domingo, 20 de noviembre de 2022

EL REINO DE CRISTO

Con la solemnidad litúrgica de Jesucristo, Rey del universo, llega a su final el año litúrgico; o bueno, queda una semana más, como una especie de intermedio, hasta el domingo próximo, primero de Adviento. El año litúrgico es como un caminar con Jesús, haciendo de cada eucaristía un encuentro vital, discipular, en el que vamos siendo transformados a imagen del Maestro. Todavía nos falta mucho a la mayoría para entender, valorar y vivir el verdadero sentido de esas celebraciones que hemos convertido en costumbre, tradición, hábito o mero cumplimiento; seguimos sin comprender la gratuidad e incondicionalidad con que Dios se entrega a nosotros en el misterio de Cristo, en los sacramentos.

 Los pasajes del Evangelio que la Iglesia propone para este domingo de Cristo Rey en los tres ciclos litúrgicos nos revelan el sentido de lo que celebramos: Mateo 25, 31-46; Juan 18, 33b-37; Lucas 23, 35-43. Pilato le pregunta a Jesús si él es rey, tal y como dicen los judíos, que siguen sin entender el camino mesiánico elegido por Dios para llevar salvación al mundo. Jesús acepta el título, pero advierte: "Mi reino no es de este mundo". Nada que ver con los que detentan el poder entre nosotros, poco preocupados por el bien común, y menos aun por los más pobres y débiles de nuestras sociedades. Se proclama a sí mismo "testigo de la verdad"; una verdad que escapa a los que la buscan a través de la fuerza, el poder, la violencia, la injusticia o el miedo. Reino y verdad en Jesús casan, al contrario, con amor, perdón, justicia, servicio, solidaridad. Y sobre todo, con abajamiento y entrega total de Dios a la humanidad frágil y marcada por la huella del pecado. 

 Reinar, para Dios, en Jesús, es vencer todo eso que no deja crecer y vivir la plenitud de nuestra vocación original, nacida del amor gratuito de Dios. "Y el último enemigo a vencer será la muerte", nos recuerda la Palabra. Y ya entonces, con el triunfo de Cristo, Dios será todo en todas las cosas, y reinará. Porque, a fin de cuentas, no es que Dios posea un reino, sino que el reino es Dios mismo, su seno amoroso, del que nacemos y al que regresamos plenos

 Los que buscamos la verdad por los caminos del Evangelio, escuchamos la voz de Cristo que nos invita a compartir con él la "Nueva Humanidad", y cuando experimentamos nuestra fragilidad le llamamos como hizo el buen ladrón desde la cruz: "Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino". La salvación de Dios está en presente siempre, lo mismo que la certeza de su fidelidad inamovible: "Hoy estás conmigo en el paraíso". Ese es el lugar de los que confían, y buscan no a un mesías poderoso y con ejércitos, sino a un mesías crucificado y coronado de espinas, capaz de darlo todo, no para salvarse a sí mismo (que es lo que solemos hacer los humanos casi siempre), sino para que todos se salven y lleguen a conocer la verdad del amor de Dios: infinito, gratuito e incondicional

 Ese mismo Cristo, que compartió la humanidad con nosotros, que  lo apostó todo por los pequeños, los frágiles, los pecadores, hasta acabar en la cruz, fue el que removió la piedra del sepulcro, y nos ofreció su paz. Rey pacífico, sentado ahora junto al Padre en un trono de gloria, según lo describen las Escrituras, lleva en él toda la plenitud, y a la humanidad redimida la conduce a Dios, porque nos ha reconciliado, a la vez que nos convierte a nosotros también en reyes y reconciliadores

 Es Él quien nos espera al final del camino para examinarnos en el amor, y ver si pertenecemos o no a ese Reino de plenitud y vida que es el seno o el corazón del Padre. No habrá gozo mayor que escucharle decir: "Vengan, benditos de mi Padre y hereden el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo". Porque, ofreciéndome sus vidas y sus manos, me dieron de comer y de beber, me vistieron y me visitaron, cada vez que estuve ante ustedes en cada prójimo que apareció en el camino. 

Las hermosas imágenes del Apocalipsis nos lo presentan viniendo entre las nubes del cielo, como rey de reyes, en su segunda venida. Su trono está firme, su amor inamovible; pero, ¿y nosotros? ¿nuestra fe? ¿nuestro compromiso con su reino? Tantas veces hemos intentado construir el reino con las armas ajenas a Cristo: con poder y violencia, con desprecio al de abajo y con imposición, que en lugar de evangelizar, hemos sembrado ateísmo y desconfianza hacia la Iglesia. La realeza de Cristo no se visibiliza en la Iglesia por sus poderes o su esplendor, sino por la justicia, el servicio y la caridad

Este domingo, último del ciclo litúrgico, queremos recordar nuestra condición de discípulos, de testigos, de reyes, trabajadores del Reino que esperamos no solo alcanzar, sino también construir en el aquí y el ahora de Dios. La Iglesia es el Cuerpo del Rey que no vino a ser servido, sino a servir; seamos reflejos de ese Señor al que adoramos y esperamos confiados, porque Él reina y, a pesar de nosotros, viene siempre, siempre, siempre...

Fray Manuel de Jesús, ocd.


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