Dios nos ama y siempre quiere nuestro bien. Preguntémonos hoy:
¿Estamos abiertos a las “sorpresas de Dios”? ¿O nos encerramos, con
miedo, a la novedad del Espíritu Santo? ¿Estamos decididos a recorrer
los caminos nuevos que la novedad de Dios nos presenta o nos
atrincheramos en estructuras caducas, que han perdido la capacidad de
respuesta?"
(Francisco)
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