jueves, 13 de marzo de 2014

LA OBRA O LA VIDA....

Según explica Pierre Hadot, lo más importante en la Antigüedad era la vida del filósofo y no tanto su doctrina. Un filósofo se distinguía porque se esforzaba en llevar una vida ejemplar. Antes de que existieran santos, había sabios que vivieron vidas modélicas, como ponen de manifiesto las Vidas de Pitágoras que escribieron Porfirio o Jámblico o los ocho volúmenes de Vidas paralelas que Plutarco escribió con una intencionalidad fundamentalmente moral, es decir, con el fin de ofrecer al lector cuarenta vidas de personajes históricos que pudieran servir de modelo. La hagiografía (el género literario de la biografía de personajes ejemplares) la inventaron los filósofos, pero luego los cristianos la utilizaron para sus propios fines. La obra fundamental de un sabio (o un santo) es su vida y no sus obras filosóficas (o teológicas). De ahí que interese infinitamente más conocer su vida que su obra. La verdadera obra es su vida. Hoy parece que los filósofos contemporáneos (salvo unos pocos) han olvidado esta gran enseñanza que Hadot y el último Foucault nos enseñaron a mediados de los 80, y que hoy reivindican filósofos tan dispares como Onfray o Comte-Sponville, por ejemplo: que la vida de un filósofo (sobre todo si se trata de un filósofo antiguo) es más importante que su obra teórica, que es la clave hermenéutica para entenderla, para comprobar si es un verdadero filósofo o simplemente un sofista.

Gabriel Arnaiz, "Filosofía hoy".

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