sábado, 12 de noviembre de 2022

SACRAMENTO: UNA PRESENCIA Y UNA AUSENCIA

El sacramento cristiano es, efectivamente, un signo. Tiene valor de signo. Pero podemos decir que se elabora sobre todo como una teoría del significante y, sin duda, como una teoría del lenguaje. En todo caso, plantea el problema de saber qué es un signo lingüístico, entendido como distancia entre la palabra y la cosa. Después de los estoicos, la elaboración de la primera gran teoría del signo, de la que depende en parte nuestra comprensión moderna del lenguaje, se la debemos principalmente a san Agustín. En De magistro, da una definición del signo como «una cosa que está puesta en el lugar de otra». Un signo es aquello que viene «en lugar de» algo, que representa algo en su ausencia; por lo tanto, solo puede haber signo si la cosa representada está ausente. Esto construye toda nuestra relación con el lenguaje, especialmente con la palabra: el lenguaje es el poder de la representación, es decir, es aquello que permite hacer aparecer una cosa cuando no está ahí. Tiene el poder de otorgar una presencia a los seres y a las cosas que están ausentes. Cuando alguien que queremos no está, cuando no está presente físicamente, eso no significa que estemos sin él. Disponemos de toda una serie de cosas –de significantes– que permiten que nos lo hacen presente en su ausencia, sin por ello negar su ausencia, puesto que sabemos que no está. Hay un poder de simbolización que es el que utiliza, por ejemplo, el niño pequeño para dar una presencia a su madre cuando ella no está ahí. Da una presencia a la ausente, pero, cuando ella está ahí, tampoco está presente por entero; su presencia está marcada por el sello de la ausencia.

De entrada, tenemos aquí una comprensión del sacramento cristiano como signo. El sacramento es lo que hace presente a un ausente, sin ocultar su ausencia, sin desmentirla. Aquí se trata de la ausencia de Cristo. El sacramento es una institución de la ausencia. Precisamente porque él no está, están los sacramentos. De ahí ese vínculo central con una memoria, un recuerdo, pero en el sentido de que la memoria no es únicamente una relación con el pasado; la memoria es una actualización y una capacidad de hacer presente lo que ha sido. En el sacramento eucarístico encontramos esa orden de Jesús, cuando dice a sus discípulos durante la última cena que comparte con ellos: «Haced esto en memoria mía». Ese «hacer memoria» es una manera, no de recordar banalmente un episodio del pasado, sino de reactivar su carácter de acontecimiento. El signo, como sacramento, es, pues, esta forma de enlazar la presencia y la ausencia. Un pastor del siglo XVII, Jean Claude, utilizó una fórmula sorprendente al afirmar que la cena es el sacramento de la ausencia real (había aquí, por supuesto, un contrapunto polémico a la doctrina de la eucaristía como «presencia real»). Hoy en día podemos comprenderlo como la expresión de un vínculo con el lenguaje. Ritualmente, además, si seguimos tomando el banquete eucarístico como ejemplo, los fieles están reunidos alrededor de una mesa de comunión en la que queda un sitio vacío. Y este lugar vacío es precisamente lo que el signo está designando. Los creyentes se reúnen alrededor de una presencia llamada espiritual, pero es igualmente cierto afirmar que esa presencia es una ausencia. El sacramento representa, pero no puede capturar aquello que está representando”.

 (Jean-Daniel Causse)
Viaje a través del cristianismo

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.