sábado, 26 de abril de 2014

EN LA ESCUELA DE TOMÁS, EL INCRÉDULO......

A lo largo del tiempo Pascual iremos meditando en las diversas figuras bíblicas que nos hablan de encuentro con Jesús y resurrección. Una de ellas es Tomás, el apóstol, y san Juan nos describe, a través de su relato, cómo nuestra fe en la resurrección puede crecer a través de las dudas. La figura de este apóstol ha fascinado al mundo desde siempre, y ha sido visto a menudo como el incrédulo. Como en nuestro camino de fe, una y otra vez nos vemos acosados por la duda, podemos identificarnos con Tomás, nos es cercano y hasta simpático. Fijémos en el texto bíblico de este domingo: Tomás no estaba cuando Jesús se aparece ante los suyos, encerrados por miedo en una casa, y al contarle estos a Tomás lo sucedido, este se resiste a creer: "Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré".
 Para muchos, Tomás no es incrédulo, sino que busca algo diferente: busca experiencia directa de Jesús; no le es suficiente con lo que otros le narran, quiere ver por sí mismo, y entonces podrá sumarse al gozo de los otros. El Evangelio de Juan nos invita aquí a que vayamos a la escuela de Tomás, y aprendamos como él la fe en la resurrección. Nuestra fe necesita la experiencia, no se conforma con aceptar lo que otros dicen, por eso es válido el deseo de VER, de experimentar, y entonces tendremos como Tomás que aceptar también la respuesta desafiante e inesperada de Jesús.
 Jesús vuelve a aparecer y muestra a Tomás sus heridas; parece que es ahí donde puede hallar al Resucitado. Y es contradictorio, porque justo es esa muerte atroz la que ha sembrado la duda en los discípulos, justo esa apariencia de fracaso y abandono lo que les ha desconcertado y dispersado. Creo que aquí es donde radica realmente la "conversión" de Tomás: encontrar la vida en la muerte, al resucitado en la memoria del crucificado.
 Las puertas cerradas indican temor; implica que la resurrección de Jesús todavía no les toca, no les libera. Cuando Jesús irrumpe ante ellos les dice: "La paz esté con ustedes", y lo mismo dice el ministro al comenzar cada celebración eucarística; en ella también se nos invita a CREER en el resucitado, y como a Tomás se nos concede "tocar" a Jesús: en su Palabra, en el pan y el vino, pero sobre todo, creo yo, en las hermanas y hermanos que comparten con nosotros la celebración. 
Si la Eucaristía es el banquete del amor fraterno, donde compartimos el cuerpo y la sangre del Resucitado, entonces es ahí también donde podemos compartir nuestras heridas, que por gracia llegan a ser también caminos para la vida y para el amor. Eso es justamente ser creyente: Encontrar al Jesús crucificado en las heridas que compartimos con nuestros hermanos, y encontrar al Resucitado en la alegría compartida con los hermanos. Hace falta una fe grande para esto, una fe creciente, una fe alegre y viva.
 Pidamos esa fe para nosotros.

(Escrito a partir de un texto de A. Grün)

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