Comencemos con una historia:
“Un amante se acercó un día a la casa de su amada. Tocó a la puerta. Una voz preguntó desde dentro: ¿Quién es? El amante respondió: soy yo. La voz le dijo casi con tristeza: aquí no cabemos tú y yo. El amante se fue de ahí y durante mucho tiempo estuvo meditando el sentido de las palabras de su amada. Pasado un tiempo, volvió a acercarse a la casa de su amada y volvió a tocar, como lo había hecho anteriormente. De nuevo, como había pasado la vez anterior, la voz le preguntó desde dentro: ¿Quién es? Entonces el amante respondió: soy tú. Y la puerta se abrió, y él entro a la casa de su amada”.
Queremos hablar acerca de la oración sin palabras que está centrada en la conciencia de la presencia de Dios, y la historia anterior puede servir como parábola que describe dos diferentes modos de entender la vida espiritual. En el primer caso, una espiritualidad abiertamente dualista: Dios y la persona humana se consideran claramente separados uno del otro. Por más cerca que estemos de Dios, por medio de la gracia y de nuestras obras, consideramos a Dios como “la otra persona”, como el otro. Pensamos que por nuestra condición de criaturas, estamos necesariamente separados de Dios, por eso, cuando llamamos a la puerta sólo podemos decir: soy yo.
La segunda parte del cuento expresa un tipo diferente de espiritualidad, que podemos llamar contemplativa. Afirma básicamente lo siguiente: aunque yo soy alguien distinto de Dios (en el sentido obvio de que no soy Dios) sin embargo, no estoy separado de Dios. Por el hecho mismo de ser criatura, si me separo de Dios, soy nada. Separado de Dios sencillamente yo dejaría de existir. Por eso, cuando tengo conciencia de la presencia de Dios, lo único que puedo decir es: soy tú.
(Tomado de "Silencio en Llamas", W. Shannon)
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