jueves, 13 de diciembre de 2012

ABRIR LOS OJOS

Nadie que vaya por el mundo con los ojos cerrados será feliz. Por la simple razón de que con los ojos cerrados no se ve el camino, no se perciben lo obstáculos. Pero andar con los ojos abiertos tiene también sus dificultades. Un día, hace ya algunos años, un hombre piadoso abrió los ojos y vio la tierra dando vueltas alrededor del sol y no al revés. Y en nombre de las sagradas Escrituras y de Dios se le obligó a decir que no era así, que la tierra estaba fija en medio del universo. Pero Galileo siguió pensando que era como él pensaba. Y así es.
Otro día, otro hombre con los ojos muy abiertos vio caer una manzana y. admirado, abrió aún más los ojos y vio que una fuerza regía el movimiento de los astros y de las cosas, Se  llamó gravedad. Y fue excomulgado todo el que creyera en la existencia de la  gravedad. Hace muy pocos días, el Papa Benedicto XVI caía en la cuenta de que esa absurda sentencia  no había sido nunca revocada y que ya era hora de hacerlo.
En este siglo XXI, la jerarquía católica se ve moralmente obligada a levantar una obsoleta sentencia de excomunión contra quienes creyeran en la existencia de la gravedad. Sí. No cabe dudas, andar con los ojos abiertos puede traer problemas muy serios. Aquellos que llevaban los ojos abiertos y vieron que el mundo no era como se decía oficialmente, debieron sufrir la incomprensión. Pero fueron felices en su interioridad.  Vieron la verdad, que otros todavía no habían visto. Ese fue su pecado.
En estos últimos años se me han ido abriendo los ojos y he visto. He visto a Dios, Sumo Bien, Puro Amor, el mejor posible de los Padres, mi Creador y Salvador. He visto un único Dios, sin diablos, ni infiernos, ni nada que no sea su pura Luz. He sentido que a este Dios, padre mío, lo puedo amar. He sido tan feliz que no he podido evitar compartirlo con ustedes.
Antes, cuando yo iba con los ojos cerrados, repitiendo lo que se decía solo porque se decía, creyendo lo que se decía que había que creer solo porque se decía; en ese tiempo, demasiado largo, mi inteligencia, mi sentido común, no me dejaba amar a ese Dios envuelto en demonios, diablos, satanases e infierno, y no lo amaba. Porque el sadismo inmerso en ese andamiaje doctrinal no me lo permitía. Ahora sé que era mentira cuando yo le decía a Dios que lo amaba. Pero ahora sé que es verdad: lo amo sin reservas. Dios no es sádico, sino el mejor posible de los Padres. Se me han abierto los ojos. Soy feliz.
Por mucho tiempo he leído a Santa Teresa, mi madre, mi maestra, y he visto cuantos inútiles sufrimientos padeció ella debido a las creencias de su tiempo en demonios y cosas de este tipo. Por fin, un día de luz ella escribió: “Para qué decir demonio, demonio, si podemos decir Dios, Dios”.
Ahora puedo decir Dios sin necesidad de pensar  en un señor sádico, vengativo, cruel, que suelta demonios detrás de sus hijos para que los arrastren al mal y luego los castiga con tormentos infinitos, eternos. Pasarán cinco mil millones de trillones de años y aquellos pobres seres estarán sufriendo todavía y el Supremo Bien, el Ser Amor y Padre se estará regodeando con ello. Si esta es doctrina de la iglesia, no lo discuto, solamente pido permiso para disentir de ella y tenerla como una blasfemia espantosa.  
¿Se me cerraron o se me abrieron los ojos?

P.Marciano García, ocd. (Blog: FELICIDAD).

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