lunes, 17 de marzo de 2014

PENSANDO LA FE....

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Creo que lo religioso, si es verdadero, toca la vida de la persona, la transforma en alguna medida. Eso sucede menos cuando lo religioso es mera costumbre o tradición, cuando es más cultura que experiencia personal. Es curioso que, según una encuesta en España, entre los jóvenes, que han recibido en su mayoría formación religiosa en las escuelas, el por ciento de los que se declaran expresamente religiosos es mucho menor. Y que, por otro lado, vean el bautizarse, casarse, o morir con los ritos de la iglesia, como "algo natural". Pues no, no es natural, son opciones de fe.

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Como sacerdote, no entiendo que una persona reciba un sacramento en la Iglesia, "por una cuestión cultural". Veo bondad en el matrimonio civil si los cónyuges tienen el propósito de amarse incondicionalmente, pero acceder al sacramento exige la fe, una fe vivida, asumida, en el seno de la comunidad eclesial. Pienso lo mismo respecto a la enseñanza de la religión en las escuelas: una cosa es "cultura religiosa", que no implica compromiso personal, y otra cosa es la "fe trasmitida y vivida" por los jóvenes. Confundir estos diferentes niveles puede ser funesto y frustrante.

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Pienso, y no quiero entrar con esto en polémicas ideológicas inútiles, que en un colegio público de un estado laico no debe haber signos religiosos concretos, como es el caso de un crucifijo o una imagen de la Virgen o de un santo. Lo contrario de un colegio católico, donde sí sería normal la presencia de estos signos. Otra cosa sería olvidar que nuestra cultura es de raíz cristiana, eso es indiscutible y negarlo sería absurdo e ignorar la historia, por eso ha de enseñarse en la escuela, también la pública, sobre esas raíces de nuestra cultura. Pero, por la salud de ambos, Iglesia y estado, es importante separar y distinguir.

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Hoy estábamos intentando comprender los temas del discernimiento y clarificar los elementos particulares de la vida laical y la vida consagrada, y al hablar de la segunda se hizo mención de una palabra que creo no es la adecuada, pero es la que usamos generalmente: me refiero a "exclusivo o exclusiva" en referencia la consagración de un religioso o una religiosa. El consagrado sería la persona que se dedica de manera exclusiva a Cristo. Prefiero que se hable de una vocación particular o forma concreta de consagración, y no tanto de dedicación exclusiva, porque en ese caso queda menos disminuida la vocación del laico en la Iglesia. Es decir: laicos, consagrados, ministros, comparten todos una misma llamada o vocación a la santidad, que ha de ser entendida en el seno de la comunidad eclesial. Toda vocación o llamada es eclesial, aun cuando se haga de forma concreta a una persona. La vocación sacerdotal o la llamada a la vida consagrada no ha de verse como superior a la vocación laical, sino diversa, diferente.

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El cristiano está llamado a la unión con Cristo, a través de la pertenencia a su Cuerpo, que es la Iglesia. Ha de ofrecerse todo a Dios, y en ese todo se incluye su sexualidad. Tanto el sacerdote célibe, que asume esa condición por disciplina, el religioso o la religiosa, que hacen votos, como un matrimonio cristiano, o un soltero o soltera, ofrecen su sexualidad a Cristo, de una manera o de otra. Unos, por la renuncia a ejercer parte de su sexualidad, otros por convertirla en expresión de amor o camino para una nueva vida; unos porque no encuentran un modo concreto para realizarse en la vocación de familia, y otros u otras porque convierten su renuncia en expresión de un vínculo místico con la divinidad, todos están manifestando un propósito de consagración.

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Se dice: es que en el matrimonio se comparte el amor a Dios con otra persona, y el consagrado se dedica en exclusiva a Dios. Yo lo veo de modo diferente. Primero: el amor a Dios no excluye al amor humano, en todo caso lo potencia. El amor cristiano es fuente de vida, y el matrimonio cristiano es expresión del amor de Dios. La pareja se ama en Dios. Y el matrimonio es comunidad eclesial, es iglesia domestica porque es el primer paso para ser familia cristiana. El consagrado o la consagrada también tienen un vínculo humano, que es su comunidad religiosa. Tampoco está solo frente a Dios. Si se mira de este modo se salva mejor el sentido eclesial de toda vocación cristiana, y estamos redimensionando la llamada, insistiendo no tanto en lo particular como en lo común, que es la vocación bautismal de todos, potenciada, plenificada, en la vocación particular de cada uno.

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Los obispos españoles han dicho que el crucifijo en lugares públicos es "garantía de libertad frente al totalitarismo". Creo que es una frase para la prensa, pero que no soportaría un análisis serio, porque el crucifijo es un símbolo religioso, y los símbolos son símbolos en la medida en que un grupo social reconoce y acepta su significación. Y puede ser, lo es para mí, símbolo de libertad, pero puede ser lo contrario para otros, que tal vez han vivido una experiencia religiosa diversa a la mía. No obstante aquí seguimos en lo subjetivo. No importa cuántas razones den unos y otros, a favor o en contra de mantener o quitar los crucifijos de sitios públicos. Lo objetivo es que si nuestra sociedad es laica, y es plural además, en el ámbito público no han de haber símbolos religiosos concretos, salvo que estos formen parte de sitios monumentales o artísticos. En estos casos sería absurdo quitarlos o destruirlos. Pero, en una escuela, en un hospital, en una oficina, que son espacios públicos, no debe haber símbolos religiosos concretos, salvo que sean escuelas, hospitales u oficinas de una institución religiosa. No olvidemos que a veces nosotros mismos, los creyentes, en otras épocas históricos, hemos vinculado nuestros símbolos a actuaciones poco cristianas, lo cual no hace ahora extrañar reacciones tal vez exageradas, pero válidas respecto a estos signos.

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Es un bien para la Iglesia delimitar los espacios, pues ganará en autonomía y respeto social. Aferrarse a viejos modelos no conduce a nada. No necesitamos defender a brazo partido pequeñas parcelas de poder e influencia social. Esos espacios se ganan y son apreciados socialmente, en la misma medida en que seamos fieles y honestos en nuestro testimonio de fe.

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