viernes, 11 de noviembre de 2022

OTRO MODO DE LEER EL EVANGELIO

"Parece innegable que, muy frecuentemente, el evangelio ha sido leído desde una doble clave: el literalismo y el moralismo

La lectura literalista lo ha convertido en una especie de “anecdotario”, que parecía buscar la exaltación de Jesús como hacedor de milagros, pero al precio de mantener el relato anclado en el pasado y desconectado de las preocupaciones de quienes hoy se acercaban al mismo. 

Por su parte, la lectura moralizante reducía el texto evangélico a una especie de código moral, regulador del comportamiento, con el riesgo de hacerlo aparecer como un “policía divino” o superego controlador. 

En ambos casos, aunque fuera inconscientemente, se banalizaba y empobrecía el texto, dejando en el olvido lo más importante y decisivo: su carácter de libro de sabiduría, en el sentido más genuino y profundo del término. 

La sabiduría es atemporal, porque trasciende la mente y sus conceptos, aunque indudablemente tenga que hacer uso de una y otros. Por ese motivo, al acercarnos a textos que la expresan, a poco que lo hagamos con un mínimo de apertura, nos sentimos directamente concernidos y afectados. Descubrimos que esos escritos están, en realidad, hablando de nosotros. No importa la anécdota ni la moralina: hemos hallado un espejo en el que vernos reflejados. 

La sabiduría es originaria: no es sino la misma Consciencia expresándose o, si se prefiere, la “voz” del misterio último de lo Real, que también a nosotros nos constituye. Por ello, al leerla o escucharla, resuena con fuerza en nosotros, porque la reconocemos como nuestra propia voz, la voz de nuestro “maestro interior”. 

La sabiduría es luminosa, fuente de toda comprensión y certeza, porque es una con la Verdad. Por esa razón, nos saca de la ignorancia básica acerca de nosotros mismos, nos libera de la confusión y nos rescata del laberinto tortuoso del sufrimiento. Algo se ensancha en nuestro interior, el corazón se dilata y la mente se abre, en una sensación creciente de amplitud y de claridad. 

La sabiduría no tiene que ver, primariamente, con los conceptos ni con la erudición. Ni siquiera con la mente, por más que esta sea una herramienta precisa y preciosa. Tiene que ver, antes que nada, con el sabor, o más exactamente, con el saboreo inmediato de lo Real. Tal vez por ese motivo, las palabras de sabiduría provocan silencio en nuestro interior y, en ese silenciarnos, se produce el encuentro íntimo con la Verdad que somos...". 

Enrique Martínez Lozano

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