martes, 3 de junio de 2014

A LA ESPERA DEL ESPÍRITU... 2

Seguimos hablando del Espíritu, que aparece como agua, fuego y aire en la Escritura; como aliento, tormenta, forjador de un lenguaje renovado, creador de comunidad. Y citamos algunos pasajes de Anselm Grün, en su libro "La resurrección de cada día"...


"Con su Espíritu, Dios desea despertar la vida que hay en nosotros, que ha perdido fuerza en el agotamiento cotidiano. Muchos anhelan hoy fuerza y vida verdadera. Tienen la impresión de que aquello que viven no corresponde a la vida real. Dios creó el universo a través del Espíritu. Desea recrearnos. Al respirar, en cada inspiración, podemos pensar que Dios nos renueva constantemente a través del aliento de su Espíritu".

"El Espíritu Santo desea encender una luz para nuestros sentidos. No se trata de algo puramente espiritual, sino de encender nuestros sentidos, iluminarlos, tomar conciencia de Dios en este mundo. Si mantenemos despiertos nuestros sentidos, nuestra vida será según lo dispuesto por Dios. Recién estaremos plenamente presentes en el mundo. Nuestros sentidos nos vinculan a la realidad".

"El Espíritu Santo es el amor que irriga nuestro corazón. Cada uno de nosotros tiene el anhelo último de amar y ser amado. El Espíritu Santo nos habilita para amar, pero también es el amor del Padre que fluye dentro de nuestro corazón. En el Espíritu Santo podemos sentirnos totalmente amados por Dios. El amor divino fluye a través de nuestro corazón y nuestro cuerpo".

Luego, volvemos a las dos imágenes que utiliza Lucas en su relato de Pentecostés: El Espíritu Santo aparece como un huracán ("De pronto vino del cielo un ruido como de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban"), y aparece como fuego ("Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos"). La Biblia describe al Espíritu de Dios como aliento, respiración y tormenta; si confiamos en la fuerza del Espíritu, él podrá empujarnos siempre hacia adelante, hacia una vida nueva.
El fuego, por su parte, tiene un valor sagrado, y puede purificar y renovar, y además es imagen de vitalidad, de fuerza interior, de alegría y entusiasmo. Pentecostes nos recuerda que adentro no tenemos cenizas frías, sino una brasa que pugna por recobrar su fuerza para encendernos, cuerpo y alma.

 Nos faltaría recordar dos dimensiones de la acción del Espíritu: que procura un lenguaje nuevo, un nuevo modo de hablar y comunicar una experiencia, y luego, una nueva comunidad, un modo nuevo de vivir unidos (ambas cosas, en contraste simbólico con la experiencia de Babel, en el AT).





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