Es importante que nuestro viaje hacia Dios tenga una cierta arquitectura de
diseño más clasicista que barroca. Las ‘Columnas de la Peste’ de las
Plazas de Centroeuropa, desbordantes de dogmas Trinitarios, confunden
más que aclaran. Como todos los definidos a golpe de ex-cathedra, que
dejan el alma contusionada para la eternidad.
Necesitamos
construir paisajes interiores donde reverberen crepúsculos que
incendien las cumbres y los llanos. Donde se puedan talar boscajes
dogmáticos y desnudar árboles rituales y morales que ciegan la vista del
paisaje. En definitiva, “un viaje para conocer mi geografía”, en palabras de un loco simbolista de París llamado Baudelaire.
La geografía donde realmente ese Dios y yo -y todos- habitamos; donde “el amor ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rom 5, 5) y “que nos guiará a toda la verdad”
(Juan 12, 13). Un Espíritu del que todos tenemos la simiente depositada
en nuestros surcos, con virtualidad para sanar, amar, transformar.
Cuando
entramos en contacto con esa semilla, somos capaces de tocar a Dios
Padre y a Dios Hijo. Un contacto no como concepto, sino como realidad
viva: la de la vida de Jesús, enseñanza más básica, más importante incluso que la fe en la resurrección o la fe en la eternidad, en testimonio de un Maestro budista de nuestro tiempo.
Desde el corazón, y para el mundo entero,
Vicente Martínez
(Tomado de : FE ADULTA)
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