sábado, 5 de noviembre de 2022

LA MUERTE ES COMO UN AMANECER (Domingo XXXI-C)

"En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección y le preguntaron: “Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano. Pues bien, había siete hermanos: el primero se caso y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella”. Jesús les contestó: “En esta vida hombres y mujeres se casan, pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos, no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles de Dios, porque participan de la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: «Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob». No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos” (Lc 20, 27-38)

 Los saduceos conformaban la elite económica, social y religiosa de la sociedad judía en tiempos de Jesús. Colaboracionistas con los romanos y estrictamente conservadores en lo religioso, únicamente aceptaban, como Libro Sagrado, el Pentateuco, los cinco grandes libros de la Torá. En los relatos evangélicos apenas se narran encuentros de los saduceos con Jesús, lo cual no sorprende si tenemos en cuenta que se movían en dos ámbitos radicalmente diferentes: el del poder y el de la marginalidad. Aparecerán al final, decidiendo la condena de Jesús. 

A diferencia de los fariseos, este grupo no creía en la resurrección. Quizás porque, como decía aquel chiste, no podían imaginar que existiera una vida mejor de la que llevaban. En el caso que proponen –sobre la base de la ley del levirato (de “levir” = cuñado: Deut 25,5-6)–, pretenden llevar el debate al absurdo. Parecen no ver que el absurdo consiste precisamente en imaginar el más allá de la muerte con las categorías que ahora nos son habituales. Sería como querer imaginar la vida de vigilia mientras estamos dormidos. 

A eso mismo parecen apuntar las palabras de Jesús. A partir de ahí, el modo quizás menos inadecuado de percibir la muerte es verla como un despertar. Así como, al salir del sueño, emerge una nueva identidad, muy distinta al sujeto onírico, al morir amanecemos a nuestra identidad más profunda, en la que el ego encuentra también su final. No porque muera, sino porque se descubre que nunca había existido, salvo en nuestra propia mente

Al despertar, descubrimos lo que siempre habíamos sido –uno con todo– y que habíamos olvidado. Podemos decir, con razón, tomando prestado el título de uno de los libros de la doctora Elisabeth Kübler-Ross, que “la muerte es un amanecer”.

 ¿Veo la muerte como una forma más que adopta la Vida?".

Enrique Martínez Lozano
Otro modo de leer el Evangelio

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